lunes, 30 de enero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (30.2) EL DESTINO



En la obra de  Shakespeare “Romeo y Julieta” la tragedia se desata porque Romeo no llega a enterarse que Julieta no está muerta. Creyendo muerta al amor de su vida, Romeo se mata, y ella al despertar lo ve muerto, y se mata. Pero ¿Qué hubiera pasado si Romeo se hubiera enterado a tiempo? ¿O si ella hubiera despertado minutos antes? ¿Habrían tenido igual un final trágico? ¿Pero se puede escapar del destino cuando ya está escrito? Si lo trágico son las acciones y decisiones de los hombres: ¿se puede evitar la tragedia?, o ¿nuestro destino ya está predeterminado y controlado por el metafórico hilo de la vida?

Es el eterno dilema:¿Controlamos nuestras vidas o somos simplemente marionetas de aquella fuerza desconocida que llamamos causalidad, erróneamente por algunos llamada casualidad?

¿Soy lo que soy porque ya estoy predeterminado o porque yo lo voy eligiendo poco a poco hasta llegar al fin último?
 
Y sigue la pregunta, y sigue el problema: si todo ya está predeterminado, porque nos han nacido así, si cualquier acción está justificada por, digamos, nuestra carga genética ¿cómo introducir la responsabilidad moral? ¿Cómo vivir en sociedad sin aceptar responsabilidad moral por nuestros actos?
De esta manera cualquier barbarie o acto criminal estaría justificado: yo soy así, mis genes, no yo, me hicieron hacerlo.

¿Estamos con Sartre y que el hombre NO tiene otra opción que elegir, que “el hombre está condenado a elegir", por lo que cada uno es responsable moralmente por sus actos?
¿Nos han lanzado, nos han arrojado a la existencia, y no tenemos más remedio que optar, entre esto o lo otro para irnos esencializando y seremos según lo que hayamos elegido, siendo responsables, también, y al mismo tiempo, de aquellas opciones a las que hemos renunciado?

Estábamos tan tranquilos con Newton hasta que llegó Einstein, que fue el que sentó las bases de la nueva física, pero que nunca terminó de aceptarla.
No podía concebir la idea de un universo sujeto a probabilidades.

"Dios no juega dados con el universo" decía (algún científico, jocosamente, le respondió que eso era porque le gustaba jugar al dominó, al parchís...)
La solución que encontró fue la de vivir la vida "como si el libre albedrío de hecho existiera" a pesar de saber que esto no es así. 
La moral aquí no sería más que una conveniencia práctica, un requisito indispensable para poder vivir en sociedad, actuar, en otras palabras, como si los hombres fueran en efecto responsables por sus actos aún sabiendo que sus acciones ya están predeterminadas.
"Yo sé que, filosóficamente, un asesino no es responsable por el crimen que comete, pero preferiría no tomar té con él".

De cualquier manera estos resultados son un ataque contundente a la noción de libre albedrío.
Los que defienden esta postura sostienen que el libre albedrío no es más que una ilusión.
Creemos que decidimos cuando en realidad esta decisión ya fue tomada de antemano sin nuestro consentimiento.
"El libre albedrío es una ilusión, una ilusión muy persistente, comparable al truco del mago que ha sido visto una y otra vez”.
"A pesar de que sabemos que es un truco, caemos siempre en la trampa y nos dejamos engañar".
O: "Claro que creo en el libre albedrío. ¡No tengo otra opción!

Como siempre, las cuestiones humanas que nos preocupan hoy (“de dónde venimos”, “quiénes somos”, “a dónde vamos”, “libertad o destino”….) estaban ya presentes en los griegos, en su vasta y rica Mitología.
En ella, las Moiras (“repartidoras”’) eran las personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata (plural neutro de “Fatum” (destino), eran las Laimas, en la mitología báltica y en la nórdica las Nornas.

Vestidas, siempre, con túnicas blancas, su número, durante mucho tiempo variable, terminó fijándose en tres.
La palabra griega “moira” significa ‘destino', ‘parte', ‘lote' y ‘porción' simultáneamente.
Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte (y del más allá).

Una vez su número se hubo establecido en tres, los nombres y atributos de las Moiras quedaron fijados:
1.- Cloto (“hilandera”) hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Su equivalente romana era Nona, originalmente invocada en el noveno mes de gestación, próximo al nacimiento de la nueva criatura...
2.- Láquesis (“la que echa a suertes”) medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima.
3.- Átropos (“inexorable” o “inevitable”), literalmente “que no gira”, es la que cortaba el hilo de la vida y era la que elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus «detestables tijeras» cuando llegaba la hora. Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’), y es a quien va referida la expresión "la Parca" en singular.

Tejer – medir –cortar.

“Que no te visite, alejar a, la Parca

En la tradición griega, se aparecían tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida.
En origen muy bien podrían haber sido diosas de los nacimientos, adquiriendo más tarde su papel como verdaderas señoras del destino.

Por todo ello, y en especial por el predominante papel de Átropos, las Moiras inspiraban gran temor y reverencia, aunque podían ser adoradas como otras diosas: las novias atenienses les ofrecían mechones de pelo y las mujeres juraban por ellas...

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