El optimista existencial no es un mentiroso, (porque cree en lo que dice) pero lo que dice es falso.
El alcohólico empedernido es un optimista existencial porque cree que, “mañana mismo, si quisiera, dejaría el alcohol”. Y no es verdad, porque erradicar, extirpar un hábito, no es cuestión de una decisión momentánea y puntual, sino de un esfuerzo continuado.
Lo mismo, exactamente, le ocurre al drogadicto, como si él fuera dueño y señor de su adicción y pudiera desengancharse cuando le diera la gana (y que se lo cree, pero que no es verdad).
Al fumador le ocurre tres cuartos de lo mismo, no igual, pero sí parecido. Desde el que dice que es muy fácil dejar de fumar, porque “yo ya lo he dejado 25 veces”, hasta el que, por un motivo “muy” especial, lo deja definitivamente. Por ejemplo, el que esto escribe.
Cuando en las aulas de los institutos, en la mesa del profesor, quizá no hubiera tiza o borrador pero sí un cenicero, el menda se tiraba tres cigarrillos por clase. Pero también a los alumnos, cuando había exámenes, se les permitía fumar.
Hoy, todos, profesores y alumnos, serían considerados reos de lesa majestad, terroristas ambientales, asesinos del aire, envenenadores inconscientes y merecedores de la cárcel.
El menda, o sea yo, dejé de fumar “por la cuestión sexual”. Y no es que mi mujer me amenazara con la abstinencia sexual obligatoria y me condenara al único camino sexual que nadie puede quitarle a uno, el autoerotismo. No.
Yo dejé de fumar, de golpe y porrazo, “por cojones”. (Y no tengo que explicarlo, porque todos lo entendéis).
Dicen los científicos que “el optimismo es el camino más corto hacia la felicidad”. Y es verdad. Pero es para la “felicidad individual”, porque la “felicidad social o justicia” poco tiene que ver con el optimismo de una sola persona.
Estoy refiriéndome a mi Presidente del Gobierno, que es un “optimista existencial”.
Le pregunto al diccionario por “optimismo” y me dice que es “la propensión a ver y juzgar las cosas en sus aspectos más favorables”, pero como las cosas, como las monedas, tienen dos caras… (Recuerdo haber escrito, hace un tiempo, sobre “el otro lado de las cosas”)
“Verlas y juzgarlas” son acciones e interpretaciones subjetivas, que no tienen por qué concordar con la realidad objetiva.
Si me pongo unas gafas con cristales de color rosa veré y juzgaré las cosas como rosáceas, que es distinto a que las cosas sean así
Pero debemos distinguir, al menos, dos tipos de optimismo:
1.- El optimismo sensato, que es el de aquel que, viendo, sin gafas de colores, cómo va la realidad e interpretándola correctamente, se adelanta, con su mente previsora, y prevé la meta y el camino directo o más corto por el que llegar a ella.
2.- El optimismo existencial insensato u optimismo antropológico que es el de aquel que no ve la realidad, o que no quiere verla, o que sólo ve una cara, o que la interpreta mal, y que es capaz de ver “brotes verdes” en pleno desierto, porque sólo ve un espejismo, o el que ve un futuro mejor mientras está despeñándose, o el que se resiste a reconocer la realidad y negar lo que todo el mundo ve y, así, no afrontar, a tiempo, la situación…
Éste es el optimismo de mi Presidente del Gobierno, que, a medida que la economía, mes a mes, está sumergiéndose, y el paro elevándose, sin ver cuándo pararán, él ya afirma que hemos tocado fondo, y como no se puede irse más allá del fondo, él ya ve puestos de trabajo “el próximo mes”, que volverá a repetirlo el mes siguiente, y al siguiente, y al siguiente,…
No creo que le haga la competencia y le quite el puesto, ni a Rappel ni a Aramís Fuster.
Naturalmente que, si yo anuncio que habrá riadas, terremotos y escapes radiactivos, en general, alguna vez acertaré, pero mientras tanto…
Si las tres preguntas metafísicas siempre han sido: “de dónde vengo”, “qué soy” y “a dónde voy”, hoy, en España, al menos, habría que añadir una cuarta pregunta metafísica: “cómo llegar” a la meta. Nadie discute, nunca, el “qué”, las metas a conseguir, (la justicia, el bien común, la felicidad social…), la discusión es sobre el “cómo” llegar, por “dónde” ir.
No seré yo el que afirme que la cabeza de mi Presidente está menos amueblada que un piso de okupas, lo que digo es que mi Presidente debe tener puestas unas gafas de color, que son las que le hacen ver la realidad en colores, y por eso no acierta y crea falsas expectativas, que luego no se cumplen.
Si a los pesimistas se les hace de noche antes de que llegue la tarde, mi Presidente ve el sol en plena noche.
Si, a nivel individual, el optimismo existencial o psicológico, anímico, influye hasta en la longevidad de uno, y una sonrisa, una actitud positiva, ayuda a enfrentarse a circunstancias obstaculizadoras de manera eficaz, esto no ocurre a nivel social. Peor aún, ese optimismo, a prueba de bomba, es un freno, un obstáculo, un desvío para la solución.
Dicen los psicólogos que los optimistas son más felices al percibir el mundo con ojos más halagüeños, pero es “su mundo”, porque en el “mundo social, el de ahí fuera”, ninguna percepción subjetiva halagüeña puede enderezar lo objetivamente torcido.
Yo, a mi Presidente del Gobierno, le deseo toda la felicidad del mundo, pero se la deseo por ser persona, no por ser Presidente del Gobierno. A éste no le deseo, le exijo que aplique respuestas eficaces y si no puede o si no sabe, que lo deje.
Talante y talento ni se implican ni se excluyen. El talante da más votos, el talento es más eficaz. Prometer sangre, sudor y lágrimas es perder las elecciones, lo sabemos todos, pero, quizá sólo sangrando, sudando y llorando pueda llegarse a buen puerto (aunque he leído que Churchill también añadía “trabajo”).
La sonrisa constante encandila, pero la sociedad puede romperle la cara al que sólo sonríe, cuando tántos están llorando.
Últimamente la sonrisa ha ido dando paso a una cara de tristeza, veo a mi presidente como agrietado y con ojos vidriosos. Y lo que tampoco me da garantías es la barba salvaje, la cara triste y el gesto adusto del posible futuro presidente.
Dicen los optimistas: “al mal tiempo, buena cara”, a lo que le responden los realistas y pragmáticos (entre ellos yo), “al mal tiempo, buena casa, donde resguardar la cara”.
Cuando oía a mi Presidente pedir que arrimáramos el hombro, siempre pensé que, si íbamos en la dirección equivocada, era mejor no arrimarlo, porque no todo cambio es mejora, puede cambiarse a peor (ahí están las cambiantes Leyes de Educación). Regresar del camino equivocado es un progreso. Enmendar el error, es un acierto.
Si la Economía va mal, todo irá mal. Si la Economía va bien, todo PUEDE ir mejor.
Hoy, ningún pobre se considera bienaventurado, aunque el progreso económico no lleva, necesariamente, al progreso social, moral, cultural.
Recordemos, finalmente, que la sociedad progresa no cuando se hace más rica, sino cuando se hace más humana.
Apreciado Tomás, ¡me encanta leerte!
ResponderEliminarDecía Ramón de Campoamor, que las cosas son según el color del cristal con que se miran y, ello, da lugar a condicionar inevitablemente la percepción de lo que observamos.
Tu presidente y el mío, debe llevar las gafas de cristales verdes, de ahí sus famosos, “Brotes…” que por más que se “riegan económicamente”, no hay modo de que afloren y, ya estamos en la “séptima primavera.”
Tu presidente y el mío, debe ser un político de “talante sin talento” muy optimista; son los que generan más esperanzas de victoria, pero… no suele asumir su responsabilidad personal por los fracasos y, se los achacan a otros.
Tú dices, que no te gusta la “cara” del posible futuro presidente: ¿Y tú crees que el posible futuro presidente puede tener otra cara ante la posible cosecha que le va a quedar?
A este señor, se le está haciendo ya de noche…y son las tres de la tarde.
Un cordial saludo, Maruja