sábado, 28 de octubre de 2017

FREUD Y EL AMOR ( 3)


Menos mal que no asistió ni fue testigo  de los bombardeos, de la destrucción y de la carnicería humana, propiciado y multiplicado por los avances tecnológicos.

Y, menos mal, que nada supo de los hornos crematorios en su amada Alemania.

En general, hoy, tiene muy mala prensa Freud y su doctrina, a pesar de su teoría del Ello, del Yo y del Superyo, de su Complejo de Edipo, de su codificación e interpretación de los sueños.

Se le considera, erróneamente, un obseso que ve sexo en cualquier cosa o acción, y eso es lo que está asentado en la sabiduría popular.

Y, sencillamente, no es verdad, lo que se manifiesta en cuanto interpretemos la sexualidad como él la interpretaba.

No era un libidinoso, con su teoría de la libido, si se considera a ésta como fuente del placer, a lo que todos, en todas nuestras acciones, aspiramos.

Lo más escandaloso, para la sociedad de su tiempo, tan puritana ella, fue su tesis de la “sexualidad infantil”, como si ello algo tuviera algo que ver con el sexo en los adultos.

El inconsciente, para él, no era el sótano oscuro al que bajamos los trastos que ya no nos sirven.

Las tendencias sexuales reprimidas o rechazadas las bajamos al inconsciente pero no muertas sino adormiladas y que se despertarán en cuanto la conciencia se descuide o durante el sueño.

“Pansexualismo”, concepto que se le lanza a la cara a Freud, y no es verdad que todas las actividades y todos los sentimientos del hombre estén regidos y condicionados solamente por la sexualidad porque –dice Freud- hay ciertas necesidades orgánicas no sexuales, integradas en los impulsos instintivos de conservación del yo, y que son capaces de suscitar sueños, como cuando personas hambrientas y sedientas se ven, en sueños, sentadas en una mesa repleta de abundante comida y bebida.

En los sueños aparecen, muchas veces disfrazados, los temores y los deseos insatisfechos.

Mis pesadillas nocturnas tienen que ver con que no encuentro el aula, que llego tarde, que me pierdo por los pasillos, que el temario de selectividad, a fin de curso, no llega ni a la mitad,…que nada tienen que ver con la sexualidad sino que son desajustes en mi obsesión de no perder un minuto de clase.

Los elementos no rechazados siguen estando a mano, en la conciencia, como la conservación del yo, el narcisismo o la propiedad, que no han sido condenados, o apenas condenados, por la moral social

Pero, desde el origen de la sociedad, la libre expresión de la sexualidad ha sido condenada por las tradiciones religiosas, morales y éticas ya que se encuentra estrechamente canalizada dentro del matrimonio legal, con un solo cónyuge y del otro sexo, además para toda la vida.

Naturalmente hoy, que la sociedad se ha secularizado, intentar reproducir el freudismo estaría fuera de lugar, pero, en su tiempo, así era y pobre del que se saliera de esos carriles.

La noción de sexualidad, en Freud, presenta una extensión mucho más amplia que la reconocida generalmente.

El gran público se sintió herido y los ambientes científicos y pedagógicos saltaron sobre el cuello de Freud cuando éste afirmó la existencia de una “sexualidad infantil”.

En la edad infantil está ausente el espíritu crítico y el juicio racional, el niño no es, todavía, un “homo sapiens”, por lo que su mentalidad es prelógica, mítica, afectiva, emanada del inconsciente.

¿Quién no jugaba, de niño, a “médicos y enfermeras”, en que se permitía ver y tocar lo que no se podía hacer fuera de esos juegos?

La sexualidad infantil es muy diferente de la sexualidad adulta, se expresa por el mismo individuo y en el mismo individuo (autoerotismo), sin colaboración de otra persona, se apoya en necesidades orgánicas no sexuales (instintos digestivos) y se desarrolla sin la participación de la función genital, que es aún embrionaria.

Cuando un niño se toca y se rasca el pito o la niña lo hace en su vulva los padres, y la sociedad, se lo afearán y reprocharán, cuando sólo lo hacen para evitar el escozor o el dolor, mitigándolo, al menos, pero nada que vez con la genitalidad.

Pero los impulsos sexuales (en su sexualidad) que animan al niño, provienen de la misma fuente que las que impulsan al adulto, de la LIBIDO.

La sexualidad no es, pues, una y la misma, de una vez, sino que se desarrolla, evoluciona, por estadios.
Y la sexualidad difusa del niño no es igual que la del púber, que dará paso a la sexualidad adulta.

Esa sexualidad difusa se centra, en primer lugar en la boca y en el acto de mamar, chupar, luego morder y, finalmente en el ano.
El niño busca y saca placer por la boca, succionando, y por el ano, reteniendo, dominando.

¿Qué madre no le ha reñido a su bebé cuando éste muerde y hiere, en vez de sólo succionar?
¿Quién no le ha dicho a su hijo, antes de montar en el coche, si tiene que hacer pipí o caca y éste, dominador de su orín y de su caca, en ese momento, ha dicho que no, pero que, apenas arrancar el niño dice…?

Estadio bucal, dentario, anal…


El conocimiento de esa sexualidad infantil ha permitido, asimismo, conocer mejor la sexualidad adulta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario