domingo, 20 de octubre de 2013

EL MITO DE JESÚS (1).


Tenemos, a veces, costumbres tan arraigadas y damos como evidentes ciertas informaciones que ni siquiera nos las cuestionamos.

¿Por qué no van a ser las correctas si las tenemos, ya desde pequeños, como soldadas a nosotros formando una segunda naturaleza?

Nos es tan evidente la existencia de Jesús y su doctrina que no nos cuestionamos si no será un mito su vida como nada original sus enseñanzas.

Ya se preocuparon algunos, interesados, en prohibirnos ciertas lecturas y determinadas conductas, como pecaminosas para que no levantaran en nosotros sospecha alguna de que todo había sido un mito, y no una realidad.

Habría bastado, a veces, con acercarse a las biografías no edulcoradas de los grandes genios y sintonizar con sus rebeldías a las circunstancias en que se movían. Porque si algo no es un genio es ser “conservador” e intentar mantener el traje inmaculado, sino que siempre lucha por una nueva vestidura ante una circunstancia siempre cambiante.

Un genio siempre es un rompedor, superando su presente y con la vista puesta en el futuro,

“Dicen los Evangelios que Jesús…” ¿pero es verdad que por el mero hecho de que lo digan los evangelios, cuyos autores ni siquiera lo conocieron, es verdad lo que dicen?

Es verdad que lo dicen, ¿pero es verdad lo que dicen? ¿O la verdad es que casi nada de eso tuvo que ver con la realidad?

Estoy releyendo un libro titulado “El mito de Jesús”

Su autor, actualmente, es un ateo, hijo de judíos, y que tuvo que aprender, como todo buen judío, ya desde su niñez, la Torah, el Talmud y toda la cultura judía, y que afirma, taxativamente, que casi todo, (por no decir “todo”) lo que los Evangelios ponen en boca de Jesús, como un mensaje original, está tomado de las Escrituras Sagradas Judías, muy anteriores a los Evangelios, escritos por cristianos judíos, entre 60 a 120 años posteriores a la muerte de Jesús.

En otros lugares de mi blog he repetido, por activa, por pasiva y por perifrástica (tanto activa como pasiva), que es una barbaridad confundir y no distinguir entre “el Jesús histórico” y “el Jesús de la fe o Cristo” (que muy poco tienen que ver), e igualmente entre “el Cristianismo” y “la Iglesia” (que menos aún tienen que ver).

Una cosa es “la historia” (realidad) y otra muy distinta “la fe” (creencia). Como una cosa es “la doctrina” y otra muy distinta “una Jerarquía de poder” sumamente interesada en defender, hasta con la muerte de quien lo pusiera en duda, lo negara o aceptara como verdadera o más verdadera otra doctrina distinta, siempre creación humana y nada de divina.

Pablo o Saulo de Tarso (ciudad hoy en Turquía), nacido entre los años 6 al 10 del siglo I, era un judío griego, que tenía la ciudadanía romana y que era el esbirro de un rabino judío, de nombre Gamaliel, y era el encargado de perseguir a una secta, la cristiana.

Esta secta (los cristianos) representaba un peligro real para la posterior sublevación contra Roma que estaba gestándose, desde siempre, en la mentalidad judía.

Y aunque se afirma que era perseguida por no cumplir la ley y despreciar las Escrituras, la verdad debió ser su confesada oposición a la violencia y su disposición a perdonar a quienes los ofendían.

Sabemos, por Historia (y esto no es creencia) que esa rebelión contra Roma estalló el año 64 y acabó con la toma de Jerusalén por el Emperador Tito en el año 70, dejándola, literalmente, reducida a escombros y saqueando y destruyendo el Templo.

Pero la versión edulcorada por el Cristianismo posterior es que Pablo se cayó del caballo cuando volvía a Jerusalén, después de perseguir a la secta cristiana, y tuvo una aparición divina, en medio de una gran luz, en la que Jesús le dijo aquello de “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?”

Saulo quedó cegado y aturdido y cuando se recuperó estaba sentado en el camino, junto a su caballo y bla, bla, bla,……

Este es el mito. La realidad debió ser otra.

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