Es verdad que vivimos en una
sociedad prosaica, nada poética, materialista y consumista hasta las 12 de la
noche de cada día, que sólo ve de la
Razón una, y no la más sublime, de sus funciones, la
“calculadora” y cuando se encuentra hastiado de esta vida, por la pérdida de
valores sin haberlos sustituido por otros con o por los que orientar su vida,
tras haber abandonado las iglesias, a la Iglesia , y haberse desecho de la fe se encuentra
más perdido que Adán el día de la madre.
Así que cuando alguien le
enseña un caramelo de esperanza y de ilusión allá va, a comprar esas golosinas
al santón de turno, con su “espiritualidad basura” que irá cercándolo en sus
redes.
Sin saber qué es, realmente,
el cristianismo adquieren libros y se hacen adeptos de sectas pescadoras de
incautos.
El “pensamiento positivo”
está de moda y quieren hacernos ver que “si lo piensas” y lo “quieres”,
“puedes”.
“Puedes intentarlo”, igual
que si no lo piensas tanto, pero sin garantía de conseguirlo.
Incluso puedes estar toda tu
vida machacando en hierro frío.
Personas bienintencionadas,
pero de pensamiento débil. Somos crédulos, muy crédulos, todos, porque no
conocemos ni dominamos todos los campos del saber.
En Economía, en Política, en
Fiscalidad, en Filosofía, en Religión,…somos crédulos.
No podemos, en tantos campos
desconocidos, guiarnos por la razón, así que nos apuntamos, nos dejamos llevar
y seguimos al que mejor nos cae, al que parece darnos más confianza, al que
mejor habla,… que puede ser un sofista resabiado que lo que intenta es hacernos
adeptos suyos.
Desde siempre se ha dicho que
somos “animales racionales”, pero no se nos ha dicho que, también, somos
“animales pasionales” y esto nos lanza y nos deja sin meditación racional y
damos un salto a lo desconocido, orgullosos y convencidos de que es racional,
cometiendo y cayendo en errores garrafales.
Somos demasiado crédulos,
tanto los creyentes como los no creyentes y, aunque no creamos en horóscopos,
si cae una prensa en nuestras manos, lo leemos.
El uso de amuletos
(escapularios, crucifijos, medallas de la Milagrosa o de la Virgen del Rocío, o…yo qué
sé, con la credulidad de que pueden ayudarnos a conseguir el objetivo.
Lanzarse en brazos de la fe,
a ciegas, sin razón previa, es una sinrazón.
Obedecer sin pensar, mejor
que pensar y dudar. Esa fue nuestra enseñanza religiosa. Y, en caso de duda,
preguntarles a los “doctores de la Santa
Madre Iglesia, que ellos nos sabrán responder”.
¡Qué obsesión en mantenernos
en la minoría de edad¡
Los creyentes creen, incluso,
que siendo creyentes Dios va a tener una atención especial con ellos, por
serlo.
“El que quiera hacerse
cristiano debe saber que no puede esperar de la religión ninguna ventaja de
orden temporal, ni tendrá más éxito en sus empresas, ni estará al abrigo de
accidentes ni del sufrimiento” –decía un filósofo católico francés.
Aunque muchos creyentes
siguen pensándolo, no existe acepción de personas por motivo de creencia.
Si las ciencias sólo juegan y
llegan a probabilidades ¿cómo va a llegar la creencia a la certeza verdadera y
a la verdad 100% objetiva?
Siempre nos enseñaron y
cantábamos a viva voz que “fe era creer lo que no vimos”, dar por verdadero lo
que ni sentimos ni entendemos, y esto es una aberración.
La fe ni es una adhesión
intelectual ni una adhesión sentimental o voluntaria, sino una experiencia
vital de exigencia moral. La fe o es vida vivida o no es fe.
Habría que preguntarse, pues,
quién es el verdadero creyente, si el que dice no creer y escoge en su vida y
lucha por conseguir el bien como bien, sacrificando su egoísmo o quien se
mantiene cómodo en su egoísta vida moral y acepta sólo intelectualmente unas
creencias religiosas.
No creo que por un mundo
mejor, en la lucha por los pobres, por los enfermos, por los desheredados,
hayan sido los creyentes de toda la vida los que más se han puesto del lado de
los oprimidos.
Y yo, para mejor conocer el
cristianismo, aconsejaría leer a Nietzsche (sí, el del Anticristo, el de “Dios
ha muerto”,…) para poder escarbar y llegar al fondo de lo que realmente es el
cristianismo y no esa pantalla superficial.
En un post de mi blog
(blogdetomasmorales.blogspot.com/es) reflexionaba sobre qué significaba, para
Nietzsche, “Dios ha muerto”.
¿Qué Dios es el que ha
muerto, al que hemos matado, al que deberíamos matar para hacer aparecer la
auténtica imagen de Dios?
“Obras son amores y no buenas
razones” dice el adagio.
Dios está en el corazón, en
la vida, no en la cabeza, no en la fe intelectual, no en admitir como
verdaderos unos dogmas incomprensibles.
Creyentes o no creyentes. Eso
no es lo importante.
Lo fundamental es no ser
crédulos, infantiloides.
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