viernes, 2 de febrero de 2018

30.- ¿MIEDO A LA VEJEZ? (6 A)



Ya lo he escrito en una entrada anterior: “Querer” a una persona es “querer” también su circunstancia. Y la circunstancia son las cosas, las ideas, las personas (las suegras son las madres de nuestras esposas), los ideales, los proyectos,….y esto, a veces, pesa.

En cada etapa de la vida hay “deseos”, deseos distintos.
El niño, el joven el viejo…todos deseamos y deseamos cosas distintas.

Pero “desear” no es “querer”.

“Querer” es otra cosa.

Creo que era Unamuno quien, en una de sus novelas ponía en boca de uno de sus personajes, dirigiéndose a otro: “Si, de verdad, me quieres, quiéreme como soy, no como tú quieres que sea”.
Si me quieres como tú quieres que sea  estás queriéndote a ti mismo, porque estás amando una idea tuya que no es reflejo de lo que yo soy.
No me falsees, estarás amando mi falsedad, no a mí.

Quiéreme como soy, como un todo, a mi yo y a mi circunstancia, ¿te atreves? ¿Me “quieres” o sólo me “deseas”?.

“Querer” a alguien es cargar con “todo” a cuestas.

¿Tú “amas”, de verdad, a Dios o sólo “deseas” que te sea propicio?.

Obras son amores, no deseos, ni palabras.
El amor es el amar, es el querer, es el obrar.

Obras son amores.

Cuando una persona le pregunta a la otra ¿tú me amas?, malo. O es que tú no ves o es que no hay nada que ver, porque no te ama.
El amor, si no lo ves, malo.

Porque amar al otro es obrar, es hacer cosas por el otro.

“Dime que me quieres”. Malo. ¿Necesitas oírlo?, Peor.
¿No lo ves?. Peor todavía. Obras so amores.
¿No hay obras que ver?. No hay amor.

¿Qué cosas haces, que incluso no te gustan, o qué cosas no haces y que te gustaría hacer, por la otra persona? ¿Ninguna?. Entonces no hay amor, sólo deseo.

Los filósofos (otra vez los filósofos) solemos distinguir entre “voluntad” y “veleidad”.

Voluntad es “querer”.
El “veleidoso” es el que todo lo desea, pero que no está dispuesto a sacrificarse por nada. Ante la primera dificultad, ante el primer sacrificio, da marcha atrás y desea otra cosa, desea a otra persona, luego… no la quería realmente.

El “veleidoso” va mariposeando sobre las cosas y las personas.
El “voluntarioso”, el que quiere, el amante, se agarra férreamente al objeto, a la persona amada y no la suelta pase lo que pase, cueste lo que cueste. Aguanta lo que haya que aguantar, hace lo que tenga que hacer. Una madre, toda la noche en blanco, a la cabecera de su hijo, en un hospital, es un signo maravilloso de amor.  “Quiere” a su hijo.

Una cosa es el “capricho”, otra cosa es el “amor”.
Al caprichoso se le pasa el capricho y se olvida. Al amante jamás. El amante permanece, el veleidoso, el caprichoso, pasa.
Por eso “no se pueden querer muchas cosas”, aunque “pueden desearse todas”.

Los vínculos del amor y del deseo son muy diferentes.

“Amar supone seleccionar”, el deseo no, el “deseo es acaparador”, el deseoso, el caprichoso, es un “coleccionista”.

El enamoradizo creo que, siempre, será un mal amante.

Libre para elegir, terco en lo elegido, constante en conservarlo.

Así somos los mayores.
En nosotros el querer aumenta, el deseo disminuye, ¿lo entendéis ahora?.

Sócrates paseando por los mercadillos de las calles de Atenas solía decir: “hay que ver la de cosas que no necesito”.
Los viejos tenemos mucho de socráticos. Deseamos pocas cosas porque necesitamos pocas cosas, pero las que queremos, las queremos intensamente.

Los años suelen ser una especie de filtros de las necesidades.

No es que seamos tozudos, es que queremos intensamente las pocas cosas que queremos.
Prefiero llamarlo “perseverancia” más que “tozudez”.

Somos perseverantes, no se nos quita fácilmente de la cabeza lo que queremos.

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