domingo, 12 de mayo de 2019

LA TIENDA DE LA VERDAD (1) EL AMOR

LA TIENDA DE LA VERDAD

(AVISO A NAVEGANTES POR ESTAS REDES):

Hace 2.000 años, un hombre pobre y humilde, de nombre Jesús, sentenció: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida y quien creyere en Mí…”

Yo, Tomás, un jubiloso jubilado, unos cuantos años ha, ni soy Camino para Nada, y menos para Nadie, no vivo en la Verdad (la que siempre ando buscando) pero que estoy instalado en la Duda constante y continua (como buen escéptico) y la Vida, la única que sabemos que existe (que es ésta) intento vivirla, solo o acompañado, de la manera más lúcida, placentera y feliz posible.

Así que, si cualquiera creyera en mí e intentará seguir mi Camino, mi Verdad y mi Vida se equivocaría, al menos, tantas veces como yo.

Yo sólo soy el dependiente de, el administrador de, esta tienda:

LA TIENDA DE LA VERDAD,

El pobre hombre era un hombre pobre.
Toda la vida trabajando en el campo, para el señorito del lugar, pero sin estar dado de alta en la Seguridad Social por lo que, al no haber cotizado, su pensión casi no era pensión sino limosna con la que, apenas, le llegaba para mantener su vicio, el tabaco

Acababa de cumplir los 65 años y lo jubilaron.

Violencia y explotación infantil fue lo suyo, pues nunca pisó la escuela.
Ya a los 5 años comenzó de trillique y fue ascendiendo en trabajos cada vez más gravosos.

Caminaba por la calle, como todos los días, no muy bien vestido y buscando colillas sin apurar para liarse, con tres o cuatro, un cigarrillo.

Pero, ese día, lo que vio en el asfalto fue una moneda de 1 euro, allí, justo al lado de una colilla atractiva y del kiosco de “Loterías y apuestas del estado”

Sin pensárselo dos veces probó a la suerte y se lo jugó a la primitiva.

Y le tocó, con bote y todo. !Vaya que si le tocó¡.

Varios millones.

Compró todo lo que quiso y más. Se vio rodeado de cosas. De muchas cosas.
Todas sus frustraciones del “tener” se vieron sobradamente satisfechas y, aún, le sobraba mucho dinero.

Nunca nadie poseyó tantas cosas pero nunca nadie se sintió tan solo. No es que viviera en soledad, es que era un solitario.
Pensó, pues, que ahora necesitaba a las personas, necesitaba amar y ser amado.
Y también, necesitaba la Verdad.

Se puso manos a la obra. Buscó el amor. Algo al alcance de cualquier pobre pero su impericia lo hacía incapaz de conseguirlo este nuevo rico.
        
Acostumbrado a habitar en la garita solitaria, era incapaz de dialogar. Y el amor, ayuno de diálogo, desde la difícil palabra y desde la verticalidad, a lo más que puede llegarse es a comprar sexo.

Con dinero sólo puede comprarse eso, sexo, no amor.

“No hay en el mundo dinero // para comprar los quereres // que el cariño verdadero (bis) ni se compra ni se vende” –como dice la canción.

O, como dicen Fito y Fitipaldis, en “Soldadito marinero”: “Él también quiso ser niño // pero le pilló la guerra. Soldadito marinero // conociste a una sirena // de esas que dicen “te quiero”  / si ven la cartera llena”

La amistad, el compañerismo, el afecto, la ternura, la querencia, el cariño, la simpatía, el AMOR, nada sabe de dineros.

“Con dinero y sin dinero…” seguía siendo un solitario.

Renunció, tuvo que renunciar, a lo que nunca había disfrutado, por desconocerlo.

Y es que, como a cualquier persona, ayuna del arte de saber dialogar, los canales por los que pueda entrar y salir el Amor, se encuentran obstruidos, atorados.

Renunció a las  personas y se automutiló como persona.

Paseaba, solitario, por la ciudad.

Miraba escaparates por el simple placer de decirse a sí mismo: “ya lo tengo”, “ya lo tengo”, “ya lo tengo”….
Masturbación interna viaria.
Tiendas y más tiendas.
        
Pero chocó con un viejo, pequeño y sucio escaparate. Oscuro. Con unos visillos medio descolgados. Se frenó en seco. Levantó la vista y en la marquesina nada había escrito.
Aplastó su nariz sobre el cristal.
Sobre un atril, al fondo, había un cartel, escrito a mano y con trazos inarmónicos: “Tienda de la verdad”.

TIENDA DE LA VERDAD

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