sábado, 12 de enero de 2019

ÉTICA SIN RELIGIÓN ( y 7). EL DERECHO A SER MORAL.



¿Cuál es tu sentimiento si, por azares de la fortuna y la mala suerte, pierdes en el juego o si, haciendo trampas, ganas? Piénsalo.

¿Y ante objetos, bienes y goces próximos e inmediatos y otros a largo plazo? ¿Repites lo de “el pájaro en mano…”?

Una buena educación moral llevaría a sopesarlos antes de una decisión.

El placer de la autoestima y el placer de la “simpatía” con los otros, son una satisfacción, no sólo individual, sino solidaria, como una satisfacción plena.

Y es que la satisfacción propia frente a las necesidades de los otros…

¿No se puede ser feliz, individualmente, siendo felices socialmente?

Ser plenamente feliz cooperando en la promoción de la felicidad humana (y me viene a la mente Vicente Ferrer y Teresa de Calcuta), sentirse plenos, llenos, a medida en que van vaciándose de sí, ser ricos haciéndose pobres.

¿Qué atención se le presta, en la enseñanza, en el sistema educativo a la educación moral?

Y es que los padres, que generalmente suelen ser conservadores, suelen ser los primeros que se sienten desorientados cuando sus hijos comienzan a poner en duda, a reflexionar, a cuestionar sus valores morales, como si vieran o presintieran una deriva inmoral de sus hijos.
Y, si eso es lo que suelen hacer los padres, no digamos las instituciones religiosas cuando se cuestionan sus dogmas y su moral.

Para ambos, padres conservadores e instituciones religiosas, la educación moral consiste en reforzar los valores aceptados por las ideologías imperantes.

La educación moral no consiste ni en la transmisión de máximas absolutas, ya elaboradas, impuestas por la conciencia, la costumbre o la autoridad externa, ni es la simple expresión de las “mores” prevalecientes en una nación, en una etnia, en un Estado o en una época histórica particular.

La educación moral supone dotar al escolar de los instrumentos adecuados para solucionar sus conflictos individuales y colectivos, garantizando a cada individuo y grupo minoritario el máximo de libertad posible compaginable con la convivencia en común pacífica y fructífera.

Derecho, pues, a desarrollar armónicamente su personalidad y derecho a participar en la convivencia organizada de acuerdo con principios armónicos de justicia y de cooperación.

Por supuesto que el objetivo prioritario de toda organización social y de todo sistema legal es la salud física, psíquica y moral de los individuos y de los pueblos, pero difícilmente podrán dejar de reconocer el derecho que a todos los asiste de disfrutar de los medios sociales y educacionales apropiados que nos permitan el acceso a la vida moral en su grado máximo.

El derecho a la educación moral habrá de ser reconocido como uno de los derechos fundamentales de los seres humanos.

Quizá, incluso, sea el derecho humano por excelencia.

El derecho a la educación moral supone reclamar el derecho humano a elaborar normas de acuerdo con las necesidades e intereses humanos, de acuerdo con los principios de bienestar y justicia preconizados por las morales laicas, que derivan su poder persuasivo de la apelación que se hace a los sentimientos de empatía y solidaridad, al margen, y con independencia, de lo que dicten las morales religiosas, condicionadas por dogmas  que hacen de la moralidad un fardo demasiado pesado e inútil, para que pueda ser reclamado por nadie como un “derecho”.

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