Al menos dos cosas son
ciertas: 1.- Que Nietzsche odiaba la metafísica, y 2.- Que no tenía otra
alternativa sino tomar prestadas esas condones metafísicas que tanto odiaba.
No lo quería, pero no podía
evitarlo.
Se sentía atrapado en el
lenguaje como quien odia un tipo de traje pero no tiene más remedio que usarlo
sabiendo, siendo consciente, que ni la hechura, ni el corte ni el color
concuerdan con sus deseos.
Condenado a expresar en
palabras, en conceptos, aquello que se le escapaba permanentemente: sus
vivencias más profundas.
Es, en versión sofista,
querer captar la corriente del río sacándole fotografías desde el puente.
“Nuestras vivencias
auténticas no son, en modo alguno, charlatanas. No podrían comunicarse si
quisieran. $Es que les falta la palabra. Es que esos moldes no son idóneos para
esos contenidos.
¿Cómo expresar en palabras,
estáticas, la vivencia dinámica y creciente de la la tristeza que produce la
agonía de un ser querido?.
Quien no lo siente, quien no
lo está viviendo, quien sólo oye palabras, no puede captar lo que siente el que
está sufriendo la vivencia.
Lo vital, las vivencias, la
vida, no “encaja” en las cajas que son las palabras.
Y es que, así como es
imposible saltar por encima de la propia sombra, Nietzsche se siente, con
rabia, imposibilitado de saltar fuera del código.
Es verdad que menos es nada,
pero lo cierto es que eso no es suficiente.
Nietzsche crea un lenguaje,
introduce en él categorías nuevas, usa metáforas y símbolos, destruye el
discurso lógico y utiliza categorías móviles que, más que mostrar, ocultan todo
aquello que pretende comunicar.
De ahí la dificultad
interpretativa.
¿Lo que él quería expresar
puede ser captado por quien eso lee?
“El lenguaje parece haber
sido inventado sólo para decir lo ordinario, lo mediano, lo comunicable. Con el
lenguaje se vulgariza ya el que habla”
El laberinto de las palabras,
en el que es muy fácil quedar atrapado y no poder salir de él.
Y podíamos preguntarnos si,
con su obsesión por destruir la metafísica, sus nuevos términos recuperan la
metafísica y el orden lógico que pretendía subvertir.
Aunque él, en una Historia de
la Filosofía ,
se vería como allende la metafísica, aunque también pudiera ser que, aunque él
se viera y se considerara así, hubiera desarrollado la última posibilidad que
le quedaba a la metafísica, después de haber llegado, con Hegel, a su madurez
en la línea del “ego cogito” cartesiano
Dicha posibilidad era cambiar
de registro y pasar del “ego cogito” al “ego volo” que él despliega como la Metafísica de la Voluntad de Poder.
Es metafísica, pero otra
forma de metafísica, o la última forma de metafísica.
Una lucha titánica: luchar
contra el lenguaje, desde el lenguaje, e intentando crear otro tipo de lenguaje
en el que se manifieste el “ego volo” (la voluntad) superando el lenguaje
lógico del “ego cogito” (racional).
Muchas veces, en mis clases,
exponía que “el hombre no existe, que lo que, realmente, existen son los
hombres concretos, individuales, los de carne y hueso.
“El ser es y no puede no ser;
el no ser no es y nunca podrá ser” (Parménides) y, contra él: “lo que,
realmente, existe es el no-ser, el movimiento” de Heráclito.
“Contra la mentira del Ser,
contra la mentira de los eléatas, contra todas esas doctrina de lo Uno”, lo
que, realmente, existe no es la
Unidad sino la
Pluralidad , la
Diversidad.
Yo explicaba, en mi etapa de
docente, que “pasar del “ser” al “no ser” era la “aniquilación”, dejar de ser.
No dejar de ser esto para pasar a ser aquello, porque seguiría estando dentro
del “ser” (“ser esto”, “ser lo otro”, “ser lo de más allá”…es seguir “siendo”)
O “pasar del “no ser” o
“nada” al “ser” era imposible de manera natural, porque eso tiene un nombre:
“creación”: sacar del la “nada”, del “no ser”, el “ser” y bien claro lo afirma
el principio de la
Termodinámica : “En la naturaleza nada se crea, nada se
destruye, todo se transforma”, pero como, aún transformado, sigue “siendo”, es
el triunfo de Parménides y de los eléatas.
Sólo el Dios cristiano,
posterior, tendría en sus manos el poder “crear” y el poder “aniquilar”, a los hombres sólo
les quedaba el poder transformar una cosa en otra, pero que ya era y sigue siendo,
aunque de otra manera.
“La “Razón” en el lenguaje: ¡Oh,
qué vieja hembra engañadora!. Temo que no vamos a poder desembarazarnos de
Dios, porque continuamos creyendo en la gramática”
Y es que el lenguaje ha
servido, fundamentalmente, para dar identidad a lo diverso, para unificar
aquello que no puede ser unificado, para establecer de por sí y en forma
definitiva lo siempre diverso.
Yo soy un varón jubilado que
ya no cumple los 70, mientras mi hija, mujer, trabajadora en la Banca , acaba de cumplir años,
a penas los 40 y mi nieto, Santi, con 13, es un estudiante pero los tres somos
“personas”, igual de personas, con los mismos derechos humanos.
Bajo la palabra abstracta y
fría “persona” hemos realizado la unificación e identidad de tres individuos
concretos, vivos, distintos.
Las categorías heredadas de
los antiguos filósofos, Aristóteles y compañía, son una de las dianas contra
las que disparar porque ellas son los soportes en que se ha fijado, pegado,
anexionado, la “verdad”, ellas son las que han establecido lo que se considera
“verdadero, bueno, bello,…”, la terrible mentira que subyace en la Voluntad de Verdad que
gobierna el mundo del pensamiento y que los filósofos occidentales, a través de
la larga historia de las ideas se han encargado de ir amarrando, generación
tras generación, manteniendo un orden
lógico, semántico y sintáctico que puede ser considerado como La Gran Mentira Lingüística
Occidental, hogar perfecto de la moral y sustentadora de los valores que han
dado forma a todo esto que llamamos “civilización”.
¿Valen los pensamientos de
los griegos del siglo IV y V, antes de Cristo, para el mundo occidental de hoy
tras haber volado por encima de la civilización romana, la medieval, la
renacentista, la moderna,…?
¿Es posible una petrificación
de los valores de una época y de un espacio concreto para todas las épocas y todos los espacios?
¿Las ideas, los valores, no
traen inscritos su fecha de caducidad?.
¿Valen para “siempre” y para
“todos”, independientemente de su origen?
¿No es esta forma de pensar y
de comportarse una forma de fetichismo grosero?
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