lunes, 23 de julio de 2018

NIETZSCHE 7, LA TRANSMUTACIÓN DE VALORES (1)


Todo el esfuerzo filosófico de Nietzsche apunta en esta dirección.
Es una lucha de titanes contra toda una historia del mundo occidental que ha valorado la existencia de forma equivocada al infravalorar la vida real subordinándola a una vida irreal, ideal, en la que se ha creído por tanto sacerdote judeo-cristiano que ha creído en tantas cosas: vida de ultratumba, juicio final, salvación y condena eterna, un Dios terrible y temido pero, a la vez, un Dios amor, que perdona al que se arrepiente y unas virtudes que no son tales, una repulsa al cuerpo, a sus instintos,…
Toda una cultura Occidental que ha ensalzado a Apolo, entronizando la Razón, y ha enterrado a Dionisos, malinterpretando la historia que, desde los griegos era un dualismo de fuerzas representado en la tragedia.

Esos valores no son valores de afirmación de la vida, sino de su negación.
El místico español lo expuso muy claramente: “muero porque no muero”.

Se ha llamado “vida” a la “muerte” y se ha colocado en la cumbre de toda esta interpretación a un Dios que representa el “monotonoteísmo” y la negación, la antítesis de la existencia, la muerte.

Un Dios débil y enfermo, decrépito, chandala, miserable, compasivo.

Hemos centrado en el todas nuestras esperanzas –pero la esperanza es ya un mal en los griegos –y establecido un sistema que no nos permite ni la libertad ni la inocencia.

“Lo que nos separa no es el hecho de que ni en la historia, ni en la naturaleza, ni detrás de la naturaleza reencontremos nosotros un Dios, sino el que aquello que ha sido interpretado como Dios nosotros lo sintamos no como algo “divino” sino como algo digno de lástima, absurdo, nocivo, no sólo como un error, son como un crimen contra la vida…Nosotros negamos a Dios en cuanto Dios…”

“El Cristianismo es un sistema, una visión de las cosas coherente y total.
Si se arranca de él un concepto capital, “la fe en Dios”, se despedaza con ello también el todo; ya no se tiene entre los dedos una cosa necesaria…”

Pero también hemos hecho del mundo un lugar lúgubre, un hospital gigantesco, de una increíble tristeza, plagado de símbolos de muerte, de cadáveres, de cruces,…

Poner como signo del Cristianismo una cruz, un instrumento de tortura que, además, lleva hasta la muerte, es ya una provocación, un insulto a la vida.

Y lo más terrible: hemos hecho de este mundo un manicomio terrible.
El mundo es una cosa de locos y lo ha sido ya desde hace mucho tiempo.

“Poner enfermo al hombre es la verdadera intención oculta de todo el sistema de procedimientos salutíferos de la Iglesia.
La Iglesia misma, ¿no es ella el manicomio católico como último ideal?
¿La tierra en cuanto tal como manicomio?
El hombre religioso, tal como la Iglesia lo quiere es un “decadent” típico. El momento en que una crisis religiosa se adueña de un pueblo viene caracterizado siempre por epidemias nerviosas; el “mundo interior” del hombre religioso se asemeja, hasta confundirse con él, al “mundo interior” de los sobrexcitados y extenuados; los estados “supremos” que el Cristianismo ha suspendido por encima de la humanidad, son formas epileptoides, la Iglesia ha canonizado “al majorem Dei honorem” únicamente a locos o a grandes estafadores…”

Esto radicaliza el problema: “Qué ha hecho Occidente del mundo en estos siglos?, ¿y a dónde apunta, en estos momentos, la cultura Occidental?, ¿qué busca ahora?, ¿qué quiere?, ¿qué porvenir estás construyendo manteniendo como base la misma valoración milenaria?, ¿la equivocada valoración de la existencia?

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