lunes, 19 de febrero de 2018

36.- ¿MIEDO A LA VEJEZ? LA TACAÑERÍA DEL ABUELO ( y 2)



Para el viejo el dinero no es dinero que pueda invertirse para que para (de “parir”) más dinero, sino símbolo de dos cosas:

1.- Símbolo del “salario”, ese intercambio del “yo te doy “mi” tiempo/tú me das “un” jornal”, de lo que es propio del que trabaja y que gana dinero (él ya lo tiene sin tener que trabajar).

2.- Que sólo así su posible soledad futura nunca será, definitivamente, un elemento perturbador ya hoy y puede convertirla o sustituirla por un paraíso de tranquilidad, ajena a la perturbación.

Ese celo por tener guardado el dinero (en otros tiempos bajo la baldosa o en el colchón o en el calcetín) no es ni avaricia ni tacañería sino un símbolo de poder, es la carta que siempre esconde bajo la manga, es una arma defensiva que siempre tiene a mano, quizá sea la respuesta a una falsa avaricia con que se le trata.

El sueldo para vivir no es igual que la pensión para estar y mantenerse en la vida.

Y como poco a poco se le va apartando, si no arrinconando, se le escucha poco y mal (las manías pesadas del abuelo), se le soporta con impaciencia (o no se le aguanta), o se le juzga con menosprecio (se le desprecia o se le devalúa su auténtico valor), se coexiste con él más que convivencia con él (no cuenta su opinión en las cuestiones importantes, porque se ha quedado ya anticuado), porque se tiene con él demasiado poca ternura  o se le insinúa un rechazo.

Por todo eso, y más, su temor al futuro (el viejo siempre ve por delante un futuro) si no cuenta con medios para mantener la propia independencia y su alejamiento si puede costeárselo.
De ahí el temor también de cuantos le rodean, por la forma en que lo rodean.
De ahí ese gesto de autodefensa que supone para él el tener a buen recaudo “su” dinero, por si acaso.

El viejo, en una institución, voluntariamente elegida, donde se considere o se sienta protegido, será charlatán, será sociable, no será malgastador, pero tampoco rácano.
Dosificará sus gastos pero no se privará de lo conveniente en cuanto considere que están garantizadas las necesidades vitales, tanto físicas (será adecuadamente atendido) como psicológicas y espirituales (será escuchado y comprendido dedicándole tiempo  a la conversación relajada y sin prisas).

El abuelo, en estas condiciones, es un encanto de viejo.    

Es la mezquindad de la sociedad la que lo ha hecho parecer un ser mezquino.
Pero no es, si no, una respuesta defensiva a una respuesta agresiva.
Porque es difícil ser mezquino en una sociedad no mezquina, en una sociedad simplemente humana, caritativa.

La sociedad no cae en la cuenta de que amar a los viejos es una forma de ir labrándose su propia personalidad.

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