viernes, 15 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (33)




Las dos condiciones indispensables de cualquier sistema democrático, bases de la laicidad, son:

1.- El Estado debe estar vigilante y velar porque a ningún ciudadano se le “imponga”  una afiliación religiosa o se le “impida” ejercer la que ha elegido.
2.- El respeto a las leyes del país debe estar por encima de los preceptos particulares de cada religión.

Las Iglesias pueden hacer recomendaciones morales a sus fieles pero no exigirlas al resto de la comunidad, como muy a menudo ocurre.

El abuso, fundamentalmente, viene del clero pero, a veces, los políticos, para arañar votos, suelen convertir en programa público lo que sólo debería pertenecer al ámbito de la conciencia de cada cual.

¿Y la educación?

Por una parte, los padres tienen derecho a formar a sus hijos en la religión que ellos profesan pero, por otra, la sociedad debe garantizar a cada neófito los instrumentos intelectuales necesarios y la información suficiente sobre otras alternativas, de modo que cada cual pueda elegir libre y responsablemente sus creencias cuando alcance la debida madurez para ello.
Nadie, pues, debe estar determinado desde la cuna a profesar tales o cuales creencias, por respetables que ellas sean.

Los padres tienen derecho a transmitir a los hijos sus valores y su visión espiritual de la vida, bien de manera directa, en la familia, bien a través de intermediarios que crean adecuados, pero esa no puede ser la única perspectiva que reciban los niños, blindándolos contra cualquier otra forma de pensar.

Ni en lo moral, ni en lo intelectual, pueden ser los padres los únicos intervinientes.
La escuela no sólo es un derecho del niño, es un deber para los padres y su incumplimiento podrá ser denunciado y debidamente castigado.

No se educa a los niños para la “armonía familiar” sino para la “armonía social”, por lo tanto la responsabilidad de la enseñanza le corresponde a la sociedad entera.

Si el niño, al llegar a la adolescencia, se comporta de acuerdo con lo que sus padres quieren pero de modo que la comunidad democrática resulte lesionada, la educación habrá causado más daño que beneficio.

Entre los emigrantes suele no ser rara la respuesta de que no es la sociedad en la que están la que les dificulta la integración, sino los propios padres.

Estamos asistiendo, en España, a que la mayor amenaza para los maestros/profesores no proviene de los alumnos, sino de sus padres que, ingenuamente, creen a pies juntillas lo que sus hijos les cuentan y tal como se lo cuentan, lo que a veces es la autojustificación para sus bajas calificaciones (“mi maestro/profesor me tiene tirria”)

En la primitiva cristiandad se esperaba a que los niños se hicieran mayores y pidieran voluntariamente ser bautizados, o no, lo que hoy no se admite porque se ve normal que el niño recién nacido pertenece, obligatoriamente, a la religión de los padres.

¿Afiliación religiosa por cuestión hereditaria?

¿Sería mucho pedir que se esperara a la edad adulta para que una persona, con conocimiento de causa, opte por esto o por lo otro?
¿No sería más lógico?

Pero en el cristianismo salta la sentencia: “si el niño muere sin bautizar muere en pecado (el original) por lo que no podrá entrar en el cielo”
Porque sabemos que el rito para entrar y pertenecer a la Iglesia es el bautismo, que borra el pecado original.

Son los padres que intentan encerrar ideológicamente a sus hijos en la ortodoxia familiar, sin permitirles “contagios exteriores”, los que más se oponen a que sea el Estado laico el que los eduque en valores, para formarlos como personas y que puedan libremente elegir la religión por la que opten.

Como todos quienes me sigan en mi recorrido intelectual y moral saben que soy un defensor acérrimo de la Cultura Religiosa (instrumento fundamental para entender la historia, el arte, la literatura, …) y un acérrimo opositor a que la Religión se imparta en los centros públicos con el agravante añadido de que los profesores no pasan el filtro de la idoneidad y son nombrados a dedo por el Obispo de turno (y despedidos por causas morales: estar divorciado, o separado, o “arrejuntado”…) pero cobrando, en nómina mensual, del erario público, del Estado.

Y cuando se afirma que en los centros públicos se impartan, además, otras religiones, peor todavía.
Ninguna religión, no todas las religiones, que en la mente en formación del niño lo desprotege más que lo auxilia al no tener aún criterio formado propio.

No se necesitan escuelas para formar creyentes, sí las necesitamos para formar seres pensantes, autónomos y críticos.

El niño no puede, todavía, discernir entre la libre discusión racional y las predicaciones religiosas y proféticas, la primera busca la verdad, la segunda la obediencia y la mente del niño saldría confusa.

La teocracia es incompatible con la democracia, basada en razones, y no en revelaciones.

El ideal político es “mejorar este mundo”, el ideal religioso es “alcanzar el otro mundo”
Son actitudes muy distintas y, muchas veces, opuestas.

Proclamar que “otro mundo es posible” es bifronte, pero a los humanos lo primario es “este mundo el que es posible mejorar” y a ello deben dedicarse los políticos representativos del pueblo que los ha elegido, para eso y no para otra cosa.

En las sociedades democráticas debe estar garantizada la “libertad de conciencia”, pero ésta no es absoluta, tiene el límite del “bien social” que no puede salir perjudicado de una decisión libre y que, por ello, también debe ser responsable y responder de las consecuencias de esa decisión voluntaria.

Tienes derecho a nadar, pero dentro del río.
Tienes derecho a caminar, pero no a entrar en la propiedad privada.

“Ser” y “estar”.

Tú puedes optar por “ser” de una forma o de otra, según tus preferencias pero “estás” en una sociedad que busca la convivencia armónica de todos y, en caso de colisión entre tu “ser” personal y tu “estar social”, éste debe primar.

El “ser” es una búsqueda personal pero el “estar” es una exigencia conjunta, fundamentadota de las libertades que permiten la pluralidad de identidades o formas de ser.

El laicismo democrático no tiene otro objetivo que éste.

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