lunes, 9 de julio de 2018

A PROPÓSITO DE NIETZSCHE: LA CREACIÓN DE NUEVAS NOCIONES (1)



LA CREACIÓN DE LAS NUEVAS NOCIONES.

Al menos dos cosas son ciertas: 1.- Que Nietzsche odiaba la metafísica, y 2.- Que no tenía otra alternativa sino tomar prestadas esas condones metafísicas que tanto odiaba.
No lo quería, pero no podía evitarlo.
Se sentía atrapado en el lenguaje como quien odia un tipo de traje pero no tiene más remedio que usarlo sabiendo, siendo consciente, que ni la hechura, ni el corte ni el color concuerdan con sus deseos.
Condenado a expresar en palabras, en conceptos, aquello que se le escapaba permanentemente: sus vivencias más profundas.
Es, en versión sofista, querer captar la corriente del río sacándole fotografías desde el puente.

“Nuestras vivencias auténticas no son, en modo alguno, charlatanas. No podrían comunicarse si quisieran. $Es que les falta la palabra. Es que esos moldes no son idóneos para esos contenidos.
¿Cómo expresar en palabras, estáticas, la vivencia dinámica y creciente de la la tristeza que produce la agonía de un ser querido?.

Quien no lo siente, quien no lo está viviendo, quien sólo oye palabras, no puede captar lo que siente el que está sufriendo la vivencia.

Lo vital, las vivencias, la vida, no “encaja” en las cajas que son las palabras.

Y es que, así como es imposible saltar por encima de la propia sombra, Nietzsche se siente, con rabia, imposibilitado de saltar fuera del código.

Es verdad que menos es nada, pero lo cierto es que eso no es suficiente.

Nietzsche crea un lenguaje, introduce en él categorías nuevas, usa metáforas y símbolos, destruye el discurso lógico y utiliza categorías móviles que, más que mostrar, ocultan todo aquello que pretende comunicar.

De ahí la dificultad interpretativa.

¿Lo que él quería expresar puede ser captado por quien eso lee?

“El lenguaje parece haber sido inventado sólo para decir lo ordinario, lo mediano, lo comunicable. Con el lenguaje se vulgariza ya el que habla”

El laberinto de las palabras, en el que es muy fácil quedar atrapado y no poder salir de él.

Y podíamos preguntarnos si, con su obsesión por destruir la metafísica, sus nuevos términos recuperan la metafísica y el orden lógico que pretendía subvertir.
Aunque él, en una Historia de la Filosofía, se vería como allende la metafísica, aunque también pudiera ser que, aunque él se viera y se considerara así, hubiera desarrollado la última posibilidad que le quedaba a la metafísica, después de haber llegado, con Hegel, a su madurez en la línea del “ego cogito” cartesiano
Dicha posibilidad era cambiar de registro y pasar del “ego cogito” al “ego volo” que él despliega como la Metafísica de la Voluntad de Poder.

Es metafísica, pero otra forma de metafísica, o la última forma de metafísica.

Una lucha titánica: luchar contra el lenguaje, desde el lenguaje, e intentando crear otro tipo de lenguaje en el que se manifieste el “ego volo” (la voluntad) superando el lenguaje lógico del “ego cogito” (racional).

Muchas veces, en mis clases, exponía que “el hombre no existe, que lo que, realmente, existen son los hombres concretos, individuales, los de carne y hueso.

“El ser es y no puede no ser; el no ser no es y nunca podrá ser” (Parménides) y, contra él: “lo que, realmente, existe es el no-ser, el movimiento” de Heráclito.

“Contra la mentira del Ser, contra la mentira de los eléatas, contra todas esas doctrina de lo Uno”, lo que, realmente, existe no es la Unidad sino la Pluralidad, la Diversidad.

Yo explicaba, en mi etapa de docente, que “pasar del “ser” al “no ser” era la “aniquilación”, dejar de ser. No dejar de ser esto para pasar a ser aquello, porque seguiría estando dentro del “ser” (“ser esto”, “ser lo otro”, “ser lo de más allá”…es seguir “siendo”)

O “pasar del “no ser” o “nada” al “ser” era imposible de manera natural, porque eso tiene un nombre: “creación”: sacar del la “nada”, del “no ser”, el “ser” y bien claro lo afirma el principio de la Termodinámica: “En la naturaleza nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”, pero como, aún transformado, sigue “siendo”, es el triunfo de Parménides y de los eléatas.
Sólo el Dios cristiano, posterior, tendría en sus manos el poder “crear”  y el poder “aniquilar”, a los hombres sólo les quedaba el poder transformar una cosa en otra, pero que ya era y sigue siendo, aunque de otra manera.

“La “Razón” en el lenguaje: ¡Oh, qué vieja hembra engañadora!. Temo que no vamos a poder desembarazarnos de Dios, porque continuamos creyendo en la gramática”

Y es que el lenguaje ha servido, fundamentalmente, para dar identidad a lo diverso, para unificar aquello que no puede ser unificado, para establecer de por sí y en forma definitiva lo siempre diverso.

Yo soy un varón jubilado que ya no cumple los 70, mientras mi hija, mujer, trabajadora en la Banca, acaba de cumplir años, a penas los 40 y mi nieto, Santi, con 13, es un estudiante pero los tres somos “personas”, igual de personas, con los mismos derechos humanos.

Bajo la palabra abstracta y fría “persona” hemos realizado la unificación e identidad de tres individuos concretos, vivos, distintos.

Las categorías heredadas de los antiguos filósofos, Aristóteles y compañía, son una de las dianas contra las que disparar porque ellas son los soportes en que se ha fijado, pegado, anexionado, la “verdad”, ellas son las que han establecido lo que se considera “verdadero, bueno, bello,…”, la terrible mentira que subyace en la Voluntad de Verdad que gobierna el mundo del pensamiento y que los filósofos occidentales, a través de la larga historia de las ideas se han encargado de ir amarrando, generación tras generación,  manteniendo un orden lógico, semántico y sintáctico que puede ser considerado como La Gran Mentira Lingüística Occidental, hogar perfecto de la moral y sustentadora de los valores que han dado forma a todo esto que llamamos “civilización”.

¿Valen los pensamientos de los griegos del siglo IV y V, antes de Cristo, para el mundo occidental de hoy tras haber volado por encima de la civilización romana, la medieval, la renacentista, la moderna,…?

¿Es posible una petrificación de los valores de una época y de un espacio concreto para todas las épocas  y todos los espacios?
¿Las ideas, los valores, no traen inscritos su fecha de caducidad?.
¿Valen para “siempre” y para “todos”, independientemente de su origen?
¿No es esta forma de pensar y de comportarse una forma de fetichismo grosero?

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