lunes, 24 de noviembre de 2014

LA INTERJECCIÓN ASESINA.

                                                                
        
         La conocí en una biblioteca de Estocolmo. Era estudiante de filología española. Se llamaba Ingrid.
         Yo era, o quería ser, escritor de cuentos infantiles.
         Vacaciones en Suecia. Visitante asiduo a la biblioteca para estudiar el cuento infantil sueco.
         Congeniamos. Tomamos, juntos, muchos cafés. Paseábamos por las tardes.
         Ella quería venirse conmigo y yo no quería venir sólo   .
         Estábamos en la Carihuela. Mañana de primavera. Feliz. Escribiendo y canturreando (no digo cantando por no herir).

         “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una arana y como vieron…”
         -¡"Cono”¡ – grité. Pero ¿por qué habré tenido que comprarme un ordenador americano en el que no viene la “-“?. (Es absurdo querer escribir “e-e”, cuando no viene la “-“

         Pero ella oyó el grito (ella y los vecinos, estoy seguro). Entró corriendo, con un diccionario en la mano.

-         Cariño –dijo- ¿estás escribiendo algo pornográfico sobre “la parte externa del aparato genital femenino….?
-         No, amor mío, es que en los ordenadores americanos no viene la “ñ”, -le dije-.
-         ¿Y por qué no la substituyes y no que tienes que usar una expresión obscena, que no debe estar en un cuento para niños?
-         ¡Amor mío¡ Es una INTERJECCIÓN. No denomina nada, pertenece a la dimensión afectiva del lenguaje. Ella misma, por sí sola, forma una oración elíptica, expresa un afecto o movimiento del ánimo….
-         No te comprendo, cariño.
-         Bueno, déjalo.

….y como VIERON QUE NO SE CAÍAN…

-         ¡joder! –grité.
-         ¡practicar el coito”, ¿ahora?, ¿con quién?, ¿por qué?.
-         No, amor mío. Es que se me han bloqueado las mayúsculas y, ahora, tendré que borrar…

….FUERON A….

         -¡La madre que las parió”.
         -“Hembra que ha tenido uno o más hijos”. No te entiendo cariño. No entra ninguna hembra en el cuento de los elefantes…
         - Déjalo, amor mío. Es que no he desbloqueado las mayúsculas y, además, le di, sin querer a las negritas.

…llamar a otro elefante

-         ¡Dios!.
-         “Ser sobrenatural, creador  y dueño del universo y de los destinos humanos…”  Cariño ¿Puedes explicarme qué tiene que ver Dios con unos elefantes que se balanceaban…..
-         Nada, amor mío, que no sé porqué le he dado al subrayado.

Así que, para no atormentar más a mi tierna y delicada Ingrid, decidí dejar las INTERJECCIONES  e inventé las PLURIJECCIONES. Y así, cuando el ordenador me hacía una jugarreta gritaba, (volviendo a mi niñez):
-         “Caca, culo, pedo, pis” – por ejemplo.
-         “Excremento humano expelido por el ano, y especialmente el de los niños pequeños!, “ano, posaderas”, “ventosidad que se expele por el ano, acumulación de gases en el interior del intestino que son expulsados violentamente por el ano y que despiden un olor nauseabundo”, “orina”. Pero ¿qué estás escribiendo?, cariño mío. ¿Eso es o puede ser un cuento?.

         Pasada y dejada atrás ese regreso a la infancia, me dio por lo religioso y entonces gritaba algo así como:
-         La Virgen bendita, San Pantaleón y Santa Catalina de Siena”.

         No os quiero ni contar. Ingrid, al día siguiente, apareció con un diccionario de santos y vivía en un sin vivir.

         Así que me decidí por otro camino léxico. Me dio por mezclar la Geografía con la Historia. Y, entonces, en cualquier momento, me salía algo así como:

         “Me cago en Caravaca de la Cruz, en los renos de Laponia, en los moros de Valencia y en el hijo pequeño de Nabucodonosor”.

         Pobre Ingrid. Y la biblioteca seguía creciendo.

         Así que imaginaos el día que grité (después de sacarme el carnet de conducir):
         -“Cabrón, hijoputa, desgraciao, maricón, mal rayo te parta, así te rompas la crisma”.

         Esto ya era demasiado para ella. La observaba y la notaba sobrepasada. Lo noté cuando vi el María Moliner en la estantería.

         Así que decidí pasar y abandonar las PLURIJECIONES y comencé a usar las PARAJECCIONES.
         Entonces, cuando el ordenador no me respondía, o me respondía mal, o…. gritaba, medio cantando:

-         “cinco lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de…”.

         Mi pobre Ingrid estaba volviéndose loca, estaba volviéndola loca. Los diccionarios ya los tenía medio rotos, muchas hojas sueltas. Desencuadernados. No entendía nada. De nuevo me dio pena. Así que decidí abreviar y comencé a usar sólo MONOJECCIONES. Así que cuando el ordenador me hacía una putada, gritaba…

-         “Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh”
-         “Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh”
-         “Noooooooooooooooooooooooooooo”
-         “Diossssssssssssssssssssssssssssssssss”

         Pobre Ingrid. Entraba corriendo en el despacho. Unas veces con el extintor, otras con el móvil llamando a los bomberos, otras con el botiquín de primeros auxilios….

         Así que, lo pensé seriamente, por su bien, y consideré como lo más conveniente no hablar ni gritar cuando el ordenador se riera de mí. Fue entonces cuando se me ocurrieron las SUBJECCIONES.

         Me tragaba toda la mala leche y “cerraba fuertemente los puños, hinchaba los carrillos y aguantaba la respiración”, pero sin abrir el pico, mientras hacía un recorrido mental por la madre y toda la familia del Microsoft y de W. Gates.

         Otras veces lo que hacía era pisarme fuertemente los dedos de un pie con el tacón del zapato del otro pie, hasta que me ponía rojo, pero, eso sí, sin abrir la boca.

         Todo fue a peor. Como Ingrid no me oía, se temía lo peor, “ha sufrido un infarto” -pensaba. Y entraba de golpe en el despacho y al verme en esa situación, era ella la que empezaba a gritar y a zamarrearme hasta que comprobaba que no me pasaba nada.

         Se quedó a mi espalda mientras yo escribía en el ordenador las CRIPTOJECCIONES:

         “Apenas el sol comenzó a iluminar los arquiloques pogados de la enferta catrema cuando la niña poburata salió a tender las jaumas amarillas de su hexono, aún no sinecuarados por la cufra de los tepas fercuadizos. Cuando la rimodosa madre contempló la escena matrigüeñó varias permas en la tierna cabeza de la niña.
         Mientras tanto, una subtomía mirelógica, que en ese momento rascusaba cupas ante paranoicas prescilobias, amentó sobre la vulgaridad circumpética de los consentrepados peripatéticos…”.

         Oí un ruido tras de mí. Ingrid, que había estado leyendo por encima de mi hombro, se desplomó.

         En su frente tenía clavada una INTERJECCIÓN.



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