jueves, 24 de enero de 2019

LAICISMO ( y 2)


Tú puedes pensar lo que quieras y creer en lo que te dé la gana, pero no  hacer lo que la sociedad laica ha tipificado, en sus leyes, como un delito.

Si alguien, varón, pues, maltrata a su mujer (por considerarla de categoría inferior y subordinada) o ahorca a un homosexual porque así consta en el Libro sagrado en el que cree, legitimando así su conducta, es un delito que debe ser justamente, y penalmente, castigado, independientemente de su buena voluntad y del texto revelado al que se ha atenido.

Es sólo la legalidad establecida en la sociedad laica la que marca los límites socialmente aceptables dentro de los cuales debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren sus creencias o sus incredulidades.
Son las religiones las que tienen que acoplarse, que acomodarse, a las leyes de las sociedades laicas, y no al revés.

En la escuela pública, pues, sólo pueden resultar aceptables, como enseñanza, lo “verificable” (es decir, las realidades científicamente contrastadas en ese momento) y lo civilmente establecido como válido para todos (los “derechos fundamentales de las personas”) y no lo “inverificable” que aceptan como auténtico ciertas almas piadosas o ciertas líderes religiosos, con las consiguientes obligaciones morales de sus credos religiosos particulares.

La formación catequética de los ciudadanos nunca puede ser obligación de ninguna sociedad laica, aunque ésta no podrá prohibir que los líderes religiosos catequicen a sus fieles, practicando y predicando su doctrina y su moral, pero NO EN LA ESCUELA PRÚBLICA Y EN HORARIO ESCOLAR.

Las Iglesias tienen sus lugares de culto y de prácticas religiosas, que es en sus parroquias, en los días y en el horario que crean convenientes, pero no en la escuela pública y en horario escolar.

Si no lo creen, y no quieren aceptarlo por considerar que sí tienen derecho, habría que preguntarles si tras el sermón del domingo, en la misa de la parroquia, tendría derecho un agnóstico (como yo) o un ateo a exponer sus ideas desde el púlpito, desde la teoría de la evolución y contra el creacionismo, a la teoría del Big Bang como origen del universo (y no el creacionismo) o la historia de la Inquisición, con sus mazmorras, sus autos de fe y sus castigos varios con muerte incluida.

Nadie duda de que la sociedad actual tiene unas raíces cristianas (han sido muchos siglos durante los que el cristianismo ha estado vigente, incluso como única opción religiosa) para pedir insistentemente que conste en la Constitución Española (también en la Constitución Europea), pero también habría que expresar otras raíces no cristianas igual o más influyentes en las sociedades laicas, como la Revolución Francesa y la Ilustración con su Diosa Razón.

Quizá lo más original del Cristianismo haya sido su vaciamiento progresivo como religión, su secularización paulatina y constante, la “religión para salir de las religiones” separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal.

La sociedad democrática y laica, en la que vivimos, te permite adorar, en la intimidad, a tu Dios, al que elijas y obedecer, obligatoriamente, a tu César correspondiente en las leyes necesarias para la convivencia entre creyentes y no creyentes, o entre creyentes de religiones varias, porque a todos los considera iguales en cuanto ciudadanos.

Sin olvidar que las raíces cristianas también eran las de los antiguos cristianos que repudiaron a los ídolos del Imperio y que, si por ellos hubiera sido, una vez que Constantino les dio la Bienvenida y los instaló en el imperio, habrían destruido el Pan-teón romano o, al menos, haberlo dedicado al Único Dios, Mono-teísmo.

Y raíces también fueron los antiguos agnósticos e incrédulos que combatieron al Cristianismo convertido en nueva idolatría estatal.

Las raíces, pues, son varias y variadas.

El combate por una sociedad laica no pretende sólo erradicar los tics teocráticos de algunas confesiones religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro sectarismo que pretenda someter los derechos de la ciudadanía, toda, a segregacionismos de cualquier tipo.

Ningún ciudadano debería, pues, ser obligado, ni ser necesario, ni siquiera conveniente, jurar sobre la biblia o sobre cualquier otro Libro Sagrado para poder ejerces sus funciones.

Tenemos, todavía, mucho que aprender de Francia, la sociedad más laica, ahora mismo, a pesar del islamismo que se le ha incrustado en el seno mismo de su sociedad.

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