viernes, 10 de marzo de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (55) LA EDUCACIÓN ES COMO UN ÁRBOL

EL ÁRBOL DE LA EDUCACIÓN.

De Educación y de Enseñanza los mejores jueces suelen ser los alumnos, además, a toro pasado, cuando los árboles ya sí le dejan ver el bosque, cuando ya no se juegan nada, cuando lo recuerdan, cuando son más objetivos.
Y, tengo que confesarlo, todo lo que he leído de sus alumnos en conmemoraciones varias son reconocimiento y alabanzas, tanto de su humanidad, como de su docencia, haciéndoles abrir los ojos y ser críticos, como de su talante de cercanía.
Le pregunta el entrevistador que qué es eso de “autoaprendizaje como forma de vida”
Y así contestó Sampedro:
“Yo comparo la educación con un árbol.
Parte de una semilla, y en ella hay unas potencialidades, lo mismo que el hombre nace con unas potencialidades en los genes.
Luego esas potencialidades se verán reforzadas o dificultadas, o complementadas, dependiendo de las circunstancias en que se nace y se crece.
Pero dentro de esas condiciones impuestas por nuestro origen y el mundo que nos rodea, podemos tomar decisiones y elegir un camino u otro.
Muchas veces se dice que no tenemos libertad porque dependemos de muchas cosas, es cierto, pero también hay un margen para nuestras propias decisiones y elecciones.
Podemos elegir entre depender de unas circunstancias o de otras, ser colaborador de una cosa o de otra, es decir, puedes ir conformándote (“con-formándote”, tomando forma, ser así o de otra manera, todo dependerá si por lo que has optado es lo bueno o lo mejor, o lo malo.
Somos el resultado, en cada momento estamos “con-formándonos”, sumando o restando a la “forma” que en ese momento somos.
Sampedro viene a decir, como Sartre: “eres libre, elige”, y depende de lo que elijas, del camino que tomes te dirigirás y llegaras a esa meta o a otra distinta.
La tarea de uno, como digo desde esa primera novelita que he citado antes, La estatua de Adolfo Espejo, es hacerse uno quien es.
Yo estaba en aquellos tiempos, el año 37, muy satisfecho por tan gran descubrimiento, pero luego me enteré de que hacía 2000 años que esto ya lo sabían los griegos.
¿Quiere decir, Maestro, como Sócrates, “conócete a ti mismo” para saber cómo eres y quién eres y, a partir de ese autoconocimiento, proyecta tu “yo real” hacia ese “yo ideal” que no es otro que la realización de todas tus posibilidades o potencialidades?
Decir, secamente, “sé como eres” puede llevar a que “si eres un gilipollas debes mostrarte como eres, gilipollas” y eso no es así.
Yo recuerdo mis clases y explicando a Aristóteles y su teoría del acto y de la potencia. Y solía poner el ejemplo de que yo era “Obispo de Tudela” (como me llamaba mi ya no presente amigo Andrés Tello, pero, añadía: “en potencia”, porque aunque en acto, de hecho, no lo soy, sí que puedo serlo, luego lo “soy en potencia”, lo que no puede decir ni una mesa, ni un perro, que ni lo son (“Obispos de Tudela”) ni nunca podrán llegar a serlo.
“Nacemos en-rollados” con nuestras potencialidades, y lo que tenemos que hacer es “des-enrollarnos”, “desarrollarnos”, “actualizando las potencialidades”, llegar a ser en acto lo que hasta ahora sólo lo éramos en potencia.
Pero bueno, en ese momento yo descubrí el Mediterráneo y ya es una gran cosa descubrir el Mediterráneo. Aunque otros lo hayan descubierto antes, la satisfacción de tu propia revelación no te la quita nadie.
¿Y quién es uno?
Pues no se sabe muy bien. Porque como uno se va haciendo a lo largo de la vida, va cambiando de una manera o de otra…
Pero en el interior de cada uno, siempre que se haya aprendido a pensar libremente, hay una especie de brújula que, si bien muchas veces no nos dice lo que tenemos que hacer, casi siempre nos dice lo que no tenemos que hacer.
Y esa voz interior hay que saber escucharla.
Uno va andando, vacilando, dice: voy a ir por aquí, y se encuentra con que la brújula le dice que no. Y así, titubeando, llega uno a los 96 años.
A mí me preguntan ¿qué piensa usted de usted mismo? Pues que he llegado a ser un aprendiz de mí mismo bastante bueno. Me parezco bastante a lo que yo quería hacer con José Luis Sampedro.
No es una gran cosa, ni mucho menos, pero para mí significa mucho llegar a ser lo más parecido a lo que quería ser.
La vida que me dieron la he desarrollado, la he cultivado, he trabajado para ella y por ella. He sido un buen servidor de esa vida sirviéndome a mí mismo.
Bueno, pues eso es la vida, hacerse quien es uno, y ya está.
Y ahora se me acaba la vida y lo acepto tranquilamente.
Tengo la suerte de que para este último tramo no puedo pedir mejor compañía que la de Olga. Le debo todo. Todas mis comodidades, todas mis ventajas, todos los cuidados que exige mi estado y ella me los dispensa sonriendo.
En esas condiciones, ¿qué voy a pedir?
A estas alturas, solo pido acabar con suavidad.
Aterrizar con dignidad, sin estrellarme.

Y, efectivamente, así fue. Y fue Olga la que impidió que se estrellara y aterrizara dignamente (lo que expondré en otro artículo)

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