martes, 14 de marzo de 2017

¿POR QUÉ NO UNA "RELIGIÓN CIVIL"? (1)

¿UNA RELIGIÓN CIVIL?

Hasta ayer mismo todas las religiones han sido “religiosas” (de “re-ligación”, de querer volver a estar “ligado” al fundamento de la existencia, al hacedor de todo lo que existe, a Dios (llámese como se le llame en todas las religiones).
Estuvimos “ligados”, pecando nos “des-ligamos” y queremos “re-ligarnos.
En ese contexto interpretativo la religión es necesaria porque el hombre es, en su esencia, un “animal religioso”.

Pero en las sociedades modernas, tecnificadas tras la Ilustración, han aparecido otros nuevos dioses, humanos, más a mano.
El Gran Dios al que estamos ligados y debemos seguir estándolo se llama “Humanidad” y sus mandamientos son los Derechos Humanos.
Luego hay otros dioses más pequeños, o más a mano: los hombres, los ideales humanos,…

Hace mucho-mucho tiempo que leí “Los nuevos dioses”, en 1.980, una obra de fantasía científica, de A. Vázquez Figueroa, que hoy ya no se nos antoja tan “fantástica”

Los Centros de Salud, los Hospitales con sus quirófanos, los Centros de Investigación,…están dando respuestas y solucionando problemas que no ha tanto tiempo era inimaginable.

Las visitas a las iglesias para pedir a Dios remedio a la enfermedad, propia o de un familiar, ha sido sustituida por la consulta al Centro de salud, por la radiografía, el medicamento o la intervención quirúrgica.

Los hombres han sustituido a los dioses en la resolución de problemas, antes exclusiva de los dioses y santos.

El “cólico miserere” (léase “apendicitis aguda”), que causaba un intenso dolor abdominal y acababa en pocos días con el paciente, hoy no es causa de muerte y el cirujano la extirpa en cinco minutos.

Hemos bajado de los cielos todo lo sobrenatural y lo hemos naturalizado.
La creencia ha dejado el paso a la ciencia, al saber.

Lo que antes eran misterios los hemos rebajado a la categoría de problemas y ahí estamos, buscando, sabiendo, comprendiendo y dándoles solución.

Lo lejano lo hemos acercado y puesto a mano, lo pequeño y antes invisible lo hemos agrandado y cada vez más estamos ampliando el campo del conocimiento.

Afirma Rudolf Otto que “lo santo es más que bueno”. Ese “más” es lo “numinoso”.
Lo santo es/ha sido una categoría explicativa y valorativa que se da, exclusivamente, en la esfera religiosa.
Lo “numinoso” se sustrae a la razón, es lo “inefable” (“indecible”, lo que no puede explicarse con palabras, lo que no puede narrarse o expresarse), lo completamente inaccesible a la comprensión por conceptos”
(Hasta aquí la cita de R. Otto)

Y esto es el “misterio”.

Pero a lo largo de la historia, lo que tantas veces se ha denominado “misterio” no lo era como tal, sino un simple o complicado “problema” que, una vez bien planteado y con el método cognoscitivo adecuado le hemos dado una “solución” o estamos en camino de dársela.

Cada vez huimos más de los misterios, convencidos de que sólo son problemas ocultos que se nos escapan, pero sólo de momento.

Tratar con el “misterio” es más propio de la “mística” que de las religiones.

Cada vez estamos más convencidos de que “nada misterioso nos es ajeno porque sólo es problemático”.

Pero si estamos creándole, y cada vez más, un cerco a la ignorancia, también es verdad que pueden interponerse entre nosotros y la realidad unos intermediarios que, muchas veces, están interesados en que no veamos las cosas como son sino como ellos quieren que las veamos.
La “realidad real”, entonces, no concuerda con la “realidad manipulada” y podría darse el caso de esforzarnos en ésta y olvidarnos de aquella.

Si el ideal de las “religiones religiosas” era la búsqueda de Dios y la salvación eterna tras haber transitado temporalmente por esta vida, las nuevas “religiones civiles” también tienen sus dioses, por los que uno puede sufrir martirio y entregar su vida.
Estos nuevos dioses laicos pueden llamarse “Democracia”, “Libertad”, “Justicia”, “Solidaridad”,…

El gran Dios Laico, al que respetar, se denomina “Derechos Humanos” y para cumplirlos y hacerlos cumplir, a la sociedad moderna no le hace falta dios alguno.
Hoy hay “santos y mártires civiles” como durante toda la historia, hasta hoy (y sigue habiéndolos) “santos y mártires religiosos” ante una creencia vivida.

En ese hacer visible y cumplida la puesta en práctica de los Derechos Humanos los ateos y los agnósticos están tan obligados a partirse el pecho como los creyentes de antes y de ahora.

Acorde con la sociedad moderna, los sentimientos, los afectos, se han quedado en este mundo y van dirigidos a las personas.

Frente al clásico aforismo de Hobbes; “homo homini lupus”, la nueva religión propone el de “el hombre (todo hombre) es sagrado para el hombre (para cualquier hombre), “homo homini sacrum”

Hemos divinizado a los hombres, a todos los hombres, los hemos elevado a la categoría de personas, por lo que son respetables, son fines en sí mismo y no “medios para” nada ni para nadie.

Hemos ido más allá del evangelio: “lo que no hagáis por éstos a quienes veis…”

El nuevo dios laico se llama “humanidad”.
Dios queda disuelto en los hombres.

El viejo Dios ha dejado su sitio a los “nuevos dioses”, a los hombres, no trascendentes, allá arriba, sino aquí abajo, a mano.

Lo ético, pues, ahora es “obrar por amor a los hombres”, sin buscar méritos para un premio, ni más allá de la muerte, ni siquiera en esta vida.

Imperativo categórico, nada de condicionales o imperativos hipotéticos.

Son pocos los místicos que han afrontado y apencado con el “misterio” pero son muchos los religiosos que, convencidos, han creído en él y pedido a los dioses que se les muestre.

¿Es necesaria la “religión religiosa”?
En otros tiempos la pregunta estaba demás. El “hombre era un animal esencialmente religioso”
La pregunta era, pues, que cuál, entre todas ellas, era la verdadera o la más verdadera (aunque calificar a una religión de verdadera o falsa es aplicar calificativos inadecuados a ese sujeto, la religión). Las religiones son mejores o peores, más o menos bellas, más o menos atractivas, más o menos fantásticas o imaginativas, más o menos poéticas,… pero no verdaderas ni falsas.

Naturalmente, cada creyente de una religión afirmaba tajantemente que la única verdadera era la suya, como el único dios verdadero era el suyo, calificando a los dioses de las demás religiones como “ídolos” y falsas las religiones que los sustentan.

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