domingo, 28 de junio de 2015

JESÚS DE NAZARET (13): ¿REVOLUCIONARIO O PACIFISTA?



La pregunta típica: ¿fue un revolucionario político o un pacifista revolucionario?, porque lo condenaros a muerte de cruz los romanos y a éstos sólo  les importaba la estabilidad política en la provincia romana de Palestina.

Y de Jesús, como de otras grandes figuras históricas, puede decirse algo y lo contrario de ese algo, sirve de comodín para seguidores opuestos.

Los dictadores lo ven y lo representan como un defensor del orden constituido, mientras sus opuestos, los revolucionarios de todos los tiempos: maoístas, marxistas, castristas, zapatistas,… lo ven exactamente al revés, un desestabilizador del orden establecido por injusto, por corrupto, por…
También los pacifistas, los verdes, los ecologistas, hasta los budistas se apuntan a atraérselo hacia ellos y hacérselo suyo.

Quienes más han usado y abusado del nombre (y de la doctrina y de la persona) de Jesús han sido los poderes conservadores y dictatoriales y, con ello, defender no sólo el orden, sino también la propiedad, la patria y la familia (precisamente el que nada tenía, el que predicaba un “nuevo reino” y el que, siempre que tuvo ocasión, daba desplantes a la familia, a su familia).

Todos los dictadores, de todos los continentes, han sido/son grandes devotos e hijos de la Iglesia (alguno hasta entraba bajo palio y el cura rezaba, en público, en la misa, por  él, por el “duce”) y así se mostraban ante sus súbditos.

Los Concordatos favorables y de las comuniones recibidas en público, en vivo y en directo, por obispos y cardenales están llenos los archivos fotográficos.

Bien hayan sido los papas viajeros visitando dictaduras, bien los dictadores visitando y siendo recibidos por el Papa era algo normal, sobre todo dictadores hispanoamericanos, llámese Videla o Pinochet (nuestro Francisco, como lo más lejos que viajaba era a Galicia a pescar y a la frontera francesa, a Hendaya, a recibir a…) pero España era la “reserva espiritual de Occidente” y el Vaticano tenía las manos libres para hacer y deshacer a su antojo.

Todos los dictadores han sido/son de misa dominical y comunión, adoran la religión y se han sentido siempre apoyados y protegidos por el consuelo de la fe católica.
Hasta “cruzada contra el marxismo” llegó a denominarse nuestra guerra civil. Con las bendiciones del Cardenal Segura y los rezos en la Iglesia durante gran parte de la guerra y durante toda la postguerra. Y que nadie se desmadrara, porque se pasaba lista.

Pero, si hay algo seguro, es que Jesús no fue un hombre de orden, del sistema, del conservador status quo.
¿Cómo iba a ser conservador siendo judío y estando Palestina bajo el poder romano, como una provincia más?
Era un buen judío y siempre fue un inconformista contra el poder religioso, al que atacaba en cuanto podía y, sabiendo que los romanos no se andaban por las ramas con los revolucionarios políticos procuraba nadar y guardar la ropa, sin encontronazos frontales.

Se opuso a la religión tal como la entendía el Sanedrín, se opuso al sábado, a las leyes opresoras de los más débiles, al peaje de los sacrificios en el templo.

No fue ni sacerdote, ni miembro de la clase dominante, ni amigo de los poderosos (llegó a calificar a Herodes de “zorra”), no soportaba el peso de un orden político y social que estaba al servicio de los pudientes dejando abandonados en la cuneta a los sin recursos.
Demonizó a la sociedad que consideraba impuros a todos los enfermos y lisiados como castigo a sus pecados, suyos o de sus padres y antecesores.

La Iglesia, ya en sus inicios, comenzó mal porque, en poco tiempo, de “perseguida” por el poder civil pasó a ser “mimada” por el mismo y de aquí a ser “perseguidora” de los fieles de otras religiones, desde que fue izada como “religión oficial del imperio”

Recordemos que fue Mussolini quien, en los tiempos modernos, hizo del Vaticano un Estado independiente y al Papa, en la práctica, un Rey y Jefe de Estado, con poderes absolutos.

Y si fue perseguidora, acosadora, de las demás religiones, se vería perseguida desde dentro, por las masas de pobres que consideraban que la Iglesia había tergiversado y traicionado el mensaje de Jesús, como defensor de los parias y de los desvalidos y no como compañera y amancebada con poder político, defendiéndose mutuamente.

Hubo que esperar a mediados del siglo XX, con el Concilio Vaticano II, para que la Iglesia pidiera perdón al mundo por la traición cometida y preguntándose: “si habría existido el comunismo si la Iglesia no se hubiera desviado de su misión fundamental: la de ser la abanderada de los pobres y perseguidos y no de los poderosos y acomodados”.

Jesús fue un agitador de las conciencias pero ¿quiere eso decir que fue un revolucionario político y social, que era uno de tantos mesías revolucionarios que intentaba levantar a los palestinos contra el yugo de los romanos, que pertenecía a la secta de los zelotes (el grupo más extremista y revolucionario de su tiempo), que su misión fue más política que religiosa?
Pues, a pesar de lo que algunos crean y defiendan, yo opino que NO.

Y es verdad que no ha habido movimiento revolucionario de izquierdas que no haya mostrado, al menos, simpatía por la figura de Jesús.
Dentro de la Iglesia llegó a hablarse de “teología de la revolución”, algo muy diferente y mucho más politizado que la “Teología de la Liberación

Es verdad que alguno de sus discípulos había formado parte del grupo extremista de los Zelotes.
Y es verdad que, como buen judío, no debía estar muy contento viendo su país invadido y gobernado por los romanos.

En su “nuevo reino” que anunciaba, y en el que soñaba, estaba libre de opresores y era un reino tranquilo y feliz.

Alguna vez se le escapó lo de “vine a traer la espada y no la paz” y a crear disensión entre los miembros de una misma familia y, a veces, hasta rozar los límites de una contestación política para acabar siendo condenado a muerte de cruz como un subversivo peligroso para el sistema.

Pero él no fue un simple agitador político o social, aunque, alguna vez, sus discípulos así lo pensaran y se enfrentaran a quienes querían atacarle o cuando rechazados en un poblado y estaban dispuestos a prenderle fuego y acabar con todos ellos, y Jesús tendría que decirles que él no había venido a traer la revolución que ellos pensaban, que no se habían enterado de nada.

Y cuando les comunica que va a ser detenido y condenado a muerte le responden que allí tienen ellos las espadas (y, es que, alguno iba armado) y Jesús tiene que decirles, de nuevo, que las envainen.

Pero tampoco es que fuera un pacifista, al modo moderno de entenderlo, al estilo Gandhi, aunque, es verdad que criticó la máxima judía de “el ojo por ojo y diente por diente” proponiendo lo contrario, el amor a los enemigos, aunque este mandamiento ya estaba en algunas sectas judías más liberales.

Jesús está contra la venganza más que contra la violencia. Estaba sólo contra la violencia de las armas (no de las palabras) por eso no fue un terrorista como los zelotes o como hubiese deseado algunos de sus discípulos y contra la violencia  que oprime a los más débiles.
Su lenguaje era duro, cortante, provocador. Insultaba a los poderosos, a Herodes (“zorra”), a las autoridades del Templo (al poder religioso) al que llamó “raza de víboras”, “hipócritas”, “lobos con piel de oveja”.

Quizá lo mataran más por lo que dijo que por lo que hizo.

Es verdad que predicó un cambio radical, pero no violento, y un cambio que iba más allá de la simple revolución política y social.
A Jesús no le hubiera bastado que los romanos abandonasen Palestina. Le hubiese gustado, pero eso no era suficiente. Eso sería lo que habían hecho todos los profetas que pululaban por allí y desaparecieron de la historia sin dejar huella.

Era una revolución contra toda religión que consideraba a Dios como vengador y justiciero, que esclavizaba a los hombres, que amarraba a las conciencias, un Dios que atemorizaba y justificaba las clases sociales.

El Dios, en cambio, que él predica es el que hace salir el sol todos los días para justos y pecadores, que no hace distinción entre varón y mujer, entre fiel e infiel, entre puro e impuro, ese Dios de Isaías que afirmaba que aunque una madre, en el colmo de su locura, o de la desesperación, o de la maldad, pueda llegar a abandonar a un hijo, Dios nunca lo hará.

Es un Dios del amor, un Dios Padre, más que Juez, más que Guerrero.

La revolución de Jesús es una revolución desde dentro, no del rito y la liturgia, de los actos externos, sino interior, de la conciencia, del corazón.

Tomando conciencia de la dignidad de la persona, la que entenderían mejor que nadie aquellos excluidos de la sociedad, los “indignos sociales”, que eran los esclavos, los pobres, los enfermos, los humillados.
Mejores que los poderosos que se sirvieron de la religión para imponer a sus fieles cargas, pesos, yugos, que ellos eran incapaces de soportar y porque se sentían por encima de la ley.

Lo que hace Jesús es romper con todos los esquemas vigentes, opresores, afirmando que “el mayor tiene que servir al menor” y que lo que la sociedad despreciaba, desde las prostitutas a los endemoniados pasando por los leprosos (los sidosos de hoy), los mendigos, los sin techo, los sin trabajo,.. Ésos eran los que tenían más valor, los preferidos de Dios, como los débiles y necesitados, los indefensos, son los más queridos de sus padres.

Una revolución que no sólo atañía a las estructuras sociales y políticas, sino sobre todo a las conciencia, al hombre interior, un cambio de mentalidad, y que abarcaba a todo tipo de hombres, todos estaban llamados a esa revolución, nadie debía estar ni sentirse excluido.
Una revolución de todas las liberaciones, interiores y exteriores, del miedo y de las falsas seguridades.

Si Marx diría que la primera virtud del verdadero revolucionario no era la prisa sino la paciencia, también Jesús les decía a sus apóstoles del peligro de arrancar la cizaña porque podían arrancar también el trigo.

Tenemos un refrán al uso: “vísteme despacio, que tengo prisa”

Una revolución de ese tipo, global, debe ir paso a paso, sin prisa, pero sin pausa, la madurez, el asentamiento no es de hoy para mañana, como el aprendizaje y el desarrollo de la inteligencia de un niño.

La planta que no echa raíces o estas son poco profundas siempre está en peligro de ser arrancada y arrastrada por el viento. Y la raíz es el amor. San  Agustín dirá “Ama y, luego, haz lo que quieras

“Nadie construye una fortaleza sobre una base de arena”

El foco que debe guiar la revolución es la recuperación de la dignidad humana, no así las falsas revoluciones de fascismos, nazismos, estalinismos, proletarismos,… que ahoga, secuestran, arrancan de raíz esa dignidad humana, creando súbditos, zombis humanos programados.

“La revolución no es quemar el ayuntamiento”, aunque sí sea necesario “echar al alcalde”.

El valor es a las cosas como la dignidad es a las personas.

“El reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo conquistan” (¡Joer!, que esto me suena a Pablo Iglesias)

Los perseguidos por la justicia (los bienaventurados) son aquellos que desenmascaran y denuncian a los poderosos y explotadores, los que crean las situaciones de injusticia que oprimen a los más débiles.

¿No era violento verbal el Bautista que se atreve a decirle a Herodes, a la cara: “no te es lícito acostarte con la mujer de tu hermano” (con Herodías, la mujer de su hermano Filipo) y cuya cabeza sería servida en bandeja?

¿Qué entendía por “paz” y por “guerra” cuando dijo aquello de “yo no he venido…” pero jamás lideró ni participó en resistencia violenta alguna? ¿Y guerra contra quién o contra qué?

Se ha dicho que Jesús no fue “ni un simple revolucionario” ni un “mero pacifista” así que llega a decirse, al referirse a Él, de la “paz violenta” o de “la violencia pacífica”
Uno es el substantivo, el otro es el adjetivo. El primero es el más fuerte y el que define.
No es una paz de poner la otra mejilla ni es una violencia de las armas.

Nuestra sociedad, capitalista o neoliberal, confunde e identifica la paz con el orden (y recuerdo la escuela de mi pueblo y escrito con letras grandes “25 años de paz”, del franquismo. Aquello no era paz, sino orden porque, “pobrecito del que se moviera y hasta pisara la linde”
El orden lo impone el poder, con la censura, con la no libertad de pensamiento ni de prensa, con el miedo, a veces hasta con la fuerza, mientras la paz se conquista con la autoridad de las conciencias y, por eso, no es necesario imponerla, se pone ella sola.

El dictador y el militar (autoritarismos) imponen el orden con el poder del que disponen, el hombre sabio y el maestro espiritual o el profeta o el buen maestro y profesor, sólo con su autoridad interior convence a las conciencias que los siguen sin ser obligados, sólo por invitación.

Autoritarismo y autoridad: “imponer el orden y poner la paz”, “vencer y convencer”.

No es lo mismo la “ausencia de guerra” que el “estado de paz”

Puede no haber guerra, pero sí tortura, persecución, encarcelamiento, exilio, vencidos, censuras, fusilamiento,… y eso no es paz, a lo más orden.

Vencer y convencer.

Es curioso que Franco estuviera obsesionado con el brazo de Santa Teresa, siendo así que esta monja castellana era una revolucionaria e inconformista de la historia de la Iglesia y que casi estuvo a las puertas de la prisión.

Jesús también atentó contra la sacralidad del Templo (“llegará el día –le dijo a la samaritana- que no hará falta acudir….”) porque el templo está en el interior de cada uno, pero sobre todo atacó a los cuidadores del mismo que lo habían convertido “en una cueva de ladrones” con tanto obligar a sus fieles a comprar animales para el sacrificio (de los que una parte era para ellos) o tener que pagar el tributo en moneda nacional, y para eso estaban allí las mesas de los cambistas.

Porque él no se opuso a pagar el tributo al César (“dad al César…”) y a Dios (“lo que es de Dios”), pero al nuevo Dios, no a ese Dios secuestrado por los poderes religiosos.

El cambio que propiciaba Jesús en aquella sociedad teocrática era que había que adorar al Dios que llevamos dentro, no al que los sacerdotes querían y defendían con amenazas.

El Dios auténtico no era vengativo, era “como una madre” y está instalado en el corazón de cada uno, no ahí fuera, entre cuatro paredes, aunque sean muy altas y majestuosas.

La revolución que proponía era total, afectaba a todas las estructuras, de la sociedad y de las personas, era darle la vuelta como a un calcetín.

Porque, cuando una revolución se hace sólo en una dirección suele acabar en “Integrismo”.
Si se hace en sentido sólo cultural puede/suele acabar en “Ideología”.
Si sólo se hace en sentido político acabará en “Fascismo”
Si se hace sólo en el sentido moral acabará en “Evasión espiritualista”

La revolución de Jesús era una revolución total.
Por eso no se puede/no se debe echar vino nuevo en odres viejos (algo en lo que hoy los enólogos no estarían de acuerdo) ni poner un remiendo en un vestido nuevo (algo en lo que las madres, en precario, al menos lo coserían si el remiendo se notaba mucho) pero ¿y las conciencias?

Era necesario cambiar de registro.

Lo que Jesús proponía era volver a correr la cadena en sentido contrario y empezar por el primer eslabón, evitando los desvíos del recto recorrido de la cadena.
Empezar de nuevo, empezar desde 0. A José de Arimatea le decía que “tenía que volver a nacer… hacerse como niño otra vez….

Jesús, ni era un suicida, ni un loco, ni un desesperado, ni un exhibicionista.

Nunca se hubiese inmolado por sus ideas ni dejado quemar en la plaza pública.

Contra lo que dice la Iglesia, “Jesús no se entregó, lo prendieron, lo detuvieron, no pudo escapar, no murió por nosotros, murió porque lo condenaron.
Él nunca quiso morir.
Presintió que lo matarían y se cumplió su presentimiento. Y en ello participó uno de los suyos, que lo traicionó, dándole un beso identificativo para los soldados.

Quizá sólo el “poverello de Asís” intentó imitar a Jesús y desconcertó a los acomodados, en primer lugar al rico mercader que era su padre, renunciando a la comodidad y abrazándose a la pobreza.

Recorrer la historia de la Iglesia, de los papas y obispos durante la alta, media y baja Edad Media invitaba a expulsarlos de la Iglesia y a correrlos a gorrazos.

Tan radical era la revolución del de Asís, que asustó a la misma Iglesia porque quedaba cuestionada como seguidora del mensaje de Jesús.

Ni era una revolución bucólica ni era poética, era integral, estructural, desde el comienzo, había que hacer exactamente lo contrario de lo que se había hecho y estaba haciéndose.

La regla de su orden sería “sólo” el evangelio, pero “todo” el evangelio, a lo que la Iglesia, inmediatamente, se le echó encima y le dijo que nanay de la China, que tenía que tener unas Reglas, aprobadas por Roma, como todas las demás órdenes religiosas.

Y es que ¿qué iba a hacer la Iglesia, rica, cuando el predicaba la pobreza total? ¿Qué iba a hacer cuando proponía la libertad de conciencia a una Iglesia que se proclamaba guía del rebaño? ¿Cada oveja en libertad, buscando sus pastos? “Extra ecclesia nulla est salus”.

El de Asís, a tener que oír y ver la locución “guerra de religión” hacía que su cerebro se incendiara.

El de Asís también, como Jesús, había roto todos los tabúes, vivía en otra dimensión a la que vivía la Iglesia y poseía tal fuerza, tal autoridad (no autoritarismo), tal simpatía que llegaron a considerarlo “un Jesús reencarnado”.

Y la Iglesia no podía consentirlo. Ella se había apropiado de Jesús y de su mensaje.
Hasta tal punto era revolucionario que no quiso ordenarse sacerdote porque –decía él- tampoco Jesús lo fue.

Esa reconciliación de los hombres con Dios, directamente, de tú a Tú, sin intermediarios, esa reconciliación entre todos los hombres sin discriminar a nadie por ningún tipo, incluso esa reconciliación con la naturaleza (el hermano lobo, el hermano sol, la hermana flor,…)

Jesús luchaba por un cambio radical de la religión que había mamado, el judaísmo, y lo proclamaba. El de Asís, también, aunque en silencio, propiciaba un cambio total de la religión cristiana tal como era entendida, practicada y obligada por aquella Iglesia que aprisionaba a los fieles.

Recuperar la libertad perdida, secuestrada por la Religión Oficial, perder el miedo a Dios, que es más Padre que Juez vengativo.


Si el sol sale para todos, justos y pecadores ¿Por qué esa desigualdad entre varón y mujer, entre rico y pobre, entre judío y gentil, entre puro e impuro?

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