lunes, 30 de noviembre de 2020

ASÍ ES LA VIDA ( 1 )

 Afirma Fernando Savater que le pidió al filósofo Sciascia que le definiera qué era la “inteligencia” a lo que el filósofo italiano respondió: “algo de lo que suelen presumir los estúpidos”.

Por lo que F. Savater, en su Diccionario Filosófico, (que ha sido considerado por la crítica como la obra más madura del filósofo español está siendo muy leída aunque las más leídas hayan sido/sean las dos obras dedicadas a su hijo Amador, Ética para Amador y Política para Amador que, tantas veces utilicé en mis clases de Ética) en la entrada “intelectuales” escribe: “véase “estupidez”).

 

Porque Savater considera la estupidez como “la silicosis del intelectual, su enfermedad profesional”.

 

Por lo que algunos lo han definido como “azote de estúpidos”, “filósofo provocador”, “eterno disidente”, “filósofo de lo posible contra lo probable”, “filósofo inconformista”, de “anarquista moderado” consta en la ficha policial franquista.

 

Es decir, un filósofo atípico, un personaje entre dos aguas: el escepticismo y el sentido común.

 

Él se considera, más que como un filósofo clásico, académico y tradicional, un “filósofo de compañía”.

Y es verdad que es un placer leer cualquiera de sus obras porque escribe para que también los no filósofos lo entiendan perfectamente.

Sus obras son “autorizadas para todos los públicos” por lo que también se le ha llamado “filósofo de la obviedad” porque es un maestro en manejar el arte de tratar los temas más complejos con envidiable claridad, tanto literaria como conceptual.

 

Aún sigo disfrutando de El Jardín de las dudas, novela ambientada en la España del siglo XVIII y los pensamientos ilustrados de Voltaire.

Obra que, además, quedó finalista del Premio Planeta en 1.993.

 

En su sólida formación filosófica siempre está Voltaire: “lo más volteriano en mí, lo más noblemente volteriano, es la pasión por la “tolerancia” y el aborrecimiento del autoritarismo y de los fanáticos” de ahí su condena del terrorismo vasco (él es vasco, nacido en San Sebastián, en 1.947) y habiendo estado, pública y privadamente, amenazado por ETA.

 

No le gusta mirar al pasado, siempre edulcorado por los buscadores del origen, y que no es otra cosa que la placenta protectora en la que se refugian, por miedo a enfrentarse con el presente para poder preparar el futuro al que ven negro, muy negro.

 

A él le gusta “reflexionar sobre el presente para buscar lo posible”, “yo no me resigno a lo probable, busco también lo posible” y, si no existe la “felicidad perfecta” tampoco existe la “infelicidad perfecta” por lo que a él le interesa la “felicidad posible”.

 

No muy amigo de compañías y si, es el caso, “un máximo de tres horas y media y un mínimo de diecinueva minutos” y, además, charlas sin programa o guión previo (lo que G. García Márquez llama un “conversatorio”) reflexionando en voz alta.

Dice, entonces, lo que piensa sabiendo que puede equivocarse y que rectificará al día siguiente si ello fuera necesario.

 

Le gusta desmontar los lugares comunes y desmitificar utopías de uso corriente.

Es un inconformista, pero muy coherente y amigo del sentido común.

Conocedor de todos (o casi todos –supongo) los filósofos de la historia y de la actualidad.

 

Cuando una persona es culta menos dinero necesita para hacer unas vacaciones o pasar un día feliz.

Y, al revés, cuanta menos cultura posee, más derroche, más gasto, más pirotecnias, más ritos necesitan, porque no es fácil amueblar un vacío.

Una persona culta tiene abiertas tantas puertas y tan variadas que sabe que puede optar por abrirlas todas, pero que sabe que no puede entrar por todas, porque dominar lo que hay tras ellas es imposible.

Una persona inculta o no tiene puertas para abrir o tiene sólo una en la que entrar o él mismo la construye y se divierte con fuegos artificiales.

Un edificio con muchas puertas que abrir supone unos buenos y sólidos cimientos, una sólida base cultural, de la que carece el inculto.

 

El inculto envidia el coche, el reloj, el piso, el ordenador,… de la persona culta, pero no envidia el bagaje intelectual y el elenco de palabras y conceptos que usa en una conversación porque su pequeño diccionario intelectual es incapaz de recogerlos, al sentirse desbordado.

 

Si el ordenador te corrige tu minúsculo dominio de la ortografía está como invitándote a que no te esfuerces en dominarla, te incita al mínimo esfuerzo (ley muy de moda en la enseñanza actual).

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