viernes, 28 de noviembre de 2014

LOS TERRORES DEL AÑO 1.000

(Celebrando la entrada/post nº 1.000, vuelvo a colgar :"Los terrores del año 1.000")

         La tesis doctoral de Ortega y Gasset, en 1.904, llevaba por título: “Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda”. Es poco voluminosa, sólo 58 páginas.

         Al comienzo, durante varias páginas, se extiende en la exposición de los tradicionales mitos o leyendas que hay sobre dicho año en “Notas sobre los legendarios errores del año 1.000”.

         Ya saben Uds., es el tiempo abonado para los milenaristas, como si la tierra, en su traslación alrededor del sol, supiera algo de milenios, siglos, años,… para tenerlo en cuenta.

         El año 2.000 me lo decían mis alumnos.

         -“Don Tomás – (entonces todavía me llamaban de “Don”)- entramos en el tercer milenio, preparémonos para alguna catástrofe. ¿Qué opina Ud.?
         - ¿A qué hora empieza?, porque quiero empezar a carcajearme desde el primer minuto.
         - Sí, ríase, ríase Ud., pero lo están anunciando por…

         Y tenía que explicarles que, en realidad, no íbamos a entrar en el año 2.000, sino que todo es erróneo y el causante, responsable y culpable de toda esta confusión fue un monje y astrónomo medieval, del siglo VI d. C., de nombre  Dionisio el Exiguo (el “enano”), monje escita, nacido en la Escitia Menor (hoy Rumania), que se había equivocado al pasar del calendario romano ( “a.U.C” (“ab Urbe Condita”, “desde la fundación de Roma”), que era como se hacía el cómputo de los años, considerándolo el año 0, al nacimiento de Jesús de Nazaret, como año 0, pues al estar ya instalado y asentado el cristianismo en Europa se consideraba el nacimiento del Hijo de Dios un acontecimiento mucho más importante que el inicio de la fundación de Roma, pero se equivocó en, nada menos que, “cinco años”, es decir, una manifiesta contradicción “Cristo nació al año 5 antes de Cristo”.

         - “Queridísimos alumnos, el año 2.000 fue hace 5 años, el 1995 y no se acabó el mundo. ¿Se va a acabar ahora, que ya no estamos en el 2.000?

         ¿Ocurrió, en el año mil, ese terror milenario, ese auténtico pavor supersticioso, temores y terrores apocalípticos, que muchos años después se daba por sentado y como segura su existencia?
         Porque es verdad que hubo, alrededor de ese año, hambrunas que llevaron al canibalismo, hubo lluvias torrenciales cual nuevo diluvio y era creencia extendida que la gente se arrepentía, se confesaba y comulgaba, entregando a los pobres todas sus posesiones para que, al ser juzgados por Dios en el Juicio Final, los pillase con el alma purificada y las manos vacías (por aquello de “Bienaventurados los pobres…. porque de ellos será el reino de los cielos”), que es lo que todos ansiaban.

         “Algunos historiadores –dice Ortega- han urdido el tapiz maravilloso de una leyenda”.
         Y “construida la leyenda, hizo su camino sin tropiezo, porque era bellísima”
         Aunque “como el maniqueísmo, el milenarismo está arraigado en el fondo de la concepción cristiana”.

         El 31 de Diciembre del año 999 habrían estado las Iglesias llenas de varones y mujeres, gimiendo y llorando, pidiéndole a Dios el perdón de sus pecados, en la certidumbre/certeza de que se acercaba el fin del mundo y, con él, el Juicio Final.
         Los lujuriosos confesaban a gritos sus pecados y lascivias; los avarientos ofrecían sus tesoros al Señor para que les fueran perdonados su vicio y su debilidad; los orgullosos vestían sayales y cubrían sus cabezas con cenizas reclamando misericordia, y todos, llorosos y compungidos, al oír las campanadas de media noche, esperaban escuchar también las trompetas de los ángeles, que harían resucitar a los muertos que, junto con los vivos, en ese mismo momento, comparecerían ante el Divino Juez.

         Pues todo fue propaganda posterior y pura fantasía proveniente de gentes interesadas en pintar de negro la vida cotidiana del medievo.
         Todo parece provenir, intencionadamente, de los enciclopedistas anticlericales y de los románticos, cargando contra la jerarquía eclesiástica de aquellos tiempos.
         Una fábula inventada en el siglo XVI, por cronistas franceses e italianos, que remataban así su opinión sobre los “oscuros y bárbaros siglos medievales”, capitaneados, por supuesto, por la iglesia cristiana.

         Ese mismo criterio fue el que los llevó a designar como “góticos” (es decir, “godo”, “bárbaro”) el arte de las catedrales, iglesias, monasterios y edificios civiles.
         ¿Se pueden llamar “bárbaras” las catedrales españolas de Santiago de Compostela, León o Burgos, entre otras; o las de Colonia, Notre Dame, Milán,…?
         ¿Se puede llamar “bárbara” y “oscura” la Escuela de Traductores de Toledo? ¿O a Alfonso X el Sabio?

         Es verdad que la higiene brillaba por su ausencia, que una peste cualquiera hacía estragos en el pueblo llano, que la cultura sólo era comida de clérigos, que el pueblo nadaba en el analfabetismo, que la alimentación era escasa e inadecuada,…
         Pero de ahí a cargar contra la Iglesia, como la suma interesada, para que le entregasen las pobres gentes todos sus bienes, predicándoles el fin del mundo, las penas eternas que les estaban reservadas,….

         Digamos que el terror a la enfermedad y, sobre todo, a la muerte estaban instalados en el pueblo antes, durante y después del año 1.000.

         Debido al aislamiento geográfico, sí es posible que monjes, a pequeños núcleos de población, predicasen la inminente venida del fin del mundo y que, en ellos, algo de eso ocurriese, pero no a nivel general de la cristiandad.

         Si nos atenemos a España, el año 1.000, gran parte de la población estaba bajo dominación musulmana y existían núcleos de población judía, y el cómputo de los años, para ellos, nada tiene que ver con el del Cristianismo.

         Pero una leyenda, cuando es bella, es difusiva y contagiosa.


         Pero una leyenda es sólo eso, una leyenda.

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