lunes, 9 de enero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (19) LA VEJEZ

“Podéis llamarme viejo” – decía Sampedro, en una entrevista.

Afirma Einstein que Materia y Energía son lo mismo, y lo que sólo varía es su forma de manifestarse.
Suya es la ecuación de todos conocida de que Energía es igual a Masa por la Velocidad de la Luz al Cuadrado o E = M.C al cuadrado (es que no sé poner el exponente 2 encima de la C).
La Materia es Energía acumulada, estructurada, aglomerada.
Llega un momento en que la Energía acumulada se estructura y da un salto cualitativo convirtiéndose en Materia.

Me pregunto si el viejo no es “una energía psíquica acumulada”.
Pero poder acumular y seguir acumulando energía psíquica uno tiene que estar no repleto, no lleno, sino con vacíos posibles de rellenar con más energía psíquica, de la que saldría la materia psíquica actualizada o carácter, la personalidad.

Lo que actualmente somos es la materialidad psíquica que hemos sido capaces de acumular.

Somos responsables de nuestro carácter o personalidad (no del temperamento, que es innato y depende de nuestra fisiología).

Los hombres somos un tipo de seres que estamos bailando entre lo que retenemos de nuestro pasado, lo que vamos soltando por el camino y lo que vamos tomando de nuestro presente.
Somos el resultado momentáneo de nuestro intento de completitud, siempre móvil y cambiante.

Vivir en pareja, la llegada de un hijo, la muerte de un familiar, la suerte o la desgracia sobrevenidas,…obligan a vaciarnos de ciertas cosas y tomar y tener que preocuparse por otras nuevas que, sumadas a las anteriores, conforman la momentánea suma total, por el momento.

Hay personas que, al envejecer, se le encastran en sus mentes ciertos esquemas que lo petrifican, que lo vuelven menos voluble, más rígido de lo que ya antes hubiera podido ser.
Se vuelven dogmáticos, o más dogmáticos, pero otros, como Sampedro, (y yo mismo) nos aceptamos, nos hacemos más libres, más tolerantes, más comprensivos hacia los otros, más relativistas.

Este segundo tipo de vejez ya no pide sino que los dejen ser ellos mismos, sin resentimiento contra nada, ni contra nadie.
Este tipo de viejo sólo pide que lo dejen ser viejo a su manera, que lo dejen libre y en libertad.

Yo ni soy joven, ni envidio a la juventud, ni añoro mi juventud pasada, ni me disfrazo de joven.

Cuando me reprochan que, en vez de andar, lo que hago es pasear, ya no digo correr, para poder llegar a tiempo, que voy muy lento,… siempre respondo lo mismo: “por eso salgo, siempre, una cuarto de hora antes de tiempo, porque ahora ya soy dueño de la administración del tiempo, que es “mi tiempo”.

Orgullosos estamos los viejos de haber llegado hasta aquí y así, a pesar de las condiciones de todo tipo nada favorables, orgullosos de nuestra vida vivida y de nuestra vida presente (al menos yo).

Nuestros (al menos mis) planes de futuro son a muy corto plazo, mañana, la semana que viene, el mes que viene.
Y no es que no deseemos más, es que ya sabemos que en cualquier momento la vasija de nuestro cuerpo puede agrietarse, abollarse o, lo que es peor, caerse y descalabrarse.

Mi vida profesional (la mía, más concretamente) ha quedado atrás pero ella ha sido la que me ha proporcionado esta intensa y lúcida vida que llevo ahora mismo.

Vivo como quiero vivir, vivo como soy y no me considero material de desecho, ni yo ni ningún viejo.
Lo que nunca intento es aparentar lo que no soy y, en ese sentido, no soy hipócrita.

Siempre me maravilló la entereza y la lucidez con que vivió Sampedro hasta el último momento.

“Yo creo que la idea de “final” no debe producir angustia ni tensión. A mí me da (y a mí también) una perspectiva del instante que es más valioso porque no es inacabable (...) la sensación de saber que dentro de poco estaré menos fuerte, (y mi carne estará más flácida, y mis huesos más…) más cerca del final, (eso) revaloriza aún más mi presente”.

Sabemos que vamos acumulando experiencia, lo que es bueno, (aunque cada vez sea menos valiosa en los tiempos actuales que vivimos) pero sabiendo que el uso, tanto de la carrocería somática como de la mente, conlleva un desgaste, y que llegará un momento en que se presente un desvío mental, siendo ya irrecuperable volver al camino seguido hasta ahora, pero, mientras tanto no llegue ese momento ¡a disfrutar del instante!
Es por eso por lo que nos aferramos más al presente, gustándolo, degustándolo, saboreándolo, porque sabemos que un día no muy lejano nuestro presente se habrá diluido.

¡Qué suerte y, a la vez, qué tragedia la de los viejos que hablan en pasado de sus amigos porque aparcaron su vida en la cuneta del vivir!

“Esa es la tragedia de las personas de edad avanzada: cuando hablar de los amigos es como repasar una agenda de muertos”.

¡Qué descripción más certera!

Y es verdad que, a veces, en vez de llevarnos nuestro cuerpo, somos nosotros los que tenemos que tirar de él, porque las articulaciones chirrían y necesitan un poco de 3 en 1, o el estómago protesta, a su manera, al tener que enfrentarse a un cocido madrileño, a una fabada asturiana o a un chuletón de Ávila con patatas panaderas.

Las goteras ya son como de la familia y el espejo parece disfrutar de la calvicie o de las entradas o de las canas, y de las ojeras, y de las patas de gallo (que cada vez se parece más a un gallinero).
Pero ¿y qué?, Es el tributo por haber vivido.
Nuestro cuerpo es, cada vez más, el hombre del tiempo.
Y visitamos al endocrino (el azúcar en sangre no es nada dulce, y el colesterol es desperdicio en el camino de la sangre, y debemos tenerlos a raya. Y, también, al menos anualmente, pasamos la I.T.V. de nuestra próstata, con la ridícula postura que debemos poner para que el dedo… (Yo, al menos, descubro que no es esa la sexualidad que me va).

Casi tenemos el título de propiedad de paseos marítimos, de los bancos del parque, hacemos de vigilantes de las obras municipales, criticamos a los trabajadores “porque en nuestro tiempo…”
Y disfrutamos con la vista, practicando el jubileo de la pestaña, ante las madres jóvenes empujando el carrito del bebé, o de las niñeras con cuerpos rabiosamente desafiantes.

Y, luego, tenemos ese otro tipo de placeres, cogiendo grillos y saltamontes con los nietos, leyéndoles cuentos o inventándonos historias, yendo a los chinos,…

Somos testigos vivos de cómo las pilas se gastan y no duran tanto como querríamos.

Estamos cumpliendo la sentencia de Ortega: “la vida se nos da, pero no se nos da hecha” y hemos tenido que hacérnosla en tiempos nada fáciles, con pocos y malos materiales, con murallas morales casi insuperables,..  y, ¡la verdad!, no nos ha salido tan malo el resultado final.

Se nos ha traído a este mundo sin consultarnos y sin nuestro consentimiento y quienes lo han hecho, queriéndolo o sin querer, habiendo sido invitados o intrusos, tienen la obligación legal y moral de criarnos y educarnos lo mejor que puedan hasta que seamos capaces de andar y valernos solos, manejando el timón de nuestra vida.

He dicho y repetido veinte mil veces (¡andaluz que es uno¡) que No nacemos sino que nos NACEN, nos NACIERON, luego nos HACEN, nos HICIERON humanos, tal tipo de hombres para después, cada uno, tiene que HACERSE PERSONA.
Y si nuestros padres y la sociedad son los responsables y/o culpables de los dos primeros, del tercero cada uno es responsable de su ser PERSONA y ya no vale tirar balones fuera.

Somos responsables del tipo de Persona que somos sabiendo que podríamos haber sido de otra manera mejor si hubiéramos optado por otros amigos, otros trabajos, otros amores,…

Somos, cada uno, el director, el guionista, el actor, el espectador,….de nuestras propias vidas.

“Y, fíjense cómo a la palabra “vividor” se la ha cargado de connotaciones peyorativas, cuando vivir plenamente debería ser la meta ideal para cualquiera”.

Vivir “con” los demás, “por” los demás, no “a costa de” los demás.

Venimos a este mundo ya sin un pan bajo el brazo, es que ni siquiera venimos con un libro de instrucciones, no con una ruta fija a seguir, tenemos que improvisar en cada momento y cada mañana tenemos que enfrentarnos con nuestra “circunstancia”, que debemos sacar lo mejor de ella para sumarlo a lo que hasta ese momento somos.

Quizá hayamos calibrado mal lo que creemos bueno o mejor y nos hayamos equivocado pero eso es un aprendizaje de cómo no debemos hacerlo otra vez.
Sólo el que camina puede equivocarse de camino, pero sólo él puede avanzar. El que está acostado nunca acierta, porque ni tan siquiera lo ha intentado.
Y, como he dicho y repetido, hay que ser inteligente para ser consciente del error y desandar lo andado.
Hay que ser inteligente porque, aunque la suerte está a la vuelta de cualquier esquina, hay que saber de qué esquina puede estar y, sobre todo, a la vuelta de cuáles no puede estar.

El error no es equivocarse, es el no decidirse a poder estarlo para poder darse la vuelta.

Tanto acertar como errar son tipos de aprendizaje.

La Vida no es sólo Razón (aunque también), ni se reduce a ciencias y computadoras, por valiosas que éstas sean (y que lo son). La Vida es también Arte, Pasión, Emoción, Sentimiento,…
En el capitalismo que agoniza esos valores humanos y tradicionales se rinden ante el interés económico.
Esperemos que el dios del mundo que nace (que nazca tras la muerte) sea la Vida como el referente supremo”.

Vivir. Nuestra misión es vivir y nada más. Vivir humanamente, no animal ni vegetalmente.

“Dios nos ha hecho –pone en boca de uno de los personajes de sus novelas- no para que lo adoremos, como dice (y repite) el Catecismo, no para darnos la vida eterna. Nos ha creado, sencillamente, para que vivamos (ya sin Él). Para vernos vivir y movernos porque, en su inmutabilidad, lo necesita para sentir su propia existencia”.

Es como si Dios nos hubiera traído a esta vida para poder Él seguir viviendo. Dios no sería Dios sin los hombres, como los hombres no serían hombres sin Dios (podría afirmar cualquier creyente sincero).

Vivir, pero un vivir intenso, un “vivir vital”.

“Vivir, sin estar ardiendo, no es vivir”.
Como un fuego apagado no es fuego.

“Nosotros nos engañamos creyendo ejercer la vida multiplicando sus manifestaciones (andar, correr, reír, comer, (viajar), pensar, (escribir)…y lo que somos (haciendo todo eso), es ser consumidores de nuestro tiempo, de nuestra vida, y llegamos a su final habiendo pasado de largo por ella” –dice otro de sus personajes.

“No sólo tenemos el derecho de vivirla, tenemos el deber de vivirla. (Pero) la vida, si no es libre no es nuestra. Si (uno) se atiene a lo que otros nos obligan a hacer, no somos nosotros, no somos responsables, no somos los que viven su propia vida, no somos nuestros propios protagonistas. Sólo somos unos ejecutivos mecánicos. Esto es lo que la libertad añade al mero hecho de existir”.

El sentido moral está exactamente en que yo estoy vivo, en que tengo que vivir y que tengo que vivir esta vida, que es la mía, y que reside en la fidelidad a lo que soy, en adaptarme a lo que me rodea, en acomodarme, en encajar, como tú que tendrás que hacerlo, también, aunque de manera distinta porque tu circunstancia ni es ni puede ser la misma que la mía.
Sólo así nos realizaremos al máximo.

“Pero, aunque sólo sea por estética, ya que no por dignidad, el actual estado de vida del hombre occidental es condenable, por eso en mi juventud luché contra él. Pero ya estoy viejo para actuar y me resigno a que la bota me pise el cuello, pero, al menos, no beso esa bota, y protesto cuando puedo (y cuanto puedo) porque hay que seguir en las batallas, aun sin esperanza de victoria”.

Así escribía no mucho antes de morir.
Esa era su manera de practicar el “sentido moral”, obrar coherentemente e intentar que hubiera lo que no había y que dejara de haber lo que, en ese momento, había.
Y desenmascarar la mentira y la falsedad.

“Una hábil manera de esconder la verdad ha sido siempre la de exponer tan sólo una parte de ella y, mejor aún, la menos reveladora (aunque sea la más espectacular). Pero esa parte de verdad debe ser conocida, porque tiene/ (tiene que tener) aspectos interesantes”.

Además, “la verdad nunca es como una estatua, algo indiscutible e indestructible, única y válida para todos”.

Hay muchas verdades de una misma verdad, son las perspectivas orteguianas o la verdad como perspectiva.

¿Cuántas veces habré dicho que no hay “hechos” sino “interpretaciones” y que éstas dependen de los intérpretes y sus puntos de vista, y no de los hechos?

¿Cuántas veces habré dicho que los Derechos Humanos no existen, que no estaban ahí y los hemos descubierto, sino que son creaciones de la mente humana, que son ideales a conseguir y que merecen existir y luchar para que esos ideales se conviertan en realidad en todas las naciones y en todos los hombres, independientemente de su raza, religión,….?

¿Cuántas veces habré dicho que hay “creencias humanas”, verificables de hecho o posibles de verificar pero que nada tienen que ver con las “creencias religiosas” que puede no existir lo creído o que no sea como se cree que son?

¿Cuántas veces habré intentado explicar y hacer comprender que una cosa es el “noumenon” (lo que las cosas “sean en sí” algo incognoscibles) y otra el “phaenomenon” (lo que las cosas son “para nosotros” y que como somos así conocemos así, pero que si fuéramos de otra forma conoceríamos de otra manera, que nada tienen que ver esos dos vocablos kantianos?

¿Cuántas veces habré dicho, e insistido, en que lo importante para ti es “tu verdad vital” como lo importante para mí es “mi verdad vital” que, seguro-seguro que no son iguales porque no somos iguales tú y yo, pero que podemos dialogar y entendernos?

Cuando me duele una muela esa es “mi verdad dolorosa real”, no la tuya, para ti sólo puede ser una “verdad dolorosa pensada”.

Pero ¿y el HAMBRE? ¿No es una verdad para todos, para los hambrientos y para los saciados? ¿No es una verdad objetiva mientras, por ejemplo, la existencia de Dios o el misterio de la transubstanciación sólo es verdad para el que en ellas cree, sin ser consciente de que pueden no existir o no existir como cree que son?

La verdad de la velocidad de la tierra alrededor del sol, y la del sol en la galaxia, y la de la galaxia en el firmamento,…son verdades objetivas pero que no deben distraernos de nuestras verdades vitales, pero el Hambre, la Sed, la Enfermedad, la Muerte temprana, la Mortalidad infantil,… de gran parte de la humanidad también es objetiva y ésta sí que debe alterar nuestras vidas.




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