miércoles, 2 de septiembre de 2020

FLORILEGIO 20 ( y 3 ) ÉTICA Y LIBERALISMO. EL LIBERALISMO CLÁSICO


ÉTICA Y LIBERALISMO.

Se quejaba Unamuno: “me apena este liberalismo (¿) español, seco, pedante, cobarde y sin jugo alguno religioso, ese liberalismo que pretende europeizarnos sin conocer a Europa, la Europa íntima, no la de la bullanguería internacionalista…”
“La masa popular está desengañada del liberalismo porque cándidos soñadores le hicieron creer que la libertad abarataría y facilitaría la vida, y la libertad la encarece y la dificulta.
La libertad no es paz sino extrema inquietud y sacrificio para que un pueblo haga ciencia, arte filosofía, cultura,…”

¿Europeizar España o españolizar a Europa?
¿Ortega o Unamuno?

No debemos confundir y equiparar, no distinguir, entre “liberalismo político” y “liberalismo económico”, libertad para elegir a sus representantes no es libertad económica, de comercio, de salarios, de precios, de mercado.

¿Qué puede decir la Ética?

La “Libertad” es un valor, no cabe la menor duda, pero “libertad de” o “libertad para”
Tampoco debemos equiparar el “liberalismo conservador” con el “liberalismo radical”
¿Autonomía personal, individual o autonomía solidaria?

 LIBERALISMO CLÁSICO.

Sus rasgos comunes son:
1.- Individualismo de la persona moral frente a cualquier exigencia de los grupos sociales.
2.- Igualitarismo, porque confiere a todos los hombres el mismo status moral, negando diferencias en el valor moral entre los seres humanos.
3.- Universalista, porque afirma la unidad moral de la especie humana, concediendo una importancia secundaria a la historia y las tradiciones culturales.
4.- Meliorista, porque reconoce la corregibilidad y posibilidades de mejora de cualquier institución social o sistema político.
5.- Tolerancia religiosa.
6.- Gobierno representativo (parlamentario y constitucional).
7.- Derechos naturales inalienables.
8.- La independencia personal presupone una “propiedad privada”, protegida con seguridad bajo el gobierno de la ley.
9.- Separación política y religión, Estado e Iglesia lo que. a veces, supone neutralidad y no intervención, pero a veces tiende a un anticlericalismo y al libre pensamiento.

En Francia, el terror revolucionario condujo a un liberalismo menos optimista, más autocrítico y basado en una Ética socio-política.

Montesquieu, con la separación de poderes, propone una Ética social, intentando evitar tanto los abusos del poder político revolucionario, como la impotencia de la voluntad individual en la construcción del orden social, tanto desde fuera (conservador) como desde dentro (revolucionario).

Cuando los principios políticos del liberalismo se cruzan con el progreso socio-económico del capitalismo estamos hablando de Adam Smith, como uno de los padres de la economía política.

No confundamos ni identifiquemos el liberalismo clásico con el liberalismo económico; el primero se aplica al análisis de los sistemas políticos (Estado liberal-constitucional) y el segundo al análisis de los sistemas económicos (Economía de mercado).
Llamamos liberal a un sistema económico cuando postula la propiedad privada como derecho natural, el principio del “laissez faire” y la primacía del mercado en la asignación y distribución de bienes.

Y no debemos olvidad que durante los siglos XVIII y XIX el liberalismo se encuentra y se adapta a unas sociedades más industrializadas, con mayor actividad manufacturera y con el comercio por lo que aparece una nueva interpretación del liberalismo con J. Bentham y J. Stuart Mill.

J. Bentham defenderá que la tarea de la Filosofía Moral y Política debe incidir en la felicidad de los individuos, con su lema: “la mayor felicidad para el mayor número de personas”.
No son, pues, los derechos naturales lo que hay que tener en cuenta, sino que el criterio son “las consecuencias” para juzgar las medidas políticas.

El “laissez faire”, dejado libre, a su antojo, tiene unos efectos desastrosos por lo que el poder político tendrá que intervenir para parar la pobreza de la mayoría y la riqueza de la minoría y a lo que se sumará el movimiento obrero.
No se puede ser realmente libre nadando en la pobreza y en la ignorancia, y es el Estado quien debe poner límites a ese liberalismo económico salvaje.

J. Stuart Mill se preocupa por el nuevo orden social abriendo la puerta a un liberalismo intervencionista e igualitario.

Mientras el liberalismo utilitarista se había limitado al hombre económico, político o legal, el liberalismo de Mill se extiende al hombre integral.
Y, aunque son necesarios tanto el sufragio universal como el gobierno representativo, no son suficientes para un nuevo orden social, en clave democrática, para lo que es necesario, también, no sólo la escolarización, sino la educación para el desarrollo de las capacidades humanas.

Para el liberalismo clásico los derechos naturales tienen un significado meramente económico por parte de los tribunales de justicia y, de esta forma, quienes se presentaban como enemigos del absolutismo político acababan legitimando el absolutismo económico, al “reducir toda posible libertad a la libertad económica que defendían”.

El liberalismo quería (y lo intentaba) hacerles creer a las masas que la libertad económica, que las leyes de la oferta y de la demanda, que la libertad de mercado, que los precios y salarios,… eran unos “derechos naturales” que debían ser defendidos y respetados, mientras muchos intelectuales concienciaban a las masas que eso no era cierto, sino que eran unos derechos históricos que, igual que se habían impuesto podían ser derogados.

Que no era la valía del individuo lo que le hacía estar arriba o abajo de la pirámide social y económica, sino que era la consecuencia de una estructura socio-política-económica injusta y que habría que luchar contra ella para echarla abajo en vistas a una justicia social.

En el siglo XX el liberalismo se transforma y de un “liberalismo clásico” (político y legal) se ha pasado a un “liberalismo social”,  igualitarista en lo económico y aristocrático en lo cultural.

Es lo que defiende Ortega, la realización del ideal moral a cuanto exija la utilidad de una porción humana, sea ésta una casta, una clase o una nación.
La norma o la idea de justicia pone de manifiesto que no hay un régimen social que sea, definitivamente, justo sino que siempre es posible ir un poco más allá, no es posible otro liberalismo que el liberalismo socialista.

El “neo-liberalismo” que intenta imponerse es, en realidad, un “vetero-liberalismo”.
Porque, en el mundo de hoy, no basta la “igualdad de oportunidades”, porque para esas mismas oportunidades unos ya parten bastante más adelantados que otros y para que eso sea justo habría, primero, que hacer avanzar a los peor preparados para que puedan partir juntos y al mismo tiempo desde el punto de salida para competir en igualdad.

Sin un compromiso serio de los gobiernos será difícil (¿o imposible?) conseguir una sociedad de hombres libres e iguales.
La justicia, por lo tanto, tendrá que ser “distributiva”, para poder compensar las primeras desigualdades e incluir a éstas en el criterio de distribución.

Los juicios éticos no pueden determinarse como verdaderos o falsos por consenso sino que están por encima de las fronteras culturales.

Siempre existe el riesgo de identificar lo “justo” con lo “legal”.
El liberalismo tiende a identificar el orden legal con la justicia, como si ésta notuviera unas dimensiones históricas y sociales que exigieran una mejor consideración de las circunstancias de la justicia.

Porque, teóricamente, en mundo angelical, los parlamentos legislarían justamente, de tal manera que cumplir la ley (expresión de LA justicia) sería actuar justamente, pero todos sabemos que los partidos políticos que conforman los parlamentos tienen y defienden puntos de vista distintos en casi todos los problemas que surgen y para los que hay que legislar, porque sus votantes son de esa misma perspectiva y para eso los hab votado, para que los defiendan.



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