viernes, 11 de enero de 2019

ÉTICA SIN RELIGIÓN (6) EL DERECHO A SER MORAL



Pero el derecho a ser moral no implica que haya siempre que obedecer y acatar las leyes, sino que, a veces, implica, la desobediencia y la transgresión de las reglas establecidas (actualmente, los desahucios legales por parte de los bancos y los que, moralmente, se oponen a ellos).

El derecho a ser moral implica una moral prometeica de rebelión contra los dioses despóticos, la lucha contra los dogmas establecidos por la autoridad o por la costumbre.

El derecho a ser moral es la exigencia del derecho a obrar conforme a la racionalidad, como fruto del intercambio y del diálogo entre los participantes en el discurso humano.

Toda persona tiene derecho a/deber de dejar de ser infantil, de moral heterónoma para alcanzar una moral autónoma para lo que es preciso que la autoridad y las normas establecidas no presionen hasta el punto de impedir la maduración personal.

Pero las morales religiosas no están, precisamente, en esta onda para que el ciudadano lleve a cabo una elección racional libre (quieren ser los eternos tutores y que los creyentes necesiten de ellos, porque su objetivo es que crean y, para ello, es mejor tenerlos en el estado infantil).

Y todo individuo tiene derecho a poseer un criterio en Ética, tiene derecho a elaborar racional y reflexivamente sus propios criterios éticos.

Es nada fácil adquirir principios propios que son los que tienen lugar en el nivel postconvencional de Kohlberg, cuando el individuo ya no necesita la aprobación de su grupo o se ha liberado de actuar por temor al castigo.

Las estructuras familiares y sociales son las que tienen que garantizar al niño el derecho a adquirir la madurez necesaria para pensar por sí mismo y llegar a elaborar normas de conducta propias (que no tienen que ser normas caprichosas y arbitrarias, ni siquiera cargadas de subjetividad).

El penoso camino hacia la moral postconvencional sólo es posible si el individuo posee los elementos precisos para el desarrollo intelectual y emocional adecuados y es la sociedad la que debe garantizar las estructuras adecuadas para que el individuo desarrolle su capacidad crítica.

Con independencia de usos, costumbres, autoridades,…existen criterios éticos razonados y racionales que hace que unas cosas valgan como morales y otras no.

Cada individuo debe poder construir su propia ética normativa de acuerdo con los principios que considere adecuados.
No se trata de construir “ex nihilo” un código ético que valga para medir los códigos existentes, sino agudizar sus capacidades críticas a fin de discernir lo que hay de valioso en cada una de las ofertas de la ética normativa a través de las distintas épocas y dentro de las distintas corrientes y autores.

Todo el mundo tiene derecho a actuar conforme a su ideal de vida y no a verse obligado a vivir resignado con un tipo de vida que no considera digna de ser vivida.

A Sócrates su “daimon”, su voz interior, le decía que debía ser fiel y consecuente consigo mismo, a pesar de todos los pesares, incluso la muerte con cicuta, pero han sido muchos los que han querido ser fieles a sí mismos y se han visto obligados a una vida de renuncias morales, simplemente para subsistir, o por presiones sociales o familiares, o por ventajas puntuales y materiales frente a la ventaja de sentirse bien consigo mismo obrando según sus principios.

Cualidad de los placeres vs cantidad de los placeres (“hedonismo cualificado” de  Mill).

Freud veía los tres frentes que acechaban al hombre: su propio cuerpo (condenado a la decadencia y aniquilación), el mundo exterior que le rodea y las relaciones con otros seres humanos. Y, ante esta situación, enfrentado a tantas, a tan inevitables  y tan variadas posibilidades de sufrimiento, rebaja sus pretensiones de felicidad y se considera feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento, relegando a segundo plano, incluso renunciando a lograr el placer.

El placer de rehuir el dolor circundante, siempre al acecho,  más que de disfrutar del placer.

Igualmente, ante las presiones familiares y sociales varias el hombre suele conformarse con una moral bastante mediocre, procurando simplemente no infringir de modo abierto los principios que gozan de su mayor estima, y que le gustaría, rebajando sus pretensiones de felicidad y moralidad.
Factores como el temor al ridículo, el deseo de aprobación, el triunfo social, la estimación afectiva, el prestigio social académico,…le inducen, en numerosas ocasiones, a olvidar su propia estima.

No es fiel a sí mismo, no es consecuente consigo mismo, pero sabe que vive autoengañado, porque lo que, en realidad le gustaría es lo otro, pero buscará argumentos de justificación.

El derecho al equilibrio psíquico es/debería ser una exigencia irrenunciable basado en el principio de autoestima y en la conciencia de la dignidad propia.
Por lo que no parecen deseables la humillación, el servilismo, la subordinación, el acatamiento mecánico e irracional del “supuestamente superior”… lacras morales y sociales que no parecen deseables para una sociedad justa.

Todo hombre tiene derecho a una educación moral para la que tanto la escuela, como la familia, como la sociedad, como los medios de comunicación, como agentes socializadores que son, deberían ir al unísono, a la par que las estructuras socioeconómicas y de poder, con el propósito de lograr dos objetivos: Poder disfrutar del derecho a la autoestima y a incrementar su capacidad de “sympatheia” para disfrutar de los goces que se derivan de la amistad y de la solidaridad con el género humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario