lunes, 8 de marzo de 2010

FUNDAMENTALISMOS Y ÉTICA

El que cree en Dios, y lo acepta como fundamento de la ética, está moralmente obligado, en conciencia, a llevar a la práctica su creencia, invitando o/y obligando a todos los demás a que crean y practiquen lo mismo que él.

Pero el que cree en la Raza o en la Nación como fundamento de su obrar y que le da sentido a su vida, también se cree moralmente obligado a hacer lo mismo que los fundamentalistas religiosos, aunque ellos no sean religiosos, pero sí fundamentalistas, por lo tanto creen obrar moralmente bien al expulsar al otro que no es como él, perseguirlo, hacerle la vida imposible.
Incluso matarlo entra dentro de sus esquemas, tanto mentales como morales.

Todo fundamentalismo es peligroso, no sólo por lo que en sí significa y la ceguera que produce en sus seguidores, sino sobre todo por lo que afecta a los otros no fundamentalistas. La historia y la realidad cotidiana así lo atestiguan.

Si fueran conscientes, ellos mismos podrían llegar a la conclusión de que su extrema creencia es, sencillamente, un producto humano y que sus consecuencias son letales, porque conlleva la negación del otro. Pero lo difícil o imposible es que un ciego pueda comprender qué es el color.

Todo fundamentalismo, que son muchos y muy variados, lleva en sus venas la voluntad de muerte, incluso, cuando sea necesaria, la necesidad de morir para matar, convirtiéndose en asesinos, aunque entre ellos se les dé, a dichos suicidas, y se les eleve a la categoría de mártires.

Las guerras étnicas, por ejemplo, tan presentes en tantas partes del mundo, como las guerras religiosas, tanto en tiempos pasados como, tristemente, en la actualidad, son construcciones humanas, son productos humanos, no son fenómenos naturales como pueden serlo terremotos, tsunamis o eclipses de sol.

Los fundamentalistas podrían no haber existido, podrían no existir (y sería conveniente que no existieran), pero los recientes zamarreos sufridos en Haití y en Chile, por el choque de las placas tectónicas, son ajenos a nosotros, en cuando a su origen, aunque nos afecten negativamente en sus consecuencias.

Mientras los fundamentalismos uno sabe cuándo y cómo empiezan, no ocurre así con ciertos fenómenos naturales, ajenos a nuestro poder, aunque sí debemos obrar en la previsión y prevención de sus consecuencias (¿cómo se permite edificar en antiguos lechos fluviales?).

El terremoto nunca podrá ser calificado de verdugo, el fundamentalista sí.
La firme y rocosa instalación de una creencia excluyente convierte a esa persona en un fanático. Esa mente, redonda ya y sin aristas, para un posible análisis, cuando se le pone un arma en su mano está iniciando una masacre.

Y las religiones no son ni verdaderas ni falsas, sino beneficiosas o perjudiciales, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, pero una mente amueblada tan sólo de creencia religiosa y ayuna de ilustración es una mina a punto de estallar llevándose por delante cuanto a su alrededor se encuentre.

1 comentario:

  1. Esto me ha recordado a una frase que no sé si la oí de alguien o la leí en algún libro que decía algo así como que cuando la religión empezó a perder fuerza se utilizó la nación como sustituto, para que el pueblo y los ejércitos obedecieran en casos de guerras y demás.

    Un saludo.

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