jueves, 28 de marzo de 2019

EL DIOS SOL ( 1 )


                                      EL DIOS SOL

                           
La mejor manera de adorar y venerar algo o a alguien es sentirlo, experimentarlo, como necesario para nuestra vida.

Por ejemplo, el Sol.

Nosotros, ahora, vemos el sol y, pertrechados con nuestros conocimientos, le aplicamos las categorías científicas de que disponemos y el sol deja de ser, ya, para nosotros, algo mágico, lo desnudamos de ese halo de misterio que, durante tanto tiempo lo envolvió.
Lo hemos secularizado.
O, mejor, lo hemos naturalizado.

Cuando la presencia del sol, con su luz diaria, la veíamos como necesaria tanta para poder aprovisionarnos de presas, en nuestra etapa cazadora, como para no convertirnos en presas de otros animales cazadores y nocturnos, que jugaban con ventaja y ante ellos no sospechábamos, tan siquiera, el peligro acechante, el hecho de poder ser cazadores sin ser cazados y de poder no ser cazados por otros cazadores hizo que el sol se nos presentase como algo o alguien necesario para seguir vivos, no sólo conveniente, imprescindible.

Y cuando, cada día, veíamos cómo se marchaba y nos dejaba envueltos en la oscuridad y, otra vez, en peligro de muerte, añorábamos y pedíamos para que volviera.

Cuando se convirtió en rutina su ida, para dormir y descansar, y su vuelta, una vez despierto (¡hay que ver cómo antropomorfizamos las cosas), rezábamos para que no se olvidara de acudir a la cita diaria, saludándolo con alegría.
A veces, incluso, pensábamos que un dragón, del otro lado de las montañas, todas las noches, lo devoraba, se lo tragaba, pero que por la mañana lo devolvía o él resucitaba y nos acompañaba otra vez.

Fue el miedo a la noche, a la oscuridad, lo que nos hizo dependientes de él.

Yo también habría adorado al sol y lo habría convertido en un dios y le habría dado culto y le habría rezado todas las puestas de sol para que descansara y para que no se le olvidara volver, porque lo necesitaba para vivir y para no morir.

Porque sin él hasta la naturaleza muere y si la naturaleza está muerta yo, que también soy naturaleza, también lo estaré.

Al Sol se le veía como el dios “Fuente de Vida”.

Seguramente que si el Sol hubiera estado siempre ahí, tan a mano, siempre quieto, en constante y continua compañía, y no hubiéramos sido conscientes de que su presencia era la causa de nuestro poder seguir vivos y viviendo; si no hubiéramos echado en falta su ausencia, seguramente que hubiera sido algo ordinario y no extra-ordinario, lo hubiéramos vulgarizado en vez de divinizarlo.

Si siempre hubiera llovido y nunca hubiera habido sequías, si la tierra hubiera sido siempre fértil y nunca hubiera habido hambrunas….el hombre no habría sentido dependencia de la naturaleza.

Todos sentimos dependencia de aquello que necesitamos y no poseemos.

Esta conciencia de la dependencia de la naturaleza es la fuente de la religión o su principal creadora de divinidades.

Quizá haya sido la variabilidad de la naturaleza, el sucederse de las estaciones cada año, a su debido tiempo, el hecho de que se vayan y vuelvan, de su ir y venir periódicos, lo que los hizo objetos de culto religioso.

Sólo cuando nos asfixiamos, cuando nos falta el aire, somos conscientes de su necesidad.
Uno se acuerda sólo de Santa Bárbara cuando truena. Si nunca tronase o si siempre estuviera tronando no habría Santa Bárbara de la que acordarse.

Estamos tan acostumbrados a que no nos falte el aire o el agua que cuando nos falta…

Todo lo que siéndonos necesario y estando presente se ausenta, al echar en falta su presencia, rezaremos para que vuelva.

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