domingo, 30 de septiembre de 2018

CRÍTICA A LA RESTAURACIÓN ( y 5) LOS EPÍGONOS


LOS EPIGONOS

Todo cénit generacional (Unamuno) va precedido de unos precursores y de unos epígonos, como la vertiente de subida y la de bajada en el pico de la montaña.
Ya nos hemos referido a Ganivet, como precursor de la Generación del 98, nos resta escribir sobre los epígonos, la “nómina menor del 98”, los que no están a la altura de los de la “nómina esencial”, ya descrita, los que simplifican el mensaje de los principales del 98.

El más representativo de los epígonos es Eugenio Noel, porque la Generación del 98 no fue sólo una generación literaria sino todo un ambiente de la época, y en esto si contribuyeron los epígonos.

Los impulsos reformistas del regeneracionismo necesitaban un cambio de mentalidad, una nueva conciencia, una transformación de la actitud de los españoles, y ahí estaban los epígonos, entre los que habría que contar con Carlos Arniches, los hermanos Álvarez Quintero, Wenceslao Fernández Flores, Julio Camba, el pintor Gutiérrez Solana…

El “problema de España” va ser un “nacionalismo ideológico basado en el casticismo, mirando al pasado para buscar allí su esencia, cayendo en una especie de narcisismo, de “nacionalismo pintoresco”.

EUGENIO NOEL (nombre literario de Eugenio Muñoz Díaz, en un madrileño que moriría en Barcelona en 1.936)

Conferenciante que recorre España y articulista y siempre combatiendo el flamenquismo y apostando por los héroes de la ciencia o del progreso.
Azorín lo elogia y Unamuno lo alaba: “reconforta el corazón ver que aún no se ha desvanecido el alma de Dos Quijote”.

Los hombres del 98 ven en él a un abanderado del progresismo y del europeísmo y que será real cuando desaparezca la raíz que los ahoga: el flamenquismo.

Va predicando por medio mundo Europa, África, América) no sólo su antiflamenquismo sino también su pasión antitaurina.
Posee una amplia obra literaria: novelas románticas, su preocupación cientifista frente al mito de la religión y los ensayos o artículos polémicos.

Él no se ve como de la Generación del 98, alaba a Costa y se ve como un médico ante su patria enferma, considerándose su redentor.
Igual que Cervantes, con su libro de caballería, acabó con los libros de caballería él se considera el aniquilador de las corridas de toros (foco de infección del flamenquismo), lo que es una manera de cumplir con el programa de Costa: “echar siete llaves al sepulcro del Cid”.

El programa reformista y regeneracionista le lleva a dar primacía al valor ético y moral de la literatura frente a su componente estético, pero con la preocupación del problema nacional y de investigación científica.

Es tal su actitud crítica ante estos problemas que algunos lo considerarán como un “antipatriota” y la persona que mostraba ser lo que fuertemente criticaba.

Muchos criticaron su ambivalencia: “daba una fiesta de toros, al revés, era el antitorero, pero tan flamenco como un torero” –dice de él Gómez de la Serna.

Su ideología (ya lo hemos indicado antes) es el antiflamenquismo y el tema antitaurino.

Todo empezó con la batalla de Villalar, en 1.521. ¿Por qué la parte de España no castellana no ayudó a Castilla contra la dominación carolina? ¿Por qué abandonaron a Castilla? Así el despotismo venció a muy bajo precio y se perdió el genio entero de la raza. Así se produjo el divorcio entre el Pueblo y el Estado.
¿Dónde quedaron los valores de la ciencia, de la cultura y del progreso?
Todos los males de la sociedad española tienen una cabeza: el flamenquismo, así que si amputamos la cabeza los males desaparecerán como por ensalmo.

Monta una campaña antiflamenca con el proyecto de constituir una Orden de Predicadores Laicos para luchar contra el fanatismo de las órdenes y asociaciones religiosas, predicando el espíritu científico y los valores del progreso, implícitos en un laicismo combativo.

Tenemos que ser capaces de convertir el fanatismo religioso en un fanatismo laico.

Igualmente mordaz es su crítica contra el majismo ibérico (el matón, el bandido, el gitano, el señorito) pero el núcleo mismo de todo este majismo y flamenquismo son las corridas de toros.

A intentar acabar con ellas porque ellas son el foco infeccioso que va a propagar la enfermedad al resto del organismo social.
“La cuestión de los todos –dice –se ha tomado a broma en España por los pensadores y por los historiadores. Unos y otros se molestaron siempre cuando se les hacía notar que la desmedida afición española a sus fiestas taurinas encerraba nada menos que la sustancia del carácter nacional”.

Es triste que hoy día, en el 2.018 todavía se la siga denominando la “Fiesta Nacional”

El espectáculo es inmoral.

Es exquisito su detallismo.

En un país en que se trabaja poco, reina la incultura, se desconoce el valor de la tierra, se despilfarra el dinero y se mantienen improductivas las fuentes de riqueza es inmoral que existan (según sus cálculos) 396 plazas de toros, en las que se dan 872 corridas y a las que asisten 7 millones de espectadores.

“En esas orgías se matan 4.396 toros, cuyo valor es de 5. 318.000 pesetas, y 5.618 caballos que fenecen entre los más espantosos e inmerecidos martirios. De divertir a tal gente y de tal modo se encargan 62 matadores de alternativa y 324 novilleros, con 1.144 cuadrilleros de oficio, que cobran cerca de 4 millones de pesetas”

Este abandono de la conciencia social de un pueblo es grave pero es más grave aún la función psicológica que las corridas representan para el español medio, puesto que se ha convertido en un medio vicario de realizar sus ideales de grandeza.

“Como está en su médula de estirpe ser siempre grande, ideal, aventurero, primero en todo, hasta en las torpezas, nuestro pueblo, derrotado por el estudio progresivo de las demás naciones, acorralado por la ciencia contemporánea, quiere mentirse un valor y una significación equivalente a su poder pasado, a su legendaria historia”

Los grandes toreros resultan ser la expresión de los antiguos héroes de la legendaria historia española (descubridores, conquistadores, capitanes).
Ser un gran torero es su ideal evadiendo cobardemente la triste y mísera realidad que le rodea.

Joselito y Belmonte eran más que toreros, eran “semidioses”.

“El pueblo va a los toros a fingirse que es, aún, un pueblo valiente y digno de su historia, pero nosotros le descubrimos que no son gigantes sino molinos de viento, que los picadores no son los lanceros de Farnesio, ni los banderilleros los tercios de Espínola; nosotros decimos al pueblo que es pobre, muy pobre y que sólo salva de la bancarrota el ahorro; nosotros le confesamos que es un crimen la diversión cuando ha de trabajarse sin cesar en la regeneración de una raza que se pudre roída por la sarna”

El torero se les aparece como encarnación del valor militar corrompido y de aquí el valor simbólico del trajetorero: un traje de luces, “que tiene el poder de despertar nuestros instintos heroicos y destinos históricos”

El valor viene representado por el Traje de Luces, que es el Traje por excelencia, y no por el Traje Flamenco.

El torero es el prototipo de los valores nacionales en su degeneración actual.

Este rechazo a los toros era compartido por los integrantes de la Generación del 98.

Para Unamuno, por ejemplo, “los más exaltados taurófilos se encuentran entre los católicos militantes…y es reaccionario mantener la afición…. mientras la gente discute la última estocada de Pavito…. “Panem et circenses” era una de las máximas de la política de los emperadores romanos y nosotros la hemos traducido por “pan y toros”

Es doloroso. Barbarie del espectáculo de sangre…pidiendo más caballos…el torero moribundo…pero que el espectáculo continúa.
“Y la afición al toreo se da la mano con la flamenquería, la chulería, y aún con otras cosas peores”.

“El toreo es la degradación del concepto de valor en la vida de la sociedad. No es aceptable que los peligros de la vida han de afrontarse como los cuernos del toro, con habilidad, con el engaño” –sentencia Azorín.

El ambiente taurino crea un ámbito de espiritualidad.

Lo que vale es el valor-fuerza, no el valor-inteligencia, no el valor-altruismo, cuando debería ser lo contrario.

Pero lo que pasa con Noel es que sabe tanto de toros, lo explica tan bien, se regodea tanto en los detalles, que parece que está invitándote a lo que quiere que te opongas.

Los miembros de la Generación del 98, que se consideran liberales, progresistas, modernos y abiertos recaen en lo mismo que quieren combatir: una delectación narcisista en lo castizo, lo popular, la tradición.
La renovación literaria, la estética nueva, les hace parecer diferentes pero, en el fondo, no lo son. El casticismo, del que todos participan en alguna manera es la pantalla ideológica que produjo semejante espejismo






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