domingo, 28 de junio de 2020

FLORILEGIO 15 ( 10 ) FUNCIÓN SOCIAL DE LA RELIGIÓN.


FUNCIÓN SOCIAL DE LA RELIGIÓN.

Es sabido por mis lectores que este agnóstico siempre ha sido un acérrimo defensor de la Semana Santa malagueña y los tronos en la calle.
Y no es, evidentemente, por su religión (no he dicho “religiosidad”) sino por considerar a la Semana Santa como un fenómeno cultural y social.

Dichos conceptos, “cultural” y “social” son caminos alternativos o modos relacionados de considerar los mismos fenómenos.

El hecho religioso, como cultura, es un sistema ordenado de valores y creencias por los que muchos hombres se orientan en la vida.
El hecho religioso, como sociedad, es ese conjunto de personas que actúan e interactúan en base a un modelo cultural y es esto lo que da lugar a la existencia de que sea un fenómeno social.

El mismo hecho y dos funciones distintas aunque, muchas veces, independientes o conjuntas.

A la sociedad moderna occidental suele calificársela como secularizada, entendiendo por “secularización” la emancipación de amplias áreas sociales –política, arte, moral, educación, ideología,…-respecto a la tutela de lo religioso.

Una ciudadanía secularizada está, exclusivamente, bajo la responsabilidad de sus ciudadanos, que han aprendido a convivir sin la protección de las religiones.
Esta progresiva secularización es la que acarrea la crisis de las religiones.

Proceso de secularización que no es totalmente moderno sino que comenzó ya en la Baja Edad Media, cuestionando el régimen de cristiandad, incrementándose en el Renacimiento hasta desembocar en la Modernidad, con el empujón de la Ilustración y el triunfo de la Razón, lo que aceleró la progresiva desaparición de las falsas formas religiosas y de la concepción equivocada de lo sagrado, así como de los tabúes y prácticas mágicas o supersticiosas.

Hay, sin embargo, un proceso de “secularización débil” que hace compatible el talante religioso de muchos ciudadanos y el uso de la Razón.
Pero también existe el proceso de “secularización fuerte”, denominado “secularismo” que repulsa el bloque entero de lo religioso, el “ateísmo tradicional”, la otra dimensión de la crisis de las religiones.

La religión ha estado, desde siempre, en la sociedad pero la crisis de la misma que ya comenzó con los ilustrados, se aceleró en el siglo XIX y se asentó entre nosotros en el XX, y aquí sigue, en el XXI.

Esa negación de Dios, ese desligarse de Él, puede provenir de ámbitos distintos, desde lo personal a lo científico, desde lo social a lo ideológico.

Y decimos “ateísmo” (vivir sin Dios, no necesitar a Dios, desvincular de Dios la vida cotidiana,…) y no “anti-teísmo.

Y, junto a estos conceptos de “secularización” y “ateísmo” está el concepto de “laicización” que, unido a los dos anteriores tiene como finalidad la autonomía del Estado respecto a las religiones.

Pero el “laicismo” no es la religión de los no creyentes, ni un sucedáneo de la religiosidad, ni un momento anti-religioso, sino que es la expresión más moderna y perfilada del proceso histórico de secularización que alumbró los derechos y libertades fundamentales del ciudadano actual y permitió la consolidación de las instituciones democráticas que hacen posible nuestra convivencia en libertad y el acceso de todos los miembros de la comunidad a bienes y servicios que garantizan un mínimo de igualdad.

Yo, en mis clases, siempre intenté hacer ver a mis alumnos que ser “laico” (como yo) no era ser “laicista” que es el fanático que intenta que todos sean laicos y abandonen su creencia religiosa.

Mi convivencia se pone de manifiesto en los desfiles procesionales, en que mi comportamiento social no se distingue del de un creyente, mientras que el “laicista” estaría murmurando, gritando,… contra ese fenómeno social de la religión.


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