martes, 25 de noviembre de 2014

RELIGIÓN, RELIGIOSIDAD Y SEMANA SANTA


"Entro, Señor, en tus iglesias... Dime,
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto por si no sabías
que ya a muy pocos tu pasión redime.

Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.

Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.

Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados...
y no te encuentran por ninguna parte"

Supongo que estarás de acuerdo.
Es un soneto de manifestación.
De manifestación y denuncia.
Es un soneto que grita culpabilidad y complicidad.

Durante muchos años la Iglesia Católica ha caminado de la mano del poder.
No había, apenas, forcejeos entre sus cúpulas (salvo las raras y honrosas excepciones).
Había, más bien, un consenso, expreso o tácito, de esa fórmula sibilina del "tú controlas" y "yo pago o eximo de impuestos".

José Luis Perales canta un poema costumbrista donde intervienen "el alcalde", "el boticario", "el cura" y "Doña Asunción" (la maestra).

Son los cuatro pastores del rebaño humano.
Son los cuatro representantes oficiales del poder (control) civil, científico, religioso y cultural o pedagógico respectivamente.
Cada uno con sus roles tan distintos, con sus tareas específicas, pero todas ellas convergentes, sin embargo, hacia el mismo objetivo: "controlar" al hombre para "salvarlo".

Había que salvar al hombre a toda costa.
Aún a costa del hombre mismo.

Había que llevar al "rebaño" (grey o pueblo) al puerto seguro, al único que existe y de cuya existencia y veredas para su arribada sólo ellos lo sabían.

En vez de enseñarles el camino y permitirles la propia iniciativa, siempre se consideraron los "encargados predestinados" de tal misión.
Dios, directa o indirectamente, ha colocado sobre sus hombros la trascendental tarea de "salvarlos". Pero la salvación siempre pasaba por ellos.
Ellos eran los "intermediarios", los "pasos obligatorios"para el destino final.

Es la puesta en práctica de una consideración del hombre como "menor de edad", siempre necesitado de tutela, al tiempo que una consideración de sí mismos como detentadores de los monopolios energéticos para el "happy end" (final feliz).

De estos cuatro pretendidos monopolios se pueden hacer las críticas históricas correspondientes.

Con motivo de la próxima Semana Santa pretendo "criticar" (clarificar, hacer luz) el monopolio religioso.

Hemos acostumbrado a los hombres durante siglos de historia, a reencontrarse con Dios en lugares especiales y concretos (iglesias, confesionarios...).
Le hemos creado a los hombres, durante siglos de historia, la necesidad de practicar unos signos y ritos externos concretos y obligados.
Hemos menospreciado nuestro cuerpo como símbolo de pecado.
Hemos devaluado nuestras propias súplicas, sustituyéndolas por unas súplicas establecidas desde arriba (Credo, Padrenuestro, Avemaría ... ).
Y se nos ha insistido en la repetición machacona (rosarios, novenas, ... ).
Hemos sentido la necesidad de formar parte del rebaño, la necesidad del anonimato.
Esta ha sido, hasta hace no mucho la postura oficial, una postura medieval.

El sobresalir era soberbia.
El disentir era rebeldía.
El ser sincero consigo mismo ante los demás era escándalo o sinvergüenzonería.
Se nos ha creado la necesidad de dejarnos dirigir.
Que otros dirijan nuestras súplicas, nuestras palabras, nuestras acciones, con ritos concretos, con peticiones concretas, monótonamente repetidas y monótonamente masculladas y "soltadas", inconscientes y, por lo general, ignorantes de sus significados (las "deudas" y los "deudores".
el "reino", "tu voluntad" ... ).

Templos, plegarias. Ritos, "fiestas de guardar" con sus directores al frente... frialdad y más frialdad. "Gracia santificante", "misiones", "propagación de la fe", "redención", "hermanos separados”..... Cuando tu auténtico problema era el trabajo agotador o la falta de trabajo, el pagar la luz y al panadero, la amenaza del tendero a no fiarte más, el colegio del niño, el tiempo seco o la inundación, la vecina inaguantable que te trae por la calle de la amargura, el urgente vestido que tu hija necesita...
La vida ideal por un lado, la vida real por otro, no sólo separadas, incluso divorciadas.

Nuestros alumnos de C. O. U. ya conocen a un filósofo del siglo XIV (Guillermo de Ockham) y su nuevo planteamiento respecto a la solución medieval, así como su nueva alternativa: la puerta abierta a la ciencia, por una parte, y la puerta abierta al misticismo, por otra.

La Semana Santa la veo, al menos yo, así, como una respuesta misticista.

El místico es aquel que de pronto cae en la cuenta de que puede hablar con Dios directamente, que no necesita intermediarios, que el diálogo "tú a tú" con Dios es, no sólo posible, sino que, en el fondo, es el diálogo deseable.

El que puede comprar en fábrica, no acude a comprar a la tienda.
¿Por qué? .
Porque los intermediarios, en todos los campos gravan el producto. Lo encarecen, incrementan el tiempo de espera y. además, pueden manipular el producto o tergiversar el mensaje encomendado.

El místico es el hombre que cae en la cuenta de que para hablar con Dios no hacen falta instancias (solicitudes) y menos aún ponerles pólizas (pagar dinero ), al igual que entre padre e hijo sobran todos los formulismos y reverencias externas.

Hemos caído en la cuenta de que no necesitamos a los "curas" (por favor, que nadie vea en esto una postura despectiva), para hablar con el amigo (Dios).
Que el encuentro puede hacerse en cualquier momento (y no al toque de campana), en cualquier lugar (y no en la iglesia solamente y precisamente), en compañía de cualquier persona (y no necesariamente con los que creen lo mismo que yo), con palabras mías (y no repitiendo las de otro), exponiendo mis problemas (y no los ajenos).

Así veo yo, un salmantino injertado hace 16 años en la sabia Andalucía y en la savia de Andalucía, esta Semana Santa.

Estas manifestaciones místicas en nuestros pueblos andaluces (permitidme el orgullo de considerarme andaluz) van desde las romerías variopintas a los domingos de mayo,  desde las procesiones de silencio basta la subida al Calvario.

Estas manifestaciones místicas, entre alborozadas y sentimentales, entre trágicas y cómicas, pero siempre dramáticas, donde ese Nazareno sube al Calvario por la cuesta imposible entre sudores y gritos, pese a quien pese y pase lo que pase, con ausencia de toda autoridad, civil o religiosa, donde el piropo burdo se mezcla con el llanto, y el grito espontáneo con la emoción.

Por favor, no os dejéis robar.
Es ahí donde se vive, no sólo se practica, la "religiosidad, en ese espectáculo constante de un corazón que palpita más a prisa y más fuerte que los restantes días del año, en esa lágrima incontrolable y disimulada (pero siempre bienaventurada lágrima) que, desde cualquier esquina del recorrido delata tu sentimiento.

Es la religiosidad, es la religión popular, es la manifestación sentida de aquellos que no participan del Poder, del Saber ni del Tener.

Es la religión del hombre de a pie, del que no ostenta cargo alguno religioso.
Es el triunfo del corazón sobre la razón, es la exageración sentimental que se sobrepone a la razón calculadora.

A lo largo de la historia ha habido tantas religiones populares como religiones oficiales,
tantos Dionisos como Apolos, pero, por lo general, éstos han asfixiado a aquellos.

Las religiones oficiales han querido controlar el sentimiento y esto ha supuesto para ellas una derrota.

La religión oficial está en crisis, no así las religiones populares.

Quizá nunca como ahora hayan hecho menos falta los curas (por favor -repito-que nadie entienda esto despectivamente).

Reléase otra vez el soneto de Alberti que encabeza esta reflexión.
¿No es cierto?
¿No es una denuncia a la religión?
Pero no dice nada de la religiosidad, de la religión popular.
Más aún, se puede comprobar cada año no sólo una mayor asistencia sino una más intensa participación en los cultos populares de las más variopintas advocaciones.

Precisamente esa juventud que "pasa" de la Iglesia y la religión, participa en la "procesión" y "romerías".

Sí, a veces, la religión oficial ha tachado de "carnavalescas" dichas manifestaciones multitudinarias y, sin embargo, las ha permitido, me temo que haya sido por temor a perder la confianza de muchos hombres cumplidores en lo oficial pero "religiosos" en lo popular.

En esta "mayoría de edad", en esta "puesta de largo", el andaluz ha caído en la cuenta de que la salvación religiosa está al alcance de cualquiera y que, por si fuera poco, no necesita intermediarios pero, eso sí, se siente inseguro y echará un capote sobre su inseguridad uniéndose a las inseguridades de todos los otros como él.

En ese deseo de asegurar la salvación, la religión popular multiplica "sus" prácticas de culto, quizá a muchas advocaciones o intercesores (pero nunca intermediarios humanos) y tiene que multiplicar las pruebas materiales de la presencia de lo sagrado y de la propia piedad no dirigida por otro que, humano como él, se presente con atributos de intermediario.

Las capillitas y las adoraciones nocturnas, los hermanos de la Aurora y las ofrendas, los amuletos y los exvotos son los avales de garantía en su búsqueda de salvación, son los "billetes" manifestativos de que está en el buen camino, son las esponjas de su inseguridad ante la ausencia de una cultura en profundidad.

Ese grito profundo y sentido de "Viva nuestro Padre Jesús Nazareno" es el grito, por lo general, de ese hombre religioso que no va a misa, que ni confiesa ni comulga, que no cree en el milagro diario de la transubstanciación, que "pasa" de autoridades religiosas... pero que en el fondo de su ser siente el desgarro de querer ser más plenamente, de no querer morir del todo, de querer que exista el más allá y estar seguro de poder conseguirlo.

Alberti tiene razón.
Y Priego está en la ruta del barroco andaluz.

Muchos son los que entran a contemplar el Sagrario, extasiados por lo arquitectónico y ajenos a lo religioso.

Si la religión está en crisis es porque sus guardianes no pueden hacer ver al hombre de hoy los pasos seguros que hay que dar para la salvación.

Si las autoridades científicas y culturales tienen más "gancho" hoy es porque pueden dar razón, en cualquier momento, de los pasos dados para su explicación.

El mundo religioso, en cambio, es lo "otro", es el salto en el vacío, es el mundo del sentimiento, es el no poder saberlo.

Cuando, a lo largo de la historia se han enfrentado las dos teorías (formas de ver el mundo) tan distintas: la científica y la religiosa, ésta, por lo general, ha castigado, excomulgado, ajado, prohibido o quemado a la otra.
Pero la razón, a base de forcejeos, se fue imponiendo a la religión.
Pero la religiosidad es inmune a la razón, porque se nutre del sentimiento, de la interioridad, de lo no comprobable científicamente.

Someterse a ordenes de un poder exterior (al menos en cuestiones espirituales) nunca demostrables ni verificables) parece hoy ser algo no propio del hombre libre.

En el mercado espiritual se puede comprar directamente en fábrica, he dicho anteriormente.

Por eso, porque no lo sé, por eso creo,
Porque quiero que exista, porque necesito que exista, porque me interesa que exista. Por eso creo.

Cuando durante esta Semana Santa veamos a algún penitente cumpliendo su promesa, descubrámonos, porque la religiosidad es un misterio en el corazón del hombre.

¡Señor¡, Alberti tiene razón.
Tus Iglesias son lo que siempre han sido, monumentos artísticos, pero nosotros, necios, los hemos disfrazado de templos.

¡Señor¡, en esta Semana Santa ayúdanos a convencernos a todos los prieguenses de que templos somos cada uno de nosotros y la iglesia es eso otro.

¡Señor¡, ayúdanos a ver tu presencia en los templos, en nosotros".

Durante estos días, hacedme el favor de ser felices.


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