sábado, 21 de noviembre de 2020

HISTORIA DE LA MENTIRA ( 4 ) ¿NO HAY HECHOS, SINO INTERPRETACIONES?

 

 POSVERDAD Y REVOLUCIÓN.

 

La actualidad del problema de la mentira se debe, en gran medida, a la pretensión de los sectores intelectuales conectados con la citada tradición totalitaria por situarse más allá de la verdad, en eso que llaman, con pedantería escolástica, «La Posverdad».

 

 Herederos del marxismo, cuyo fracaso identifican con el de la razón, han llegado a la conclusión de que una vez que se renuncia a la verdad absoluta no tiene sentido seguir pensando en la realidad como algo independiente de nosotros.

 

Si antes creían que la verdadera realidad terminaba haciéndose visible a los ojos de quien logra escapar de la parcialidad impuesta por las condiciones de explotación social en que viven los individuos, ahora ni siquiera la ciencia, con su pretensión de validez universal basada en el imperativo metódico de neutralidad, les parece que pueda eludir los condicionamientos de la conciencia histórica.

 

Una nueva conciencia surgida de los cambios generados por las nuevas tecnologías, la globalización y, sobre todo, la caída del comunismo les ha impulsado a sustituir la dialéctica, aquella llave maestra con la que abrían todas las puertas, por el nietzscheano «No hay hechos, sólo interpretaciones», tesis supuestamente novedosa que Platón refutó al demostrar la lejanía ideal de la realidad y la posibilidad consiguiente de trascender siempre las interpretaciones existentes.

 

La metamorfosis ideológica de los vástagos del totalitarismo, ahora convencidos de que la verdad objetiva, una para todos, no tiene sentido, explica su creencia en que nos encontramos en una época de transición y que lo que hoy está en juego es, precisamente, la definición de las reglas del juego.

 

Su objetivo prioritario, más o menos confeso, es, por ello, hacer saltar el horizonte, paso previo a la revolución con la que, a pesar de todo, siguen soñando.

 

Afirmar que nuestros discursos no remiten a nada, negar la realidad (muy útil cuando se tiene a la espalda un pasado de purgas, checas y campos de exterminio), es lo que hace quien se figura instalado en un nuevo horizonte donde ya no es pertinente hablar de verdad (y mentira) en el sentido tradicional de correspondencia del discurso con algo externo a él.

 

Los encendidos debates en el ámbito del positivismo lógico y la filosofía analítica sobre los criterios de verdad suenan ahora remotísimos.

 

La nueva versión de las cosas es que todo depende de cuál sea el paradigma que legitima el discurso.

 

Los hechos no acreditan por sí mismos nada.

Son mucho más significativas las emociones y sentimientos de quienes cuentan o no con ellos.

 

Al fin y al cabo, todo es susceptible de manipulación y distorsión.

La política, para los herederos de los intelectuales comprometidos, consiste en eso.

 

Sólo hay interpretaciones pugnando por la hegemonía.

Ésta es la única realidad.

 

«Si un perro ladra a una sombra, diez mil perros hacen de ella una realidad», reza un refrán chino anterior a la Revolución Cultural.

 

Mentir ha dejado, en consecuencia, de ser reprobable.

 

¿Acaso podemos apelar a algo más allá de nuestras opiniones?

 

La idea según la cual cada uno tiene su parecer, pero los hechos no son de nadie, ha caducado.

 

Que toda teoría, toda acción, deba ser remitida para ser comprendida al horizonte donde se ha gestado significa que todo depende del consenso, de la voluntad popular, de la aprobación de las masas o los usuarios de las redes sociales.

 

Se trata de una idea irrisoria - el horizonte nunca es fruto de un consenso previo, sino, al revés, porque hay horizonte es por lo que cabe el consenso-  que no merecería más consideración de la que concederíamos a un argumento refutado en el pretérito del que se ha olvidado la refutación.

 

Sin embargo, todavía tenemos fresca en la memoria la manera en que los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin usaron la mentira no sólo para esconder o desfigurar la realidad, sino para destruirla, de forma que las masas vivieran sujetas a una ficción manipulable reforzada mediante el terror y, digámoslo sin rodeos, conviene no descuidarse.

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