lunes, 5 de febrero de 2018

31.- ¿MIEDO A LA VEJEZ? (A)

Pero no sólo el nieto.
También las cosas amadas inyectan vida en el abuelo.
Ese banco en la plazuela, el bar de la esquina, el periódico gratuito, la reunión en el centro de la tercera edad, la partida de dominó, ese libro manoseado, ese árbol caritativo de sombra….

El viejo no quiere que le trastoquen ese su mundo.
Quiere verlo todo y  siempre, así, para poder dominarlo y que nada se le desmadre.
Si “su” mundo está ahí, donde siempre y como siempre ha estado, él se siente seguro.
El sitio de los zapatos, el lugar del libro que está leyendo o de la sopa de letras, el destornillador y los alicates, las llaves…ahí, donde deben estar, como siempre y desde siempre.

¿Y qué decir de la enfermedad de las personas mayores?

Si con el uso, con el funcionamiento, todos los mecanismos se desgastan o se desencajan o se rompen, también nuestro cuerpo. Porque nuestro cuerpo es una máquina.
Deben, pues, tras muchos años funcionando, ser normales los achaques, los fallos, las enfermedades.

Pero la sociedad no ve igual la enfermedad del joven que la del mayor.
En el joven la enfermedad parece estar fuera de lugar, por lo que, una vez suprimida, se reincorporará a la carrera competitiva productivista.
En los mayores, en cambio, no ocurre así.
Se cure o no se cure, el ya está fuera de la cadena productiva.
Por eso decimos que, “un joven “puede” estar enfermo”, pero “un viejo “es” un enfermo” y, además, su enfermedad ya es gravosa para la sociedad, porque, ya, nada va a producir, sólo gastar.

Y está bien que al viejo le funcione la cabeza, pero la presencia del pensamiento nunca compensa del todo la ausencia de otras facultades (movilidad, artrosis, aparato respiratorio, procesos reumáticos, la próstata, la glucemia, los triglicéridos, la tensión arterial…
Pero como hemos dicho, en lugares anteriores, del “amor”, que no existe, sino que lo que existen son “amores”, igualmente podemos/debemos decir de la “enfermedad”, que no existe, que lo que existe son “enfermedades”, como ocurre con el “enfermo”, que no existe, que lo que existen son “enfermos” concretos, personas concretas enfermas.

“Enfermedades concretas en enfermos concretos”.
Y, aquí, en esto, cada uno es un mundo.
La misma enfermedad es llevada de distinta manera por uno que por otro.

Una cierta dificultad para caminar en Pedro, que tiene 18 años, no es igual que en Pablo, que ronda los 82.
El insomnio, en un joven, es una patología, en la vejez, ya no tanto.

Dicen que el joven duerme profundamente porque apenas tiene algo que recordar, mientras que el viejo necesita robarle horas al sueño para sentirse vivo paseando por la memoria.
¡Son tantos los recuerdos, tantas las experiencias acumuladas, que el mismo sueño le suele angustiar, y por eso renuncia a él¡

Quiere sentirse despierto, quiere sentirse vivo.
Incluso el descanso es un duermevela.

Es normal que el viejo dé cabezadas en cualquier momento del día.

Lo normal en un coche, al usarlo constantemente, es que un día se pinche una rueda, otro día se le vaya la batería y otro día no muy lejano haya que cambiarle las bujías o un intermitente.

Es lo normal.

Pues igualmente ocurre en y con nuestro cuerpo, es normal que algo falle, lo importante es que no sea una avería grave del motor.

Será la próstata o la vagina o la mama, será el estómago que se resiente ante comidas y bebidas fuertes, será la tensión o el colesterol que se sube y se pasa del límite de la normalidad.

Es lo normal.
Es normal que en un tejado viejo haya alguna gotera, habrá que retejarlo para seguir bajo techado, pero no es necesario echar abajo la casa.


Y si eso que decimos de la enfermedad es lo normal, ¿qué decir del amor? 

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