miércoles, 25 de diciembre de 2019

FLORILEGIO FILOSÓFICO: DE ESTO Y DE LOS OTRO ( 4 - 3 )



FE.

Decía el Catecismo del Padre Astete que “fe es creer lo que no vimos”.
Considera la fe en referencia a la realidad, a lo que hay.
Yo creo que existen los marcianos si creo que existen, aunque no los vea.

Pero “creer” puede entenderse de dos maneras distintas:

“Creer a” (yo creo “a” Juan si dice que X existe y no creo a Pedro si dice que no existe) hace referencia a cosas, acontecimientos, a realidades,..

“Creer en” (yo creo “en” mi hijo y acepto como verdadero lo que dice y lo que hace si él me lo dice o si él lo hace), hace referencia no a la realidad, sino a “la persona”, connota, pues, “confianza en”.

Los dos prototipos de estas dos formas fundamentales de fe o creencia han sido (son) el Cristianismo y el Judaísmo.

Para el Judaísmo tener “fe en”, “creer en” consiste en la “confianza” que una persona cotidianamente deposita en otra persona o en Dios, aunque esta “confianza” no pueda ser justificada totalmente.

Para el Cristianismo la “fe” o la “creencia” consiste en reconocer como verdadero un estado de cosas, una afirmación.

La “creencia en”, del pueblo de Israel descansa en la relación de confianza, en el contacto del hombre entero con Dios.
Incluso los judíos que se encontraban en los campos de concentración, y mientras se encontraban, seguían teniendo “confianza” en su Dios

La “creencia” del Cristianismo consiste en admitir como verdadero, real y existente todo lo que se afirma en el Credo, “creer a lo que la Iglesia dice que es verdad.

“¿Por qué lo creéis?” preguntaba el Padre Astete y la respuesta era “porque Dios Nuestro Señor así lo ha revelado y la Santa Madre Iglesia así nos lo enseña.

“Creemos a ella”, a lo que ella dice.

EUROPA.

Si queremos entender en profundidad el ser de Europa, no basta con volver la mirada a Grecia (la “Razón”, el “Logos”) y a Roma (el “Derecho”, el “ius”) para encontrar en ellas sus raíces.

El mundo semita, en su vertiente musulmana y judía, constituye una de las bases fundamentales de nuestra historia, de nuestra cultura.

Estas raíces se detectan, sobre todo, en la Edad Media.

En este período, el desnivel cultural entre Europa y el mundo árabe fue patente.
(Expondré, al final, lo que en otro tiempo y lugar he expresado, sobre la ciencia, la filosofía y la cultura musulmana en le Edad Media).

Europa estaba sumida en los restos empobrecidos de una tardía latinidad, mientras el Islam y el Judaísmo recuperaban lo mejor del legado griego, lo asimilaban y lo perfeccionaban.
Tanto, que empieza un ingente flujo de trasvase cultural hacia Europa, gracias al cual ésta rejuvenece, adopta nuevas formas de hacer ciencia, filosofía y literatura, aprende estilos nuevos de comportarse, de vivir la religión, de sumirse en los abismos misteriosos de la mística, de practicar la ascética, de disfrutar de la belleza.

Y este trasvase se operó de múltiples maneras: una, indirecta, ambiental, y otra, directa mediante los movimientos de traducción llevados a cabo en Toledo y su famosa Escuela de Traductores, en las comunidades judías de la Corona de Aragón y Sur de Francia, en la corte de Federico II.

Reconocer esta deuda, agradecer a la Historia este regalo y conocer este movimiento de comunicación cultural es indispensable para conocer nuestras raíces.

(Invito a los lectores que estén interesados en conocer la múltiple y variada aportación islámica al nacimiento de Europa, entre en mi blog: http://blogdetomasmorales.blogspot.com (mayo del 2.012)

Fue, pues, más allá de lo hasta ahora dicho y repetido: “Europa es Grecia + Roma + más el Cristianismo.

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