martes, 20 de febrero de 2018

37;. ¿MIEDO A LA VEJEZ? LA RELIGIOSIDAD DEL VIEJO



  LA RELIGIOSIDAD

El hombre perdió el paraíso, como hemos afirmado más arriba, al usar perversamente la razón para escalar el cielo.

El viejo nunca es un blasfemo. Ha temido demasiado a Dios para tener ahora que ofenderlo.

El más allá no es, para él, un problema sino una estación más de la vida, una meta sencilla y cercana.

El viejo es religioso, pero no se siente “Iglesia”, sino “iglesia” pueblo de Dios. La Iglesia es y representa el poder y él abomina del poder.

Un viejo con poder y aferrado al poder es un esperpento de persona y resulta perverso.

La religiosidad del viejo es una religiosidad de corazón, no necesariamente de Iglesia.
Demasiado le ha amenazado la Iglesia con las penas eternas del infierno en la otra vida, como para seguir encadenado a sus amenazadores.

La religiosidad del viejo no es del cumpli-miento (cumplo y miento), sino una religiosidad íntima, de corazón, no liturgista, sino sentida, vivenciada.

El anciano calla y mira.
Reza en  silencio profundo, sin oraciones canónicas, oraciones muertas, peticiones ininteligibles (perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores). ¿Qué son las deudas?, ¿las hipotecas?
¿Te las va a perdonar Dios, si tú a quien se las debes es al del banco de la esquina?
¿Y tú perdonas lo que se te debe?
Ya sé que ahora lo han cambiado por “ofensas”

El viejo no trata a Dios de Señor sino de tú, y le guiña pidiéndole cualquier cosa y paseando o sentado en un banco o cuando levanta la vista de la prensa gratuita o cuando ve jugar a un niño y recuerda, con añoranza, su niñez.
Cumple el mandato de Jesús, de no tener que ir al templo para hablar con Dios.
Aquí, directamente, sin intermediarios, es más barato y más fresco el producto, de tú a Tú, como un hijo con su padre y no como un súbdito con su señor.

Habla poco de “religión” porque en él hay mucho de “religiosidad”, siente más que razona, porque todo en él es religioso, no eclesiástico.

Es religioso como estar vivo.
Siempre ve un final feliz.
A él, de esperarle algo, le espera la gloria, se lo merece, méritos tiene acumulados, siente esa seguridad interna y que nadie intente removérsela.
Es palabra viva, sin catecismo (éste es letra escrita, lo otro es vida íntima y no suelen coincidir).

La existencia no es, para él, amenazante, ni llena de violencia.
Él ha sido luchador, rival, contrincante, pero nunca enemigo.

El fuego eterno, si existe, no está hecho para él (¡hay que ver lo que le ha tocado vivir en este mundo como para que en el otro, si existe, encima, le toque sufrir eternamente con los sufrimientos temporales que ha soportado en éste¡)

El viejo alimenta esperanzas.

Entrar, hoy en una iglesia, durante un acto religioso es ver a viejos, sólo a viejos (sobre todo viejas) y quizá a algún niño de catequesis en preparación para la primera comunión.

Ya mismo, ahora mismo, las iglesias van a ser lo que Alberti ya presagiaba:

Entro, Señor, en tus iglesias... Dime,
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto por si no sabías
que ya a muy pocos tu Pasión redime.

Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.

Confiésalo, Señor. Solo tus fieles
hoy soy esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.

Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados...
Y no te encuentran por ninguna parte.

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