sábado, 21 de septiembre de 2019

MUERTE E INMORTALIDAD ( 4 )



TERCERA CONCEPCIÓN DE LA SUPERVIVENCIA POST-MORTEM

LA RESURRECCIÓN.

En sentido estricto, resucitar es que “un cuerpo, ahora cadáver, se regenere y vuelva a la vida”.

Era la concepción que tenían los judíos cuando empezaron a creer en una supervivencia tras la muerte, hacia finales del siglo II a. C. y era la concepción dominante entre los contemporáneos de Jesús de Nazaret (por ello no podían aceptar la resurrección sin la correspondiente tumba vacía, que fue lo que hicieron los apóstoles cuando María Magdalena se lo anunció a los que estaban aterrorizados por ser sus discípulos y por el temor de que también a ellos….por ser seguidores del crucificado, muerto y sepultado…).

Esta concepción de supervivencia post-mortem de los materialistas, para quienes la identidad de la persona viene constituida no sólo por las propiedades cualitativas de su cuerpo sino por ser “exactamente ese cuerpo”, es precisa la misma “identidad numérica”.

Para que Sócrates resucite es menester no simplemente que reviva un individuo físicamente idéntico a Sócrates sino que justamente los mismos átomos y las mismas moléculas que una vez constituyeron a Sócrates vuelvan a reunirse todos, en el mismo orden y en la misma disposición.

(Este corporalismo era el dominante en el período patrístico, incluso en Santo Tomás).

Tamaña hazaña es posible para un Ser Omnipotente, pero entender así la resurrección plantea varios problemas.

El primero que, pasado un tiempo, mucho o poco, es posible que algunos o muchos de los átomos y moléculas de un cadáver hayan llegado a formar parte de otro ser (pensemos en el canibalismo, en la ingestión por unos animales o, simplemente, en la absorción de los vegetales).
En ese caso Dios sólo podría resucitar a uno de los dos, o al primer muerto o al caníbal, al animal o a la planta a los que han ido parte del cadáver, una vez muerto Sócrates o cualquier persona.
Sería imposible, pues, resucitar a todo el mundo (sí, quizá, a alguna persona concreta).

El segundo problema es que si las moléculas que componen cada ser humano están reemplazándose constantemente pues, como parece ocurrir, cada siete años aproximadamente hemos renovado todas nuestras moléculas, entonces un agente omnipotente podría resucitar a unos 10 individuos (7x10=70) por cada persona que haya vivido 70 años.
Así, por ejemplo, ese ser omnipotente podría resucitar a un Sócrates bebé, a un Sócrates de 7 años, a otro de 14,…y todos serían Sócrates.
Pero es manifiestamente absurdo que puedan resucitar 10 Sócrates a la vez, cada uno de una edad diferente.

¿Cómo resucitaríamos? ¿Con qué cuerpo? ¿Con el mismo que teníamos a la hora de morir? ¿Con todos los achaques de la vejez? ¿Con el que quedó destrozado en un accidente?, ¿con el no-nato o recién-nato?

Recuerdo la anotación que nos hacía aquel profesor cuando se preguntaba cómo recuperar aquellos cabellos arrancados del peine después de bañarse en el Pisuerga (estábamos en Salamanca)

¿Con qué cuerpo? – se lo preguntaban ya los teólogos medievales.

Según los corporalistas estrictos, con el que teníamos a la hora de morir pues, para que el resucitado y el muerto sean la misma persona, ha de haber una continuidad espacio-temporal, el cuerpo del resucitado ha de ser físicamente continuo con el del muerto en el momento de morir.

Pero, puesto que siempre hay un hiato temporal entre el resucitado y el cadáver su identificación siempre será problemática.

Santo Tomás, que era corporalista, y que afirmaba que el principio de individuación para las criaturas de este mundo provenía de la materia, sostiene que entre la muerte y resurrección tiene que existir algo que enlace uno y otro cuerpo (o, más bien, una y otra persona) y ese algo es el alma que, aún privada de ciertas funciones esenciales, es portadora de la “identidad personal”.
Según él, el alma sin cuerpo tendría entendimiento y voluntad pero no otras funciones cognitivas, como la percepción, ni la memoria

Naturalmente, los corporalistas actuales niegan la existencia de esa tal entidad llamada alma.

Aporías varias aparecen en esta concepción: ¡vaya suerte para los que perezcan decrépitos, deformados, arruinados físico-fisiológicamente,… porque al momento de resucitar volverían a morir¡

Pero si la resurrección tomara como punto de partida el “apogeo físico” (20 años), entonces los bebés, los niños, incluso los adolescentes, se quedarían sin resurrección.

La estricta resurrección (“volver a vivir con un cuerpo como el que tenemos”) lógicamente no es absurda, pero para que sea posible es necesario, siempre, contar con la existencia de un Ser Omnipotente (que es el supuesto de todas las grandes religiones).

La “resurrección” sería una “re-creación” y lo que fue creado una vez por Dios vuelve a serlo otra vez (nuevamente “re-creado” por Él.

Para ser “yo resucitado” debo tener el mismo cuerpo que tenía antes de morir. Y el alma puede ser inmortal, al ser inmaterial, pero el cuerpo, al ser material, se desgasta, y se descompone con la muerte.
“Creo en la resurrección de la carne (de los muertos) y en la vida eterna y perdurable”

Pero el cuerpo resucitado –dicen los teólogos- no será un cuerpo material como el que ahora tenemos, sino un “cuerpo espiritual” (que a mí no me cabe en la cabeza imaginármelo) y que debería ser traslúcido (y no opaco), penetrable por los objetos físicos (y no impenetrable), que pudiese traspasar objetos (como nos representamos a los fantasmas y espectros atravesando paredes).

Pero –me pregunto- si no tiene masa no le afecta la gravedad ¿vagaría y se movería aleatoriamente? ¿Podría comer o sólo fingirlo? ¿Le alimentaría la comida? ¿Tendría ese “cuerpo espiritual” necesidades fisiológicas?

No creo que sea la mejor definición de este cuerpo resucitado denominarlo “cuerpo” sin tener nada en común con lo que entendemos por “cuerpo”

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