miércoles, 9 de mayo de 2018

CULTURA RELIGIOSA: EL NUEVO TESTAMENTO (y 2)


EL NUEVO TESTAMENTO 

Pilatos era un caballero romano que, en su función de procurador, sólo tenía autoridad sobre unos auxiliares que no eran ni romanos ni originarios de Italia.

En los países conquistados, los romanos preservaban las instituciones de dichos pueblos en la mayor medida posible.
Por eso el Sanedrín –tribunal supremo de los antiguos judíos, en Jerusalén, compuesto por sacerdotes, ancianos y escribas- podía operar como Consejo Nacional y podía juzgar a Jesús, pero no podía condenar a nadie a la pena de muerte.

La ley hebraica era tan complicada y las reacciones del pueblo a veces tan incomprensibles para los romanos, que la justicia romana evitaba mezclarse en sus asuntos y máxime debido al hecho de la gran tolerancia romana en lo concerniente a temas tocantes a la religión.

La religión judía estaba bajo la protección romana.

A Roma, que, poco a poco, fue siendo, de tan tolerante, agnóstica, fue dejando de creer en sus dioses mitológicos, y como cada pueblo conquistado tenía sus propios dioses, llegó un momento en que a los romanos ya les daba igual 8 que 80 dioses (¿qué era el “panteón”?)

“En Roma –llegaba a decirse que – era más fácil encontrar a un dios que a un hombre”
La presencia de tantos dioses, el hartazgo de tantos dioses, llevó a no creer en ninguno.

La Ética, sin embargo,  sobre todo la del estoicismo y la del epicureísmo, fue orillando a la religión en el mundo romano, pero en Palestina la religión judía ejercía una gran fascinación en muchos romanos, a quienes esta religión se les había sido prohibida en Roma, sobre todo porque evitaba el caos del politeísmo, por la simplicidad del monoteísmo que, en una sola deidad, YAHVÉ, lo concentraba TODO, el poder, la sabiduría, la justicia, las mercedes o favores,...

En Jerusalén los judíos no sacrificaban al César y al pueblo romano sino que sacrificaban para ellos mismos, para lo suyo.

Y en consideración a los sentimientos religiosos judíos, la moneda acuñada por los procuradores para Judea no llevaba la efigie del emperador.
Incluso los estandartes, como llevaban retratos, debían permanecer fuera de la Ciudad Santa.

Todo debió de comenzar así.

Las numerosas guerras civiles, que eran el azote del reino de Judea tras la revuelta de los Macabeos contra los Seleúcidas, fueron el pretexto para que Roma interviniera y convirtiera el reino en su protectorado.

El 37 a. C. Roma autorizaba la sucesión al trono de Herodes, un edomita y, a la vez, un valiente general y un diplomático capaz.
Conquistó Samaria y los puertos filisteos. Resistió las intrigas de Cleopatra, reconstruyó Samaria (Sebaste), construyó teatros griegos, anfiteatros romanos, baños, incluso quinquenarios, donde los atletas desnudos mostraban sus habilidades (lo que causaba gran repulsión entre los judíos).
Construyó en Jerusalén un nuevo templo magnífico y persuadió a Agripa, general romano, yerno y ministro preferido de Augusto, para que visitase Jerusalén y participase en la solemne inauguración del templo.

Agripa no sólo aceptó la invitación sino que sacrificó cien bueyes a Yahvé, lo que provocó grandes simpatías entre el pueblo.

Herodes dispensaría del servicio militar a los judíos y éstos recibirían un permiso especial para la celebración del “sábado”.

A su muerte (año 4 a. C.) Augusto tenía que elegir un sucesor entre sus tres hijos.
Pero como Judea se había hecho rica y fuerte, y por tanto un peligro potencial para Roma, intentó dividirla en tres reinos pero surgieron agitaciones, atacando, incluso a una legión romana, lo que provocó la represión y la crucifixión de 2.000 habitantes.

Al final la división fue en dos: Judea (para Arquelao) y Galilea (para Herodes Antipas).
Como Arquelao fue destronado a petición del pueblo, Judea se convertiría en una provincia romana, con su propio procurador.

A Herodes Antipas (Galilea) fue al que Jesús insultó llamándolo “ese zorro” y reinó hasta el año 39 d.C. y, tras su muerte, Galilea fue unida a la provincia de Judea.

Herodes Antipas estaba de visita en Jerusalén cuando se desarrollaba el proceso contra Jesús, un proceso sin importancia, como otros cientos de procesos contra alborotadores y criminales, condenados a muerte, muerte de Cruz, en Jerusalén, siempre en el Gólgota y, a menudo, más de uno a la vez y estaban tan acostumbrados a ver a los crucificados que tan sólo hubo unos cuantos como testigos para quienes era la muerte de un ser querido o amigo pero no que fuera el que perturbara la “pax romana”, reina y señora del interior de las fronteras del imperio.

Como he escrito en otros lugares a los romanos no les preocupaba para nada las ideas religiosas de Jesús (eso quedaba para el Sanedrín) por eso éste fue con el cuento de que Jesús había dicho que iba a “ser rey” y eso suponía ser un peligro para la estabilidad política del imperio.

Los judíos lo habrían lapidado, nunca crucificado.

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