domingo, 18 de febrero de 2018

36.- ¿MIEDO A LA VEJEZ?. LA TACAÑERÍA DEL ABUELO.


 ¿TACAÑO, AVARO,... EL VIEJO?

Es ya un lugar común hablar o recordar lo rácano, lo tacaño, lo agarrado que es o era el abuelo.
Pero lo que nunca olvidará el abuelo es el regalo a los nietos y las muchas visitas al kiosko y a las tiendas de chucherías, de comer o de jugar, en las tiendas al uso.

Pero… ¿se habrá hecho avaricioso por haber sido o haberse sentido marginado o por pensar que pudiera serlo, al ver o recordar casos de los viejos cuando él no lo era?

Suponiendo que lo fuera o que lo es, ¿sería por la posible inseguridad, por la posible intemperie, que le esperaba si no tuviera esos ahorrillos ni ganas de molestar a los hijos el día de mañana?

El viejo (y es normal) teme la posible escasez futura, la posible necesidad del mañana, al no poder ya hacerse con las cosas como antes.
Teme la posible soledad futura por la pobreza real simultánea.
Es su invalidez.
Porque “soledad” y “pobreza” (“pobreza” y “soledad”) vienen siempre de la mano.

No es, pues, que el anciano se despegue de sus antiguas aficiones y costumbres, es que va despegándose de ellas, bien por la merma de sus facultades, bien porque los otros temen que le pase algo malo si continúa con ellas.

Y es que el viejo (al revés de lo que le ocurre al joven y al adulto) teme que lo que pierda, a su edad, es ya irrecuperable, que recobrar lo perdido lo ve muy difícil, de ahí su interés en no perderlo para no tener que intentar recuperarlo.

Perder algunos de sus poderes, perder algo de poder es, para él, como la presencia de un fragmento de muerte, un impuesto que le cobra la mortecina vida antes de morirse del todo.

Esa pérdida de poder ante las necesidades ya no es algo pasajera, sino definitiva (y él lo sabe).
De ahí la tendencia al almacenamiento, al atesoramiento, para que el día de mañana no le falte.
Desde recoger del suelo una cuerda o un alambre, una tabla, un palo,…

¿”Quién sabe si me servirá mañana para algo?”
Y tener, así, cada vez más, el cuarto trastero o una pieza de la casa llena de trastos.
Pero sobre todo tener ahorrado dinero: intermediario para todo y para todos, pero sobre todo para él, entre la posible necesidad y las cosas que la satisfagan.

Vivir pobremente y morir rico, con mucho dinero en la cartilla, es una cosa no rara.

Desde el seguro de accidentes al seguro de vida, es capaz de cancelarlos, para así poder tener ahorrado algo más, porque no es que tema tenerlos, los accidentes, (que también) sino que por qué me va a ocurrir a mí, con lo diligente y cuidadoso que soy.

El dinero en la cartilla no es signo de avaricia, es un poder que tiene ahí, grapado, clavado, pero a su disposición, para poder adquirir cosas el día de mañana, por si le hicieran falta.

Para el viejo, aunque tenga cien años, siempre existe el día de mañana, en cuanto se le pase esta pulmonía que lo mantiene en la cama o este simple catarro que le impide una respiración normal, con esa musiquilla pulmonar.

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