miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿MENTIR ES MALO? ( 3 )

 

Será la humanidad al construir la cultura objetiva y su reversible, la subjetiva, las que abrirán la puerta definitivamente al acto de mentir, pues el acto de mentir solo podemos entenderlo sobre un fondo de verdad construido ya desde la cultura antropológica y no desde las culturas animales.

 

Así pues la mentira considerada función humana se vislumbraría por fin como un arte prehistórico, por ejemplo, en el contexto de las técnicas de caza que intuimos utilizaban los primeros hombres.

 

Las técnicas hoy llamadas de “aguardo”, “trampeo” o “reclamo” parecen haber sido ya ejecutadas por los primitivos y muestran características sin parangón en otras especies.

 

Muestran la ocultación a la vista de la presa (el hoyo en el suelo y cubierto de ramaje para que la presa a cazar no se dé cuenta y caiga dentro sin poder, ya, salir y no meramente la huida de sus ojos cuando el cazador se disfraza y de muchos modos o cuando permanece horas oculto y es capaz de hacerlo en muchos lugares, muestran el conocimiento de la subjetividad al producir trampas o reclamos estandarizados que no se resienten en su estructura formal por un mal resultado, atribuyendo éste a los elementos subjetivos que están en juego: percepción operada por la presa, comportamientos inadecuados de los cazadores, etc.

 

Los cazadores prehistóricos, suponemos, podrían conservar o reproducir la esencia de la mentira adaptándola a las diversas situaciones porque algunas cosas eran verdades incontestables siempre y en todo lugar, y para mentir solo habría que disimular la verdad (esconderse en su sombra) o simularla a los ojos subjetivos siempre ingenuos a ella.

 

Las actividades de subsistencia de la caza y la recolección y más adelante la economía de trueque de las primeras colonias humanas, sin embargo, nos obligarán a acotar los límites aun prehistóricos de un arte tosco que será ya clásico cuando aparezcan en escena la agricultura, la ganadería y sobre todo las ciudades y el dinero.

 

La mentira clásica: ya en la ciudad, con el dinero como valor de cambio, con el desarrollo de la escritura y la complejidad religiosa, las ficciones podrán tomar ya masa crítica.

 

Las sociedades humanas serán ya propiamente políticas y bajo la institucionalización y generalización de la verdad como instrumento de relación entre los hombres, la mentira queda institucionalizada y podrá habitar ya todos los rincones y con amplias texturas.

 

En los albores de la historia comienzan a cuajar seguramente todas las formas de mentir y por tanto podemos decir que se construye el canon de este arte clásico, recogido especialmente durante la etapa de la Grecia antigua, en sus mitos.

 

Los parámetros de este arte remiten al otro mundo, al Olimpo de la Verdad.

La mentira es, en la mitología griega, casi un divertimento divino.

Los inmortales dioses se mienten entre ellos, pero sobre todo, esto es lo relevante, a pesar de su divinidad y poder sobrehumano, mienten a los hombres constantemente.

Toman formas animales para arrebatar o seducir a mujeres, tientan a los hombres ofreciéndoles capacidades que luego no dan, etc.

 

No, los dioses no tienen poderes para dominar por la fuerza a los mortales, los dioses tienen poderes para poder mentirles.

 

Al respecto es sumamente interesante el diálogo que mantiene Sócrates con Hipias el Menor (afamado sofista) donde se sostiene que miente el que puede, a los efectos, el que sabe la verdad, y de muestra un botón donde Sócrates pone el saber astronómico como ejemplo:

 

.- Sócrates: —Luego también en astronomía, si alguien es mentiroso, el buen astrónomo lo será más; él es “capaz de mentir”, porque sabe; no el incapaz, pues es ignorante.

.-Hipias: —Así parece.

.-Sócrates: —Por tanto, también en astronomía la misma persona es mentirosa (puede mentir) y veraz (puede decir la verdad, porque la sabe).  

.-Hipias: —-Parece que sí.

 

El diálogo socrático en el Hipias el Menor, de Platón, muestra los fundamentos clásicos del canon de la mentira, del arte de mentir.

 

Los dioses y aún los humanos más avanzados e inteligentes como Ulises pueden mentir porque saben jugar con la verdad.

 

Sin duda son sabios, dejando aparte valoraciones morales: el que miente con arte es el que sabe la verdad, y el que miente sin la verdad, no tiene arte para mentir.

Este es el caso de las bestias al que nos referíamos en el punto anterior, sus mentiras no tienen título porque no conocen la verdad.

 

Sin embargo la mentira como acto social, no puede prescindir de la nesciencia del que creyéndose poseedor de la verdad la ignora.

 

La mentira tiene las patas cortas ante la verdad dominada por el otro, pero camina ligera en los bastos campos de la credulidad del engañado.

 

Los dioses se divierten dándose un paseo por la caverna de Platón: el mundo de los mortales donde las percepciones son primariamente sombras de luz proyectada, sombras solo interpretadas por creencias sobre la verdad, no siendo la verdad misma.

 

El dios Hermes muestra el perfil del problema de la ignorancia y del mito platónico.

Hermes es el dios de las palabras, la elocuencia, la comunicación, el mensaje.

 

Es el dios mediador entre inmortales y mortales.

 

 Y, ¿qué es la palabra, el mensaje?

Es la sombra platónica proyectada sobre la conciencia humana, y si bien el contorno de la verdad es indudable en una proyección y en una palabra, la verdad en sí no se aparece, y es por eso que el dios mensajero (que transmite la verdad) es también el dios de la mentira, del engaño, del galanteo.

Es el dios de la concordia, pero también el de los embusteros.

 

Por otra parte la dualidad clásica no solo se manifiesta en cuanto a la ontología de la inteligencia, también en cuanto a su axiología.

 

Aún Aristóteles, incansable defensor de la verdad en su Ética, no dejará de reconocer en su Poética las virtudes pedagógicas o didácticas de lo inexacto, pues más allá de carácter falso de la mentira, no dejan de estar reconocidos en ella ciertos contenidos universales.

 

 El poeta, frente al historiador, usa la farsa por su carácter flexible para hacer entender lo que hay mas allá de los hechos ciertos.

 

La verdad concreta de los hechos no transmite la verdad universal, pues la verdad habría de seguir siendo una con otros sucesos.

La verdad universal es hija de la metáfora.

 

Con todo, con la ciudad común, diría Aristóteles en su Política, se manifiesta lo propio, lo particular, no La Mentira, sino “mentiras”.

 

La mentira prehistórica, quizás acotada como una estrategia del grupo o del clan, pasa a ser cuestión de gobierno personal o de gestión de uno mismo.

Habrá quien tome el camino de la Ética (o la sinceridad) o el de la Poética (o la artimaña).

 

Tal vez en un mundo enredado como el que desde entonces se ha construido, la virtud esté en su justo medio, pues la sinceridad exige artimañas para lograr éxitos y queda dicho que la artimaña no vive sin la verdad.

La verdad es, muchas veces, oscura (el hábito no hace al monje).

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