viernes, 27 de octubre de 2017

FREUD Y EL AMOR (2)

Si son el amor y el trabajo las dos fuerzas que equilibran la balanza de la vida, en su caso su vida estuvo desequilibrada.

Fueron muchos, y graves, los problemas y las dificultades con las que tuvo que enfrentarse en su niñez y que, de adulto, todavía parecía no haberlas superado, no sólo afectivas, también sociales.

En Freiberg, ciudad de Moravia, donde nació y vivió su niñez, el 90% de su población era católica, un 2% protestante y otro 2% judía, entre la que se encontraba la familia de Freud, cuyo padre pertenecía a una vieja familia judía de pequeños burgueses, por lo que una de las molestias que, a diario, tenía que soportar era el toque de las campanas llamando a las actividades religiosas, las festividades a bombo y platillo, las alusiones a una historia que nunca había compartido.
Después, en sus estudios, tendría que demostrar lo que no se les exigía a los católicos, para poder ser aceptado pues, por su raza y su religión, era excluido y casi despreciado, cercano a la hostilidad.

Ese aislamiento le ayudó en el estudio de las lenguas: el alemán (su lengua materna), el hebreo (el lenguaje en el seno familiar), pero también el latín, el inglés, el francés y, más tarde, el italiano y el español.
Todo lo cual le sería muy útil más adelante, cuando, ya profesor, tenía que responder, personalmente, a los numerosos corresponsales extranjeros, sobre su método clínico.

Familiarmente, sí que fueron choques afectivos.

Recuerda, Freud, cómo a los 11 meses le nació un hermano, lo que le provocaría reacciones de celos que debieron ser bastante intensas, dado que a la muerte de ese hermano, ocurrida a los 8 meses, experimentó un sentimiento de culpabilidad que nunca se le borró completamente.

Y otro acontecimiento de intensa reacción afectiva fue cuando tenía dos años y medio y vio a su madre completamente desnuda.

Por si fuera poco, nace otro hermano, por lo que se reavivan los celos, a los que hay que añadir las relaciones con su sobrino John, un año mayor que él, compañero de juegos pero con sentimientos ambivalentes de afecto y de hostilidad, defendiéndose, a veces, de su “pequeño tirano”.

Todos estos acontecimientos, en su primera infancia, influyeron sobre él lo que, ya adolescente, y siempre presentes, resintió devorado por la “pasión por comprender”, no por la “necesidad de saber”, que es sólo acumular saberes.

¿Más problemas afectivos?

A propósito de su noviazgo, con una muchacha poco agraciada y con la que tendrá 6 hijos aunque para él, la “niña de sus ojos” será la pequeña Anna.

Con el título de Medicina en el bolsillo intuye que el bisturí y el microscopio no pueden descubrirlo todo y que, en el ser humano, quedan muchos elementos que no pueden ser observados por tales métodos.

Breuer, con el caso de la joven histérica y su curación bajo la influencia hipnótica, y Charcot, en París, en el tratamiento de los casos de histeria, influirán en la línea de trabajo que emprenderá Freud.

Comenzará y profundizará en su teoría del Inconsciente, que no es un desván oscuro en los que se depositan los recuerdos olvidados porque si éstos influyen en la conducta humana, manifestándose en forma de síntomas, habrá que ver cómo podemos acceder a él, aprendiendo su lenguaje para comprenderlo.

Las asociaciones de ideas, el estudio del significado de los sueños, en los que más y mejor se manifiesta el inconciente, cuando la conciencia está “dormida”, colándose por debajo de ella.

Exige a sus adversarios-enemigos, que nada quieren saber de sus teorías que, antes de criticarlas y rechazarlas, que las vean y las estudien.
Pero, como siempre ocurre con un innovador, desde Galileo a Darwin, desde Copérnico a Lamarck, y sin olvidar a Marx, las injurias, las calumnias, las amenazas,…son lo primero ante la osadía de intentar que miren y vean de frente otra verdad distinta a la comúnmente admitida.

“La verdad vencerá” –había proclamado el reformador Juan Huss, condenado al suplicio.

La Guerra Mundial de 1.914-1.918, con su brutalidad, su extrema violencia y sus muertes, le hará dudar de la misma humanidad o, por lo menos de su civilización (“El porvenir de una ilusión” y “Malestar en la civilización”) hacen que se tambalee su optimismo en la especie humana.

Las edades primitivas volvieron y los regímenes dictatoriales mostraron que, igual que en la Edad Media, el individuo podía ser encarcelado, torturado y llevado a la muerte por sus escritos y sus ideas.

Los hombres de pensamiento serían perseguidos en Alemania y no muchos, sino muchísimos fueron los alemanes judíos que tuvieron que huir, bien a Estados Unidos, bien a Londres, como Freud, acompañado de su pequeña Anna.

Tenía 82 años y el cáncer seguía avanzando, hasta el 24 de septiembre de 1.939, en que, serenamente, viendo la muerte de frente, y como un filósofo, expiró.


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