viernes, 12 de enero de 2018

22.- TODO DEBIÓ COMENZAR ASÍ (y 2)


¿Año….?

Comenzaron a hacerse más preguntas.
Identificaron los factores que permiten la producción de alimentos por medio de la agricultura y domesticaron animales, teniéndolos a mano, por lo que dejaron de desplazarse.

Aquí comienza la historia de “un” hombre: el que comenzó a estudiar todas las cosas de manera aislada, ya no como una totalidad.
El que dejó de observar y se limitó a ver.
Y vio que la gran entidad femenina tuvo un hijo, el varón, porque sobre la tierra todo es fruto de la dualidad.
Este hijo en muchos casos se unía a la madre para procrear de nuevo al hijo, su propio padre, en lo que se podría denominar el divino incesto, representado en los primeros pasos de cada religión mediante el emblema de alguna tríada (Isis, Osiris, Horus; Sin, Shamash, Ishtar; etc.) o trinidad (Brahma, Vishnú, Shiva; Cuerpo, Alma, Espíritu; etc.).

La era de los héroes se aproximaba.

Y el hombre vio que aquello era bueno, ahora tenían más protectores a los cuales elegir y seguir.

¿Año…?

Nuestro héroe desarrolló una nueva forma de representación escrita que desplazó a los símbolos, reduciendo las interpretaciones.
El sedentarismo originado por la agricultura generó los primeros vestigios de la posesión, y este hombre vio en la fuerza física algo de vital importancia para el mundo conflictivo que se avecinaba.

Y clamó: “mi tierra, mis recursos, a esta tierra la he trabajado con mi sudor y la voy a defender”.
El hombre había descubierto la propiedad.
Comenzó a inclinarse hacia el raciocinio y se aferró a éste para justificar sus actos; se volvió curioso, se volvió miedoso, tuvo miedo a que le arrebataran lo que producía, tuvo miedo a perder, tuvo miedo a morir.

El hijo se reveló contra su madre, comenzó a conquistarla, y embriagado de poder y del placer que éste le otorgaba, a punta de espada empezó a eliminar sus presuntas amenazas.

El hombre quería dejar sus posesiones a su descendencia, pues horrible le hubiera sido pensar que su obra en vida fuese en vano, y sólo mediante el matrimonio podría asegurarlo.
La monogamia se convirtió en la principal base de familia, por lo que ahora la descendencia no le pertenece a un grupo, sino a “un” hombre.
Y el emancipado ahora justifica sus acciones por medio de la razón, la que comenzó a identificar con la luz, con el Sol, el que elimina la necesaria oscuridad del reino de la Luna, la luz que erradica los miedos que se esconden bajo lo que es desconocido.
Y el hombre ya no veía la tierra, ahora, al mirar, sólo veía el cielo.

La divinidad terminó siendo “una” y para siempre y la tierra ya no era sagrada, lo sagrado, ahora estaba arriba, en el cielo.

Y el hombre vio que aquello era bueno.

En un papiro egipcio que muestra a Shu (el aire) separando a Nut (el cielo) de Geb (la tierra)

¿Año….?

El hombre ya no vio unión entre tierra y cielo, e inmortalizó este hecho en testimonios de piedra mediante el arte, la escritura y la religión con el fin de marcar las creencias y comportamientos de las generaciones venideras.

El sol comenzó a eliminar a la competencia y la serpiente quedó manchada de por vida.

Apolo, dios solar, dio muerte a Pitón.

Y este hombre retiró de la comunidad a la mujer, pues sólo así podría garantizar su linaje, su sangre; la mujer debía ser también su propiedad.

Ella pasó a ser símbolo de provocación y de pecado, y estas restricciones fueron clavadas en las hojas que serían veneradas por las multitudes venideras: la de los fuertes y conquistadores, y la de los débiles y sumisos.

Las esculturas comenzaron a hacerse con atributos modestos, las “Venus” de la Era de Piedra quedaron muy distantes y sus intimidades ahora son vergüenzas.

Y el hombre vio que aquello era bueno.

¿Año…..?

El hombre ahora es rey, es emperador.
Así como había tierras, había alguien que las reclamaba.

Quedó satisfecha su hambre de fe con una imagen antropomorfa de la divinidad que representaba “todos” los atributos que deseaba encarnar, la fuerza, la valentía, el poder.

El héroe se convirtió en Dios, masculino, pero también en un anhelo distante, morador del cielo, algo que todavía no ha podido terminar de definir.

El hombre conquistó en el nombre del progreso, en el nombre de la luz y del dios que ésta personificaba, y se autoproclamó su descendiente, sea del poderoso Rá, del iracundo Zeus o del proveedor Inti (entre cientos más que podrán identificar), todos representados a menudo en batalla, ya sea participando o promoviéndola; se convirtieron en los padres de las divinidades menores que les siguieron y de las que le precedían.

El patriarcado ahora es el orden divino.

Las jerarquías se propagaron y en su cumbre se encontraba el hombre, el padre, el rey, o simplemente “Él”.


Y el hombre vio que aquello era bueno, la Gran Madre conquistada en nombre de la razón quedó enterrada, y ahora él es dios.

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