jueves, 24 de septiembre de 2020

EL HOMBRE Y SU MUNDO. LA ESTRUCTURA HUMANA (1)


1.

La típica, clásica y aristotélica definición del hombre domo “animal racional” “definición por el “género próximo” (“animal=viviente sensible”) y la “diferencia específica” (“racional” = dotado de razón, que razona”) define al hombre, porque sólo a él, entre todos los animales, le corresponde, pero también sólo a él le corresponde la definición de “bípedo” (dos pies) “implume” (sin plumas, sin alas) aunque ésta definición sea más “descriptiva” que “esencial”

 

Cuando Platón dio la definición de “hombre”, que daba Sócrates  como “bípedo implume”, por lo cual había sido bastante elogiado, Diógenes el Cínico, otro discípulo de Sócrates, desplumó un gallo y, ante el asombro de los discípulos y del mismo Platón, lo soltó en la Academia diciendo: “¡Te he traído un hombre!” y partió entre risas y doblándose sobre sí mismo.

Entre la sorpresa y risas de sus discípulos salió Platón al frente respondiendo: "no te preocupes, le agregaremos algo a la definición" y gritó a Diógenes: "El hombre es el bípedo implume con uñas anchas".

 

(Y, ya que estamos con Diógenes, me permito una “digresión”.

Decir de él que este “Sócrates delirante”, como lo llamaba Platón, caminaba descalzo durante todas las estaciones del año, dormía en los pórticos de los templos, envuelto únicamente en su manto y tenía por vivienda una tinaja.

Cierta vez pensó que le sobraban cosas entre todas sus pertenencias: tenía su bastón, que necesitaba para caminar; tenía su manto, que le cubría y su zurrón, que contenía una escudilla y un cuenco para comer y beber, respectivamente.

Un día, en uno de sus paseos por la ciudad, vio cómo un niño comía lentejas en un trozo de pan y cuando al terminar sus lentejas bebió agua con las manos en una fuente, Diógenes pensó y dijo: “Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas porque si come sus lentejas con un trozo de pan y cuando termina con ellas bebe agua con sus manos, no necesito ni mi escudilla ni mi cuenco" y acto seguido arrojó contra el suelo ambos y siguió caminando. 

 

(Son muchas las anécdotas que se cuentan de él: cuando se masturbaba en público, cuando escupió a la cara a quien lo había invitado a comer, con el candil encendido en pleno día “buscando un hombre”, cuando decía ver “mesas” y “tazas” y no la “mesidad” ni la “tacidad” (contra la Teoría de las “ideas de Platón.

 

Aunque la anécdota más famosa fue cuando, en Corinto, se topó con Alejandro Magno, nada menos que con Alejandro Magno.

Se dice que una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos y tomando el sol fuera del gimnasio que estaba a las afueras de Corinto había mucho ajetreo, se decía que el rey, Alejandro Magno, había llegado, y tal era la fama que tenía Diógenes que el propio Alejandro estaba interesado en conocer al famoso filósofo, y antes de que pudiera saber Diógenes qué ocurría, se vio rodeado por un montón de ciudadanos de Corinto y se produjo el encuentro.

Llegó Alejandro Magno acompañado de su escolta y de muchos hombres más.

Alejandro Magno se puso frente a él y dijo: "Soy Alejandro", a lo que respondió Diógenes: "Y yo Diógenes el perro" (“cínico” significa “perro”). Hubo murmullos de asombro ante la sorprendente respuesta del filósofo, pues nadie se atrevía a hablarle así al rey.

Alejandro preguntó: "¿Por qué te llaman Diógenes el perro?", a lo que le respondió Diógenes: "Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos les muerdo".

De nuevo, más murmullos, pero Alejandro no se dejó inmutar por esas respuestas y le dijo: "Pídeme lo que quieras", por lo que, sin inmutarse Diógenes, le contestó: "Quítate de donde estás que me tapas el sol".

Se hizo una exclamación generalizada de todos los presentes ante una petición tan pobre a un hombre que todo lo podía dar.

Alejandro, sorprendido, le preguntó: "¿No me temes?", a lo que Diógenes le contestó, con gran aplomo, con otra pregunta: "Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?", a lo que Alejandro le respondió: "Me considero un buen hombre", por lo que Diógenes le dijo: "Entonces... ¿por qué habría de temerte?".

Toda la gente se escandalizó, Alejandro pidió silencio y dijo: "Silencio... ¿Sabéis qué os digo a todos? Que si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes".

 

(Fin de la digresión sobre este hombre)

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