domingo, 25 de octubre de 2020

FILOSOFÍA Y LITERATURA ( y 3) "EL VIZCONDE DEMEDIADO".

 Dicen los científicos que, en un principio, existía un concentrado extraordinario de energía-materia en perfecto equilibrio pero que, sin que sepamos la causa, se dio el famoso Big-Bang: la energía-materia estalló y se expandió en todas direcciones y así hizo acto de presencia el caos. Y, a partir de entonces, cada cosa, cada ser, contiene en sí la dualidad caos-cosmos, desorden-orden.

Ambos se requieren. Ninguno es absoluto.

 

Así lo expresa Boff: “La situación actual es ésta: el universo no es totalmente caótico ni totalmente organizado. Es la combinación de ambos.

Se presenta ordenado hasta provocar la fascinación y la veneración de científicos como Newton y Einstein y de cada uno de nosotros, simples admiradores de la creación.

Pero, al mismo tiempo, ese orden es frágil, sometido al desequilibrio y a la situación de caos.

Así es el caminar de todas las cosas: orden – desorden – integración – nuevo orden -…

 

Vizconde antes de la batalla (entero), tras la batalla (demediado), tras la integración por el cirujano y el filósofo (otra vez entero pero no como el primero, sino dual).

 

Quizá el cirujano sí hizo bien su trabajo con el cuerpo, pero el filósofo no pudo hacerlo bien con el alma (porque ¿cómo se cose el alma demediada?).

 

Cuerpo y alma son dos dimensiones del único y complejo ser humano, por lo tanto, no hablemos de cuerpo y de alma, sino de hombre-cuerpo y hombre-alma (mujer-cuerpo, mujer-alma).

Medardo íntegro (no mitad malo y mitad bueno) en permanente “remediación”.

 

Cada uno es cuerpo en tanto que exterioridad y alma en tanto que interioridad, por lo tanto, Medardo no tiene cuerpo Y alma, es cuerpo y es alma. (Yo siempre he defendido la expresión “cuerpo animado” o “alma corporeizada”).

 

Pero Occidente los separó: cuerpo Y alma, generando uno de los mayores y más perjudiciales inventos.

Entonces, sobre el cuerpo recayó la materialidad (cultura materialista, cuerpo como objeto, hombre demediado, sin valor  sino con precio) y sobre el alma la espiritualidad (cultura individualista, desarraigada, hombre demediado egoísta).

 

Pero el cuerpo no es fuente de mal (o, al contrario, de culto) y el alma fuente de salvación (salud) (o al contrario, de alienación del hombre, de opio).

 

Por separado son ambas dañinas, contrapuestas, demediadas, pero si las entendemos como integradas son enriquecedoras, humanizadoras.

 

El cirujano no tuvo problema (¿pero el filósofo o médico del alma cómo puede coser una materia tan volátil…?)

 

¿Cómo convencer al vizconde en su estado demediado de la bondad de su integridad? ¿Cómo unir los dos opuestos en lucha despiadada por una campesina o por cualquier asunto?

 

El filósofo le contó al alumno una historia: “vi, un día a un perro, al borde del agua, que se moría de sed. Cuando miraba la superficie del agua, veía su propio reflejo y creía que era otro animal, y cada vez huía ante aquella imagen sin haber bebido.

Al final, la sed le hizo perder todo conocimiento, se le acabó la paciencia y de un salto se lanzó al agua, desapareciendo, al mismo tiempo, el otro perro.

Desvanecido, así, aquel perro ante sus propios ojos, se esfumó entre él y su deseo aquel obstáculo que no era sino él mismo. Así fue como desapareció el obstáculo que fue aniquilado y que no era otro perro sino él mismo”.

 

Si no se abandonan los semi-yos nunca habrá un yo.

 

Cada no de nosotros, cada una de nuestras partes demediadas, es esencialmente apertura y no cerrazón, aunque esa apertura pude ser agresiva, lucha de contrarios (dualismo), o bien pacífica, enriquecedora, integradora (dual).

El dominio de la primera lleva a la destrucción, el de la segunda, al paraíso.

Y hay que elegir.

 

Y todos recordamos a Hobbes: “el hombre es un lobo para el hombre” de donde se concluye que hay que firmar un contrato para que no desaparezca la especie humana y para asegurar nuestras vidas que las depositábamos, todos, en manos de un gobierno (justo): El Estado.

Aceptar esta tesis era situarse al lado del caos.

 

Y todos recordamos a Rousseau: “el hombre es bueno por naturaleza, y es la sociedad la que lo hace malo…”.

Aceptar esta tesis era situarse al lado del cosmos, sin tener en cuenta que el caos existió, existe y existirá en el universo y en el alma humana.

 

Conclusión, ni bueno ni malo absolutamente, sino en parte bueno y en parte malo, una mezcla de bondad y de maldad.

¿Cómo hacer que triunfe la bondad sobre la maldad?

 

Pero también recordamos a un tercer personaje: Voltaire que, no contento con las explicaciones ni de Hobbes ni de Rousseau, pensó en la alternativa más creíble: en el hombre como totalidad encontramos el bien y el mal.

Y, para explicárnoslo, contó lo que sigue:

“Los dioses estaban muy descontentos con la última criatura aparecida sobre la tierra: el hombre, y decidieron destruirlo. Pero se interpuso un dios menor defendiendo a los humanos e invitó a los dioses a contemplar una vez más alguna de las acciones de estas criaturas.

 

Fijaron su mirada en un mercado. En él, alguien se disponía a comprar unos metros de tela que necesitaba.

El mercader, viendo que el comprador no entendía demasiado de estos asuntos, le vendió los metros que aquel necesitaba a un precio mucho mayor al que, en realidad, costaba la tela elegida.

Cerrado el trato, y ya lejos el comprador timado, el mercader se frotó las manos por la “buena” venta realizada.

Al guardar el resto de telas que le había enseñado al comprador se percató de que éste, en un despiste, se había dejado sobre el mostrador la bolsa llena de oro.

Y no dudó un instante en salir corriendo a la calle en busca del dueño de aquella bolsa (que contenía bastantes más monedas que las que, hábilmente, había ganado en la venta de la tela).

Lo encontró y se la devolvió.

 

La conclusión a la que llegaron los dioses, después de estas dos acciones: la de estafa (primeramente) y la de honradez (en segundo lugar) de un mismo hombre sobre otro hombre, en sólo unos minutos de diferencia, fue que los hombres son como figurillas en las que hay incrustados pedazos de madera, de oro, de diamantes, de arcilla,…es decir, una mezcla de bondad y de maldad o, mejor, de acciones buenas y justas, y de acciones malas e injustas.

 

Así las cosas, decidieron cambiar los planes y dejaron que la especie humana siguiese existiendo sobre la tierra, tal como era.

 

Lo necesario, pues, es promocionar y estimular la parte positiva (buena y justa, con la alegría que siente el hombre cuando ha hecho una buena acción) o, de lo contrario, el mal acechará constantemente y vencerá no en pocas ocasiones.

 

Esta opción es una cuestión moral, ética, y que carece de elementos coercitivos para imponerse (al revés que las leyes).

 

La pregunta sobre Medardo es qué se puede hacer para que la parte izquierda de Medardo, la parte buena, se imponga a la parte derecha de Medardo (la parte mala)

(Es curioso que, a lo largo de la historia, la parte derecha sea la buena y la izquierda la mala): “Venid, Benditos de mi Padre y poneos a su derecha… y vosotros los malos, a la izquierda, al infierno, donde el fuego y el rechinar de dientes…)

 

Porque ambas partes forman una dualidad, pero un solo ser íntegro, aunque dual.

 

La fuerza de la ley, del derecho, estriba en imponer por la violencia lo que se ha consensuado como la acción mejor, pero no puede existir una violencia moral, ética, sino un convencimiento (no vencimiento) de que es mejor obrar bien, pero sin poder imponerlo, sólo convenciendo.

 

El texto que hemos analizado de Italo Calvino, “El Vizconde Demediado”, está lleno de posibilidades filosóficas, como acabamos de ver.

 

 

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