miércoles, 12 de febrero de 2020

LA CRISIS DE LOS VALORES RELIGIOSOS (3) LA CULTURA DEL CONSUMO



LA CULTURA DEL CONSUMO.

Está una persona aburrida y, en vez de abrir un libro y ponerse a leer, se mete en unos grandes almacenes, o en un supermercado, o en un chino o un moro, “para ver qué necesita”.
Cuando lo lógico es lo contrario: tengo una necesidad y voy a esos sitios a ver si puedo, y con qué, satisfacerla.

Es el consumismo, la última salida de la crematística capitalista.

Hace un estudio de mercado, sondea gustos, saca al mercado un producto, publicita las enormes ventajas al adquirirlo, te crea la necesidad y, ya lo consiguió: tienes la necesidad y acudes al mercado a adquirir ese producto para satisfacerla.

Vivimos en “el tiempo de los objetos” –Baudrillard dixit.
Es la “época de la profusión”, la “negación mágica y definitiva de la escasez”, la felicidad como una sucesión frenética de acaparar objetos.
Si tienes sed ya no buscas el agua, sino a ver que bebida hay que me la quite, como si tienes hambre es difícil que recurras, de inmediato, al pan.

Importancia de la publicidad, no para mostrar las cualidades del objeto, sino para seducir a los sujetos porque, después, todo viene ya encadenado.

Es todo tan absurdo que dedicarás más tiempo al trabajo para poder disponer de más dinero, para poder adquirir más objetos.

La publicidad del productor y la mentalidad consumidora de los compradores descansan sobre la omnipotencia y la manipulación de los signos, convertidos en pseudo-significantes de significados que la propia sociedad establece.

En mis tiempos juveniles no era tener un reloj, sino tener un “Longines”, como hoy es tener un “Rolex”, que asegura prestigio.
Bien saben las mujeres distinguir un auténtico bolso de marca de un sucedáneo, o las zapatillas de deporte de ambos sexos.

Quien lo entiende y no lo tiene, porque no puede, lo envidia porque lleva adosado el prestigio social, la calidad de vida, personalidad,…
Quien quiere y no puede se refugia en el simulacro, en lo sucedáneo, esperando que no sea descubierta la falsificación.

“El sistema de las necesidades es el producto del sistema de producción” –Baudrillard dixit.

Se adquiere y se consume un objeto no por su valor utilitario sino como signo que distingue al que lo posee.

Es la astucia del objeto el que acaba imponiéndose al sujeto.

Además (técnica capitalista) los objetos son creados para un consumo rápido e inmediato, más allá de la duración de su funcionalidad, de ahí que se vuelvan obsoletos aunque, todavía, funcionen bien...

Es una fuga de los objetos al servicio del sistema y una subordinación del sujeto humano al ritmo de producción.

Costará más su arreglo, si se estropea, que adquirir otro nuevo.

La fecha de la pronta caducidad está en el núcleo de los productos.

La sociedad de consumo, naturalmente, está orientada por la clase que posee o domina los medios de producción y los de comunicación.

En general, esos productos que se anuncian como garantes de satisfacción suelen ser pseudo-gratificaciones frustrantes (“no era para tanto como decía ser”)

La felicidad es el “consumo hedonista” de objetos que procuran la satisfacción de necesidades “no necesarias” sino provocadas artificialmente pues el hombre ha sido resocializado para consumir, desconfiando de sus propios juicios y estando pendientes del de los demás.

Es la muerte del sujeto que se convierte en una pieza héterodirigida mientras, en esta cultura del simulacro, cree ser él sujeto que opta cuando, en realidad, está controlado por otros.

La cultura del consumo ha promovido un hedonismo narcisista y egoísta en el que el sujeto, que ha perdido la confianza en sí mismo, proyecta en el mundo sus propios temores y deseos manipulados, sin capacidad de crítica (¿cómo va a criticarse a sí mismo si se cree un sujeto libre y autónomo?) y con una actitud insolidaria.

Sucumben sus relaciones con los otros y sucumbe su conciencia política, lo que le haría “descentrarse” de sí mismo.

Al cesar el capitalismo competitivo frente a un capitalismo hedonista y permisivo desaparece, también, el individualismo competitivo en el terreno económico y revolucionario en el terreno político (respecto a la sociedad estamental) y, en su lugar, surge un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores morales y sociales.

El hombre contemporáneo, pues, ha perdido su “yo” porque ha perdido, en realidad al “tú”, por lo que es incapaz de encontrar el “nosotros”.
Lo que queda, pues, es un “yo puramente centrípeto, hedonista,…fascinado sólo por lo puntual”.
Así es el narcisista, un “socialista desocializado”, de acuerdo con un sistema social pulverizado, mientras glorifica el reino de la expansión del Ego puro.

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