martes, 20 de diciembre de 2016

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO. LA FELICIDAD (y 4-4)

Aclarémonos de una vez por todas.

LA Felicidad no existe. La felicidad no es algo que esté ahí, como un botijo, al que podamos buscar y coger. La felicidad acompaña siempre a un tipo de actividades. Y etapas  distintas de la vida son felices con actividades distintas. Yo puedo jugar a esconderme. Con mi Santi ya no, pero sí con mi Alberto y mi Alicia, puedo hacerlo en cuanto abuelo, pero no con vosotros, en cuanto compañeros. Las actividades que a mí me hacen feliz, con vosotros, son éstas u otras parecidas a éstas, como charlar, pasear, dialogar...


LA FELICIDAD nunca es la novia en la boda.
LA FELICIDAD es, sólo, la dama de compañía.
LA NOVIA es la ACTIVIDAD.

ACTIVIDADES que te gusten, que te llenen, que te realicen.
ACTIVIDADES satisfactorias, que no son, ni tienen por qué serlo, las mismas para todos.
Hay ACTIVIDADES CULTURALES, ARTÍSTICAS, CREATIVAS, DEPORTIVAS, RECREATIVAS, Actividades de VOLUNTARIADO.

Cuando tú eliges una o varias actividades, es porque te gustan ésas y no otras.
Cuando son actividades voluntariamente asumidas, llevan adosadas una carga de gratificación, llamada FELICIDAD.

Uno es y se siente feliz haciendo esto o lo otro.
Son Actividades FELICITANTES.

Pero el SUSTANTIVO es la ACTIVIDAD. 
Y el ADJETIVO es la felicidad, la acompañante de la actividad      

Si alguien cree que la felicidad es un estado en el que una vez que se entra en él se permanece todo el tiempo o mucho tiempo, está equivocado.

La vida humana no viene definida por la posesión de la felicidad ni de nada definitivo, sino por la búsqueda. Somos los eternos caminantes.

Yo he dicho muchas veces que la vida no es un viaje. El viajero, cuando viaja, tiene una meta, llegar al lugar elegido. El paseante no. El paseante no tiene que ir a ninguna parte, pasea, va de acá para allá y de allá para acá, o se sienta en un banco a leer, a mirar, a escuchar…

El viajante descansa, deja de viajar, cuando llega a la meta. Sólo entonces es feliz, cuando llega al final del viaje. El paseante no. El paseante pasea, no tiene meta, o mejor, su meta es pasear, y es feliz paseando y mientras pasea.

La felicidad no es una meta del vivir, sino la acompañante de la vida. Ser feliz “mientras”, no ser feliz “cuando”. Hablamos de “presente” no de “futuro”. La vida no puede ser hipotecada por nada, pues ella es lo más.        

Sintiéndose feliz mientras se vive la vida.

Lo fundamental no es la libertad, sino sentirse libre. Si uno no se siente libre no es libre.
Lo fundamental no es la felicidad, sino sentirse felices. Si uno no se siente feliz, no es feliz.

Hay un método casi infalible para medir (si es que se puede medir) el grado de felicidad de una persona. Consiste en hacer el experimento de imaginar que le quedan a uno unos pocos días de vida y comprobar si continuaría haciendo las mismas cosas que estaba haciendo o las dejaría y haría otras distintas. El algodón no  engaña. No eras feliz haciendo lo que hacías.
        
La felicidad es “flor de un día”, es “algo que dura un instante” – dice el poeta. Es imposible para el ser humano un estado de felicidad más o menos permanente.
        
¿Se imaginan Uds. un orgasmo mantenido, permanente? Eso no hay cuerpo que lo aguante. No sólo es agotador, es perjudicial.
        
Hay por ahí un libro de un psicólogo, que se titula “Salga de su mente y entre en su vida”. Despotrica sobre lo que él denomina “dictadura de la felicidad” entendida como el afán de la sociedad moderna por venderle a las personas recetas fáciles de felicidad. Desde Corporación Dermoestética a Cambio Radical pasando por el coche que pasa de 0 a 100 en 4 segundos.
        
Dice este psicólogo y en este libro que la felicidad consiste (apunten) en “planificar la vida, descubrir cuáles son los valores propios de cada uno y vivir según ellos”.
        
Es decir que tú y yo planificamos nuestras correspondientes vidas, pero como mis valores son éstos y tus valores son esos, tú y yo no podemos vivir de la misma manera y con las mismas cosas, con las mismas actividades. Tú tendrás que vivir así y yo tendré que vivir asao. Lo que a mí me hace feliz no tiene por qué ser lo mismo que te haga feliz a ti y viceversa.

Pero ocurre que, aunque haya diferencias, hay/tiene que haber unos valores comunes, que son los que afectan a todos los hombres, por el mero y simple hecho de ser personas.

Dice J.L. Sampedro:

“Ahora bien, si entre los valores que uno ha instaurado en su proyecto vital, a medida que (uno) se va haciendo lo que es, figuran algunos que tienden a mejorar el bienestar o el perfeccionamiento colectivo, y no sólo el propio, entonces el compromiso consigo mismo se amplía y se convierte en compromiso, también, con los demás”
        
Si las religiones han tenido y tienen sus templos desde los que se nos predica la felicidad, la sociedad compleja consumista en la que vivimos tiene sus templos  profanos, tiene sus ritos y tiene sus objetos a comprar y consumir.

Afirma Castilla del Pino:

“El ser humano trató siempre de evitar el sufrimiento y, al fracasar, fantaseó con un «estado», la felicidad, en el que todo devendría en placer. Paradigma, el mito del paraíso, de la felicidad no lograda, sino regalada. La religión alimentó el mito entre los menesterosos sin remedio de cualquier índole, a los cuales, ¿qué otro recurso puede quedarles sino el de la aceptación del mito de la felicidad, aunque sea como promesa y en algún otro mundo? Ese mito ha sido socavado desde siglos, desde la filosofía griega hasta nuestros días, pero sólo entre élites muy concretas. Nadie plantea hoy seriamente la felicidad al modo de esa meta mítica”.

La misa como actividad, al menos semanal, obligatoria (“santificarás las fiestas”)  ha sido sustituida por el shopping en la nueva catedral laica que imparte sacramentos  de felicidad barata en el Corte Inglés o en los Factorys.
        
Esos escaparates llenos de objetos presentados de manera atractiva y atrayente es, hoy, lo que podríamos denominar “la felicidad visible”, el reino del tener. Si tienes esto y esto y lo de más allá serás feliz.
        
La sociedad de consumo se alimenta de nuestros deseos, de los más inmediatos y caducos, el último modelo de coche o de móvil, o los últimos zapatos de moda. Una felicidad hasta con “rebajas”, Días de oro y Semanas fantásticas. Todo legítimo, todo legal, no sé si inmoral, pero de vida corta, “flor de un día”, de una temporada.
        
Pero hay otra, la auténtica, la “felicidad invisible”, la que podríamos llamar “reserva de felicidad”,
        
Una poetisa, no sé quien, definía así esta Felicidad Invisible, con una metáfora preciosa. “La Felicidad es –dice ella- como la reserva de aguas profundas de un pozo artesiano que te permite, en momentos de escasez, acudir a ella para no sucumbir de sed en medio de la tragedia”.
        
Esta Felicidad Invisible se alimenta de estas reservas, tira de ellas en momentos de dolor, de miedo, de tragedia y asciende a la superficie cuando consigues dar un sentido a tu vida.
        
Felicidad invisible es desde “triunfar en esa actividad que te gusta” a “crear poemas hermosos” o “bucear en reflexiones filosóficas”, “hacer feliz a esa persona”, “descubrir una vacuna”, “despellejarse por salvar el pellejo de los demás”, “aliviar el dolor humano”, “edulcorarle la pena amarga por la pena del ser querido perdido”…

Estas “felicidades Invisibles” son compatibles con el dolor de muelas, con el suspenso de tu hijo, con la pérdida de una familiar, con la estrechez económica… 

Pero no buscar ni el dolor, ni el sacrificio, ni la pena y menos resignarse ante ellos. 

Cuando un cura dice, desde un púlpito, al recién viudo/a “resignación”, “Dios se lo ha llevado porque lo/la amaba”… me parece una blasfemia.
La teoría del dolor como mérito va contra el sentido común, es una imbecilidad. El dolor todo lo vuelve sospechoso.         
¿Recuerdan el pasaje del evangelio de Jesús y la samaritana?
Están ante el pozo. Ella va a buscar agua. Él le pide agua. Ambos hablan del agua, pero ella habla del agua que quita la sed, Jesús habla de que “quien beba del agua que yo le daré no es que le quite la sed, es que nunca volverá a tener sed”. Ésta es la Felicidad Invisible. Ninguno habla de aguantar, de soportar, de ofrecer el sacrificio de la sed. ¿Qué mérito puede ser aguantarse la sed? ¿Qué tipo de Dios puede alabar eso? ¡Por Dios¡

En una entrevista que le hicieron a J.A. Marina para una revista manchega, se declara una persona reflexiva entusiasta, que siempre ve los vasos medio llenos, que declara su mayor defecto ser poco sociable (que ama la soledad, pero que esta soledad buscada, como compañera, es la que le inspira, la que  le oxigena, la que le permite hablar mucho consigo mismo) y confiesa que su mayor virtud es “ser de fiar”, que se puede confiar en él, que no te va a fallar. Que le tiene miedo al dolor más que a la muerte y que preguntado si la ignorancia da la felicidad, ahí, taxativamente dice que NO.    

“Para ser feliz –dice- hacen falta tres elementos: Salud, Suerte e Inteligencia, pero sólo la inteligencia nos permite disfrutar de las otras dos”.

Para la Salud es fundamental la Inteligencia. Hay que ser inteligentes para no perderla y dejarla escapar si ya se la tiene o para conseguirla si se la perdido.

Cada vez sabemos más y mejor de los alimentos que no debemos tomar para no espantarla o que debemos ingerir para acercarla, cogerla y disfrutarla. El ignorante no sabe cómo hacer ninguna de las dos cosas. El inteligente sí. Por lo tanto la Inteligencia como requisito para la Salud.
Por otra parte, la Suerte. La suerte está a la vuelta de la esquina. Pero hay muchas esquinas, y hay qué saber a la vuelta de cuáles puede estar, para tropezar con ella y agarrarla.
La lotería o las quinielas no le toca a casi nadie, a muy pocos, pero sólo le toca a quienes juegan. A los que no juegan que no se quejen de que no les toca, pero los que juegan que no reclamen si pierden, porque están jugando. Pero se puede jugar inteligentemente o estúpidamente. El inteligente sabe aprovechar mejor las oportunidades que el necio.

“Frente al valor individualista, que predomina en nuestra sociedad, muchos propugnamos una creciente solidaridad, nuevo valor que, curiosamente, es básico en el Tercer mundo.
Desarrollar este tema –denunciar los valores vigentes ya nocivos, frente a los deseables- llevaría mucho tiempo, por lo que sólo insistiré en que uno debe aprovechar todas las ocasiones posibles para impulsar lo que cree mejor”

Así murió él.

Hasta el último suspiro con la mente puesta en los otros, solidario, belicoso contra los que se empeñan en mantener el individualismo y contra los que sólo ven el progreso en su cara economicista.

No es un añorar el pasado y querer volver a él.

“Yo no creo que se pueda volver atrás; hay que plantearse otros estados de equilibrio, no la vuelta atrás”

Y añade:

“…Esta sociedad irracional no tiene sentido del límite, como lo tenía el mundo clásico. Pero ¿quién impone el “basta” a los hambrientos cuando no hay voluntad de “redistribución”?
No. Retornar al pasado me parece muy difícil; en cambio, habría que buscar un nuevo estado de equilibrio.
Creo, además, que a lo largo de la Historia se ha ido progresando de esa manera, buscando nuevas formas”

Tiempos nuevos, formas nuevas.
Los viejos moldes ya no sirven para las nuevas situaciones.


Si fuéramos conscientes de que la felicidad de los otros no sólo no resta, no mengua, sino que amplía, la felicidad de cada uno…otro gallo nos cantaría.

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