domingo, 3 de abril de 2011

EN NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL SANTO MERCADO.

Al padre podemos llamarlo José, ya estaba jubilado, aunque pintaba pisos, en compañía de un antiguo compañero del transporte, sin dar factura, naturalmente, lo que los convertía en estafadores sociales. Terminó deslomado, derrengado, arriñonado. Llevaba un corsé. Mi abuela decía que se había mancado dos veces.
Todavía no eran frecuentes las carretillas elevadoras. El se echaba a las espaldas los sacos de sal, de harina, de trigo, de patatas... El pequeño transportista nunca elige el tipo de mercancía. Se había recorrido España como una araña en su tela. No sabía cuál era su destino, sino la noche anterior.
Honesto (de cintura para abajo) siempre y honrado (de cintura para arriba) cabal. Poco tiempo había disfrutado de su hijo.
Se había prometido que su hijo no andaría arrastrado, como él. Que haría estudios, lo que él no pudo hacer.
Como todo padre, desea que sus hijos “sean más que él” en la vida.
Con mucho sacrificio había cancelado la hipoteca del pisito, de 60 metros cuadrados, en el Barrio del Carmen, barrio obrero, lugar de residencia de los percheleros.
También disponía de un Seat 127, en el que, algún domingo, con su mujer y su hijo, subía a la Venta El Túnel, a comer migas o plato de los montes.
Había ido con su mujer dos veces, a Benidorm y a Roquetas, por el INSERSO. Era cuando Antoñito, su hijo, se quedaba en casa de la abuela.

A Antoñito lo conocí en el Instituto. En primero de Bachillerato lo tuve en Filosofía y en Ética (no había querido elegir Religión). En segundo le di Historia de la Filosofía y Sociología. Fue un buen estudiante y mejor persona. Noble, sin aristas, atento, amigo de todos y enemigo de nadie, servicial.
Recuerdo que, siendo tutor de primer curso, un día llegó su madre a preguntarme por su hijo. Le dije que yo tenía ya dos niñas, pero que si, algún día, decidía echarlo de casa, que me avisara, porque lo adoptaba, como hijo. La mujer se me echó a llorar como una Magdalena y a mí, también, se me saltaron las lágrimas.
Buena nota en selectividad y a Ingenieros Industriales. Tres cursos, tres años, y en Junio. Aprovechaba los veranos para mejorar el inglés e introducirse en el alemán, trabajando en el chiringuito El Canarias, en la Carihuela. Y ya, de camino, se sacaba unos euros.
Era muy pragmático. Cuando libraba algún sábado, se iba con Nerea, una chica compañera de curso en el Instituto, a la discoteca del Puerto, en Benalmádena. Pero le jodía tener que pagar seis euros por cada cubata. A cuatro por cabeza, casi 50 euros. Así que, junto a muchos chicos de su edad, durante algunas horas hacían botellón, en la playa, y a las tres de la mañana, y hasta las siete, con una sola copa se tiraban bailando.
El viaje fin de carrera fue a Cancún, como casi todos, le costó una pasta y no le gustó tanto.
El día de su graduación iba elegante. Yo nunca lo había visto con traje y corbata. Mereció la pena el acto, por ver la cara de orgullo de sus padres, vestidos para la ocasión.
Con el título en la mano se dirigió al

Santo Mercado.

Primero al Mercado Laboral. Pocas y malas ofertas de trabajo, que nada tenían que ver con su preparación de Ingeniero. Desde ayudante de jardinería a sustituto de bedel. Desde repartidor de publicidad (buzoneo) a ayudante en un taller de aluminio. Al final aceptó dar clases de informática en una Academia, a niños de primaria, en el nivel básico.
El horario era por las tardes, después de que los niños salieran del colegio. 645 euros al mes, más dos pagas extraordinarias de 425. Un trabajo que podía hacer el que hubiera hecho Formación Profesional. “Sueldo acorde con el trabajo, no con su titulación” – le habían recalcado.
Compraba la prensa y se metía en Internet buscando ofertas de trabajo. Para las que podían interesarle le exigían experiencia en un trabajo igual o similar. Algo que él no tenía.
A Nerea le pasaba tres cuartos de lo mismo. Había terminado Económicas y estaba, temporalmente, de cajera en el banco Sabadell. Por las tardes también tenía que ir al Banco a hacer programas de perfeccionamiento, por ordenador, trabajo que era controlado desde la Central de Barcelona. Mileurista y gracias.

Cuando se juntaban los fines de semana y contaban sus ahorros, a la vez que sus penas, unas veces reían, otras lloraban. Porque más de una vez, por matar el tiempo, habían acudido al

Mercado inmobiliario. Dos dormitorios y un baño, en el extrarradio, 165.000 euros, más IVA (esto siempre se lo recalcaban). Dos letras de 20.000, 25.000 a la entrega de llaves y 100.000 de hipoteca, a 30 años, 945 euros mensuales.
Se cruzaban las miradas, se reían y salían, no sin antes darle las gracias a la señorita..
Una vez, ya por cachondeo, acudieron al

Mercado de Capitales, al Banco. Preguntaron cuánto podían concederles de préstamo. Presentaron sus nóminas. El Interventor, por educación, no se echó a reír, pero los fulminó con su mirada. Lo primero que les exigió fue la presencia de sus padres, con escrituras y títulos de propiedad, para que firmaran como avalistas. Gastos de apertura de cuenta, obligación de la subrogación de la hipoteca, seguro de vida de ambos mientras estuviera vigente la hipoteca, así como seguro de hogar, y domiciliaciones de nóminas y servicios.

¡Nos creímos tan modernos y tan ufanos de serlo¡.. que desinstalamos al único Dios, monoteísta y sagrado, de toda la vida, que condenaba la usura, que amenazaba, pero que perdonaba y prometía, y destruimos la peana en que se asentaba, con el instrumento de la razón, inconscientes de que los dioses son como la Hidra de Lerna, la bestia acuática, en forma de serpiente y de múltiples cabezas.¡
De cada cabeza cortada surgían dos.
Del Dios, divino, apeado de su peana, surgieron dioses profanos por doquier, que reclamaban peanas, para poder ser temidos, sin ser protectores.

Al monoteísmo divino le siguió un politeísmo profano, obsceno, que no admitía arrepentimientos, ni promesas, ni propósitos de enmienda sino firmas, para poder ir, con la ley, contra ti.
Nos obligaron a ser y nos convertimos en Sísifos, de por vida, con la nueva piedra, la hipoteca, cada vez más pesada, porque el Banco Central Europeo...

Hércules, en uno de sus trabajos, se ayudó de su sobrino, que cauterizaba cada cuello sangrante de la Hidra, para que no surgiesen más cabezas.
¿Dónde están los Hércules y los sobrinos, actuales, para acabar con las nuevas hidras, con los modernos leviatanes, sin forma, ubicuos, anónimos pero existentes, especulativos, cuyos santuarios los tenemos en cada calle de nuestras ciudades?.

Antoñito y Nerea salieron a la calle, caminaban agarrados de la mano. Se miraban como corderos degollados. Se lo preguntaban todo sin decirse nada. Se veían jóvenes, pero sin futuro. Pasaban ante los nuevos santuarios profanos, con los nuevos ministros, en su interior, con sus nuevas vestiduras de traje y corbata, que dirigían, a la perfección, la nueva liturgia, cumpliendo los protocolos, de inversiones, de préstamos, de caja,… pero sin confesonarios.

¡Tanto estudiar para esta cadena perpetua¡
¡No tenemos perdón de Dios¡

Al pasar ante cualquier Banco o Caja se santiguaban, con la señal de la cruz, y musitaban, EN NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL SANTO MERCADO.

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