viernes, 10 de julio de 2020

FLORILEGIO 16 ( 4 ). LA TERCERA MUERTE DE DIOS. POSTMODERNIDAD.


LA TERCERA MUERTE DE DIOS.

Así se titula la obra de André Glucksmann, de la editorial “Kairós”.

Si la primera muerte de Dios se produjo en la cruz de Jesús de Nazaret y la segunda muerte en las obras de Marx y de Nietzsche, la tercera, aunque viene, también del pasado, se da de forma aguda en la hora presente, caracterizada por un ateísmo generalizado, tanto teórico como práctico.

Si, en otro tiempo, Dios estaba presente en la mente del hombre desde el momento de levantarse de la cama, mientras trabajaba y mientras comía, acostándose con las oraciones nocturnas, hoy, en casi toda la humanidad, sobre todo en la cultura occidental, ese Dios está ausente y se vive sin Dios, como si no existiera y, quizá, sólo acordándose de Él cuando las desgracias oprimen demasiado y la ciencia no encuentra el camino para espantar o curar la enfermedad.

POSTMODERNIDAD.

El siglo XX terminó con una crítica generalizada a la Modernidad por su presunción de explicarlo todo y dominarlo todo con la razón, pero que había sido un fracaso.

De ahí que esa critica deviniera (y deviene, aún) en una concepción pesimista de las posibilidades de esa razón fracasada.

Conocemos sus síntomas: su limitación al único ámbito de los conocimientos parciales de las ciencias naturales y humanas, un pluralismo inconexo, un pensamiento débil, una renuncia a la verdad, un puro, pero alicorto, pragmatismo y una absolutización del momento presente.

Donde antes había generalidad, ahora reina el fragmento.
Todo se hace discontinuo.
La propaganda sustituye a la verdad.
Al faltar la confianza en la justicia se declara “justo” lo que conviene.

En plena decadencia de los ideales, se impone la tiranía de lo útil, de lo agradable, de lo placentero.

De sostener que nada existe inaccesible a la razón, se ha pasado a una desesperanza teórica.

La actitud radical de los “filósofos postmodernos” parece teñida de una especie de escepticismo o relativismo teórico y práctico.

La voluntad de verdad, por modesta que sea, no raras veces, se identifica con el fanatismo y el fundamentalismo.

¿Nos habremos pasado de pesimistas con este diagnóstico de nuestra situación cultural en la que vivimos?

Sólo el conocimiento de nuestra situación real, más allá de actitudes pesimistas u optimistas, es un paso imprescindible para abrir el camino hacia la solución adecuada de los problemas que se nos plantean.

Sin duda la llamada “razón fuerte” de la modernidad cometió graves atentados contra lo real concreto, cayendo en abstracciones desindividualizadoras o despersonalizadoras.
Pero la reparación de estos graves atentados no vendrá, seguramente, de un “pensamiento débil”.

El conocimiento de una verdad limitada y sin fundamento no puede ser el lugar de reposo, pero sí puede servir de trampolín que nos lance a soluciones racionales más satisfactorias.

Sólo los prejuicios injustificados puede llevarnos a identificar la “voluntad de verdad” con el “fanatismo o el fundamentalismo”.

La verdad nunca debe aceptarse por la fuerza sino sólo por invitación, aunque en nombre de esa verdad son muchos los caminos de la Historia que han sido regados con/de sangre.

Confiemos en la capacidad de la razón humana de abrirse a lo verdadero y optemos por una crítica liberadora de la razón moderna en algunas de sus principales realizaciones, reconociendo sus limitaciones, pero también sus posibilidades.

Crítica a todo sistema cerrado, venga de donde venga, sea científico, filosófico o religioso, en apertura a las inagotables sorpresas de lo real existente.

Consideramos deseable crear una filosofía abierta al futuro, como abierta al futuro está la vida.

El debate en torno a la modernidad sigue abierto, pero nos jugamos mucho porque en el fondo se trata de fortalecer o debilitar, quizá hasta de salvar o perder, lo propiamente humano: el pensamiento, primero, y el compromiso, después.

Y sin posibilidad de acceso a la verdad no hay pensamiento que valga la pena, y sin algún tipo de convicción no caben compromisos libres y consistentes.

Un “pensamiento débil” sólo puede fundamentar un “compromiso débil”.


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