jueves, 12 de noviembre de 2020

¿MENTIR ES MALO? ( 4 ) EL CUERVO Y EL ZORRO.

  

Aunque el patrón de la mentira queda fijado ya en periodos anteriores, los contextos históricos perfilarán un estilo característico de mentira.

 

El arte medieval podría caracterizarse por el férreo control de la verdad sobre la mentira.

Quizá los dioses embriagados y juguetones de la época clásica necesitaban el látigo redentor del Dios cristiano.

 

San Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino podrían verse como los azotadores.

 

No obstante tanto uno como otro azotador no dejarán de reconocerle a la farsa su vivir inevitable, y el último casi hasta su virtud para ciertos casos; y es que la verdad beata no puede disimular la mentira oculta en los hábitos.

 

El rigor de la moral cristiana habrá de hacer su cruzada contra la mentira, como pecado, el pecado de mentir.

 

La propia consolidación de la institución eclesiástica conlleva la persecución del hereje a través de su desenmascaramiento.

La iglesia se previene contra el falso testimonio y la falsificación de la creencia.

 

Se levantan primero las gruesas murallas románicas contra la mentira y después las apologéticas cumbres góticas de la verdad pero cada piedra habrá de tener sus sombras.

 

El mundo inestable de invasiones, de avances y repliegues, de fragmentación fronteriza... disuelve en gran medida el mundo urbano en Occidente.

 

La vida se simplifica en cuanto a las relaciones de sociedad en un mundo rural y campesino, la mentira pierde matices y colorido a costa de una verdad elemental.

 

Pero la Ciudad de Dios sigue levantada en cada aldea y los clérigos sostienen las verdades heredadas junto con las sospechas de infamia.

San Agustín había acertado en desconfiar del hombre, que por su voluntad miente.

 

A la luz ilustrada de la Iglesia flotan las manchas oscuras, porque la figura pecadora del farsante refleja la del honesto cristiano (cristiano puede traducirse aquí casi por ciudadano, aunque viva en el campo o en una villa).

 

Con los tiempos viene una secularización de los hábitos, y los hábitos tienen su aprovechamiento tanto para el que se disfraza como para el que repara en la vanidad del que se los pone.

 

La verdad ensalzada como virtud de esta época emociona la vanidad del hombre y la mentira saca tajada.

Al efecto nos alecciona la famosa fábula del Cuervo y el Zorro en El Conde Lucanor de Don Juan Manuel (la mentira es una treta que se aprovecha de la vanidad de un hábito tomado por verdad):

 

“Una vez halló el cuervo un gran pedazo de queso, y se subió a un árbol para poder comérselo más a gusto, sin recelo y sin estorbo de nadie. Y cuando así estaba, pasó el zorro por debajo del árbol, y apenas vio el queso que tenía el cuervo se puso a tramar el modo de quitárselo. Y, por ello, empezó a hablar de esta manera: —«Don Cuervo, hace mucho tiempo que oí hablar de vos y de vuestra nobleza y apostura. Y aunque os he buscado, no ha sido voluntad de Dios ni ventura mía el que os hallara hasta este momento. Y para que veáis que no os lo digo por lisonja, enumeraré tanto las aposturas que en vos veo como aquellas cosas en que, según las gentes, no sois tan apuesto.

Todas las gentes piensan que el color de vuestro plumaje, ojos y pico, patas y uñas es negro.

Y dado que las cosas negras no son tan apuestas como las de otro color, y vos sois enteramente negro, opinan las gentes que ello constituye mengua de vuestra apostura.

No se dan cuenta de que se equivocan pensando así. Pues si vuestras plumas son negras, es tan negra y brillante su negrura, que se vuelve de azul índigo como las plumas del pavo real, la cual es el ave más hermosa del mundo.

Y aunque vuestros ojos son negros, en cuanto ojos son más hermosos que ningunos otros ojos; pues la propiedad del ojo no es sino ver; y puesto que toda cosa negra conforta la vista, los negros son los mejores; y por ello son más alabados los ojos de la gacela, que son más negros que los de cualquier otro animal.

De igual manera, vuestro pico y vuestras patas y uñas son más fuertes que las de ninguna otra ave de vuestro tamaño.

Y en vuestro vuelo tenéis tanta ligereza, que no os estorba el viento contrario, por recio que sea, cosa que ninguna otra ave puede hacerlo tan ligeramente como vos.

Y tengo por seguro, puesto que Dios hace todas las cosas razonablemente, que no consentiría que, siendo vos tan excelente en todo, tuvieseis el defecto de no cantar mejor que otra ave cualquiera.

Y puesto que Dios me ha concedido la merced de veros, y compruebo que hay en vos mejor bien del que nunca oí, si me dejaseis oír vuestro canto, me sentiría bienaventurado para siempre».

 

Y cuando el cuervo vio de qué modo le alababa el zorro, y cómo le decía la verdad en algunas cosas, pensó que se las decía en todas, e imaginó que era su amigo, sin sospechar que era para quitarle el queso que llevaba en el pico.

 

Y en vista de las muchas y buenas razones que le había oído al zorro, y por los halagos y por los ruegos que le había hecho, abrió el pico para cantar.

Por lo cual cayó el queso en tierra, lo tomó el zorro y se fue con él.

 

Y así quedó engañado el cuervo, por creer que su apostura y gallardía eran mayores que las que tenía de verdad.

 

Y aun la mentira podría colarse revestida de virtud, como a veces se dice de El libro del Buen Amor de Juan Ruiz; algunos interpretan que el propio autor construye un manual del embuste carnavalesco haciéndolo pasar por un catálogo del pecado como si fuese el canto de un juglar que, con licencia para moralizar hablando de blasfemias, habla de moral para blasfemar.

 

Sin capacidad para descubrir la intención del autor, la dialéctica entre la virtud y el deseo, la verdad y la mentira se muestran en cada verso.

La ambigüedad del libro podría ser el conflicto del hombre medieval con capacidad de elegir entre caer en los deleites del pecado a través de las sombras de la virtud o la de prevenirse al desenfreno poniendo luz al pecado.

 

Pero en cualquier caso, durante el medievo la mentira es la verdad oscura de una virtud monumental.

Es cuando la mentira empieza a ser virtud, en el renacer del hombre, que hay un cambio de estilo.

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