jueves, 30 de junio de 2011

UTOPÍAS

Recuerdo un tiempo en que uno de los temas que desarrollábamos en la Filosofía de Bachillerato era el de las Utopías.
Leíamos textos de la Utopía, de Thomas Moro, de la Ciudad del Sol, de Tomasso Campanella, de la Nueva Atlántida, de Francis Bacon y mi objetivo era que, para comprender la época, la sociedad y el contexto en que fueron escritas, los alumnos tenían que aprender a leerlas a la contra. Porque las Utopías eran el envés, la otra cara, de lo que realmente ocurría.

Que cuando leíamos que la jornada laboral era de cuatro horas y el resto era tiempo libre para los hobbies, lo que en realidad había que entender era que se trabajaba 14 o más horas y que no había tiempo libre.
Que cuando se decía que todos trabajaban, alegremente, y tenían comida de sobra, había que entenderlo como el trabajo esclavista de muchos, los pobres, que, además pasaban hambre porque los salarios eran “salarios de hambre”.

Las utopías eran/son la lectura, en negativo, de la realidad. Y cuando se afirma que “todos” hay que entender que “algunos o muchos”, y cuando se afirma que son “felices” hay que entender que son “desgraciados”.

Cuando el Ministro Sebastián DICE que no va a haber más subidas de la luz y del gas, QUIERE DECIR que sí las va a haber (hoy ya las ha habido).
Lo fundamental es hacerlo, ya habrá pseudorazones autojustificativas de por qué se ha hecho lo contrario de lo que se dijo que iba a hacerse.

Cuando leíamos párrafos de “El mundo feliz”, de Aldous Huxley, había que entenderlo como anhelo o como temor del autor ante el futuro.

Pero cuando nos zambullíamos en “1.984” (obra de Georges Orwell, escrita en 1.948), ya empezábamos a renquear y quedar sorprendidos.
Porque, teóricamente, podía ser nuestro futuro, a temer, pero se parecía mucho a nuestro presente.

El pueblo estaba regido por Cuatro Ministerios:

A.- El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a falsear y cambiar las noticias, a destruir los documentos del pasado, a inventarse cosas, a cambiar las noticias, para que la gente se olvidara de lo que había ocurrido anteriormente. Era el Ministerio de la manipulación informativa y del lavado de cerebro. Era el Ministerio de la invención de la Historia, que nunca existió. El Ministerio que estaba obsesionado por la reducción del vocabulario y procurando la pobreza lingüística.

B.- El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden, de tiranizar a los ciudadanos. Se ocupa de los castigos y torturas, de la represión implacable contra cualquier desviación. A este Ministerio pertenece la Policía del Pensamiento.

C.- El Ministerio de la Paz, que se encarga de las guerras y de que éstas sean permanentes.

D.- El Ministerio de la Abundancia o de la Opulencia, que se encarga de los temas de Economía.

Y todo ello dominado por el Gran Hermano que te vigila constantemente y que es el poder que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo castiga.
Pero hay que creer y amar, tanto al partido como al Gran Hermano.
“Mejor amado que temido” –que diría Maquiavelo.

(Acabo de hacer la Declaración de la Renta y he comprobado que la Administración sabe que poseo un cuarto trastero en la Calle Constancia. (La temo, no la amo).

En ese mundo de “1.984”, todo es al revés, hasta las palabras transmutan su significado.
.- LA GUERRA ES PAZ.
.- LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD.
.- LA IGNORANCIA ES FUERZA.

Y me pregunto, yo, ahora, si todo esto está tan lejos de nuestro presente.

El Ministerio de Trabajo ¿no es, realmente, el Ministerio del Paro?.
El Ministerio de Educación ¿No es, realmente, el de la ignorancia? ¿Y el de Cultura no es el de la Incultura?, ¿Y el de Sanidad no es el de las enfermedades?.

Orwell estuvo en España, participando activamente en la guerra civil como brigadista internacional. ¿Imaginó la dictadura de Franco y es lo que refleja, de modo demasiado exagerado, en su obra, “1.984”.
Valiente como él solo, a favor de un “socialismo democrático”, antitotalitarista, y fóbico a las ratas.

Quizá Orwel, más que un utópico, fuera un fotógrafo de una realidad larvada, aunque temida y odiada.

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