domingo, 17 de junio de 2012

DIOS NO JUEGA A LOS DADOS (1)


En los años 60, con la mecanización del campo, sobró, en mi pueblo, mucha mano de obra agrícola y emigró toda la familia bien a Alemania, Suiza y la vendimia Francesa o, ya en España, a las regiones más desarrolladas e industrializadas: Cataluña, País Vasco, Madrid y Santander.

En verano volvían todos al pueblo, con más hijos y con un nivel de vida, al menos aparente y externamente, mejor.
Muchos de mi pueblo fueron a Torrelavega (Santander, entonces, Cantabria, hoy).

-¿En qué trabajan vuestros padres? – les preguntaba a Fidel y a Manolo.
-¡Hombre¡. ¿dónde van a trabajar?. En la Solvay, por supuesto.
-¿Y eso qué es? -les insistía yo.
- La fábrica de la sosa.

Así que cuando mi madre hacía aquellos panales de jabón y empleaba tanta sosa, yo me acordaba de la Solvay, de Fidel, de Manolo y de sus padres.

Luego, años después, cuando estaba en la Universidad, mi profesor de Filosofía de la Ciencia, nos hablaba de la importancia que habían tenido, para el desarrollo de la ciencia, las Conferencias o Congresos Solvay.

Así pude enterarme que el Sr. Ernest Solvay había sido un autodidacta y un reputado químico e industrial belga, relacionado con la sosa y el amoniaco y que se había enriquecido abriendo fábricas por todo el mundo.
Su riqueza le permitía patrocinar (ahora se dice “sponsorizar” que suena así como más guay) y celebrar en Bruselas congresos o conferencias, que llevaban su nombre, y a los que eran invitados a participar las personalidades científicas más destacadas en esos momentos, entre ellos muchos Premios Nobeles.

En total fueron 11 Congresos Solvay, siempre celebrados en Bruselas en el primer tercio del siglo XX.

El 5º Congreso, el más famoso, fue en 1927. El tema fue: “electrones y fotones”, en el que se discutió mucho y muy acaloradamente sobre la Teoría Cuántica como una nueva manera de entender el mundo.
Entre otros estaban dos pesos pesados.
Albert Einstein, que había obtenido el Nobel en 1921, sobre “el efecto fotoeléctrico”.
Niels Bohr que lo obtuvo en 1922 sobre la “estructura de los átomos y la radiación que emana de ellos”. (Su hijo también sería Nobel en 1975).

Sus posicionamientos eran muy distintos. Einstein combatiría, constantemente, aunque inútilmente, contra “La Escuela o Interpretación de Copenhague”.

La anécdota (que quedaría para la historia) fue cuando se enzarzaron, en una discusión, los dos gigantes del momento, Albert Einstein y Niels Bohr, sobre la Relación de Indeterminación de Heisemberg, que otros llaman Principio de Incertidumbre.
Según Heisemberg no se puede determinar simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento. Cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una particular, menos se conoce su cantidad de movimiento y, por lo tanto, su velocidad.
Es decir, las partículas, en su movimiento, no tienen asociada una trayectoria bien definida.
¿Es incertidumbre debida a que el conocimiento humano es defectuoso o es que la realidad, en sí misma, es impredecible, indeterminada?.
¿Es un problema de que el conocimiento no llega o es que no puede llegar porque la realidad es indeterminada?.
¿Primacía de uno o de la otra?.

En el fondo, de lo que se discutía, no era otra cosa sino si era la “causalidad-la necesidad” o si era la “casualidad-el azar” lo que primaba o regía en el universo.
Einstein era un determinista, laplaciano, mientras Bohr era heisembergiano.

En esos momentos Einstein soltó la frase: “Dios no juega a los dados”, a lo que, inmediatamente, Bohr le contestó: “Sr. Einstein, deje de decirle a Dios lo que debe hacer”.

Hasta aquí la anécdota.

(La verdad es que Bohr debía de estar poco impuesto en lingüística. Debería haberle contestado “¿cómo tiene Ud. Sr. Einstein, esa información?”, porque el lenguaje que usó Einstein era un lenguaje informativo. Informa, anuncia, afirma, en el modo indicativo, que “Dios no juega a los dados”, no usa el lenguaje imperativo, mandando, ordenándole a Dios que “no juegue a los dados”.
La respuesta de Bohr no viene al caso, no es la adecuada).

Ahora llega la pregunta:

“¿Cómo era ese Dios de Einstein, que no jugaba a los dados?”

En una pequeña obra de Einstein, “Mi visión del mundo”, va derramando y tratando, dejando entrever, la discusión (la eterna discusión) de las relaciones entre la Ciencia y la Fe.

¿Lo que se sabe no se cree (porque ya se sabe) y lo que se cree no se sabe (porque si se supiera no haría falta creerlo)?.

Cuando hablamos de fe hablamos de religión, no hablamos de fe humana (yo creo que existen renos en Laponia y creo en los mapas de carreteras y creo que es verdad lo que dicen los libros de texto,….) hablamos de la creencia en Dios.

Einstein plantea TRES tipos de religiones:

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