viernes, 6 de marzo de 2020

EL TACTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL ( 2 )


Hay situaciones en que se inhibe o se facilita la conducta táctil; situaciones en las que existen más probabilidades de que la gente toque (al pedir un favor más que cuando consiente en hacerlo, al tratar de convencer más que cuando uno es convencido, cuando la conversación es profunda más que cuando es casual, en una fiesta o acontecimiento social más que en el trabajo, al recibir mensajes penosos más que cuando se emiten, y también se ha observado que los contactos son más largos y más íntimos en las despedidas que en los saludos).

Recuerdo aquellas clases de filosofía de B.U.P. en las que, sin hablar, miraba fijamente a una alumna de la primera fila, muy próxima mi cara a su cara, e iba notando su cara cambiando de color al tiempo que veía, incluso oía, a alumnos de la clase, extrañados y cuchicheando mi “desvergüenza o caradura”.

Y todo era para explicarle la “proxemia” y las cuatro distancias de interrelación entre los seres humanos, a las que suelen denominarse: íntima, personal, social y pública.

Naturalmente “mi distancia”, como profesor, de esa alumna, no podía ser ni “íntima” ni “personal”. Debía ser social, Y aquella no era la distancia adecuada.

La hipótesis que da sentido a esta clasificación se basa en que por naturaleza, los animales, incluidos el hombre, mantienen un comportamiento de territorialidad, empleando sus sentidos para distinguir un espacio de otro.

Esta distinción depende de la relación que mantengan unos individuos con otros, de lo que sienten y lo que hacen, y está verificado en animales y seres humanos.

Las relaciones táctiles se suelen dar en la distancia íntima (de 0 a 45 cm) o en la distancia personal (de 45 a 122 cm de separación).

La primera, es la distancia de hacer el amor, de luchar, de consolar y de proteger a alguien (lo que no era mi caso).

Cuando alguien, no familiar, invade estos espacios tendemos a protegernos retrocediendo si podemos.

Esta especie de halo invisible que rodea nuestro cuerpo más allá de los límites de la piel, no es fijo, la confianza y el afecto, así como la penumbra o ausencia de luz, disminuyen este espacio.
A este respecto, es evidente que las diferencias culturales son determinantes.

Creemos que es entre estas dos distancias, la íntima y la personal, donde se refugian gran parte de los condicionantes sociales que inhiben una experiencia táctil.

En nuestras relaciones solemos apelar al “espacio personal”, su violación se considera una intrusión en los propios límites.

Sentimos que ese espacio nos pertenece, en nosotros reside la potestad para permitir su acceso y las expectativas sociales justifican su defensa.

Ignoramos los contactos que tenemos con los otros porque vivimos en una sociedad que no reconoce en el tacto una fuente enriquecedora de experiencias y un modo singular de comunicación. 

La tradición judeo-cristiana ha potenciado el temor al placer.
Al considerarse el tacto como fuente de placer y consuelo, se convirtió en pecado.

Asociaciones de este tipo, han conformado tabúes que coartan y limitan la percepción táctil de la realidad que nos rodea.

En nuestra sociedad se asocia con excesiva frecuencia el contacto físico al sexo.
La identificación de comportamiento táctil–comportamiento sexual hace que etiquetas como “promiscuidad, homosexualidad, complejo de Edipo, incesto y adulterio”, se asocien a comportamientos táctiles que en ningún caso las justifican.

Existen muchas maneras de tocar y un tacto amistoso, familiar, de cariño o afectuoso no tiene por qué tener ni interés ni implicación sexual.
Una equivocada interpretación sólo provoca inhibición.

Sociedades como la norteamericana, la inglesa, la nórdica o la alemana son más bien inhibitorias de la comunicación táctil (saludar a Alice, sueca, cuando, cada verano, coincido con ella en el apartamento, se reduce a darnos la mano y no un doble beso, inocente, en ambas mejillas).

En el sur, sin embargo, las actitudes cambian y con la simple presentación de la esposa o novia, desconocidas, el saludo con dos besos es la norma, sin connotación sexual alguna.

El significado varía en función del lugar, el contexto, la parte del cuerpo tocada, la duración del contacto, el modo de tocar (acariciar, pellizcar, palmear, abofetear, abrazar, enlazarse, apoyarse...), la asiduidad con que tocamos e incluso el poder que ostenta la persona que toca o es tocada.

La sociedad condiciona el tipo de partes que se pueden tocar y las que no, al igual que aquellas partes de la piel que pueden exhibirse.

Necesitamos ser tocados y sin embargo muchas partes del cuerpo son tabúes según la cultura.

Por ejemplo en Fiji es tabú tocar el cabello o en Japón tocar la nuca a una chica.

Otros factores como religión, los mitos de masculinidad o el status social, condicionan nuestro comportamiento.

Nos escudamos en la significación social que se le da al tacto y en lo moralmente “correcto”, cuando en realidad la moral la creamos entre todos.

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