domingo, 13 de mayo de 2012
LA EXPANSIÓN DEL ISLAM.
(Abundamiento a entrada anterior)
La enorme rapidez de la expansión fue la consecuencia de la fuerza propia que le daba su religión como de la debilidad de los imperios vecinos: el Bizantino y el Persa Sasánida, para que en menos de un siglo llegara a dimensiones tan enormes, desde la India hasta París, queriendo hacer del Mare Nostrum el Marem Islamicum.
El Imperio Persa desaparecería y el Bizantino quedó arrinconado en la Península de Anatolia (la actual Turquía asiática).
Y, así, casi hasta hoy.
La expansión islámica actuó diplomáticamente, respetando las estructuras políticas de los territorios conquistados, a la vez que integró ideas y normas de los pueblos conquistados.
Eso sí, los paganos eran obligados a convertirse a la nueva religión y, durante los primeros tiempos, los musulmanes conversos fueron mantenidos en un nivel inferior frente a los árabes musulmanes.
(¿Recuerdan lo de los “cristianos viejos”…..?)
A los judíos y cristianos (“gentes del libro”) se les permitió continuar con su culto SIEMPRE Y CUANDO pagaran un impuesto al Estado ya que eran considerados como “minorías protegidas por pacto” entre el Estado musulmán y esas comunidades.
Se les concedía la posibilidad de conservar sus costumbres, riquezas y propiedades, pero, también eran mantenidos en un estado de inferioridad frente al musulmán.
(Así que cuando a alguien se le llena la boca con lo de “la tolerancia islámica y bla bla bla….) frente al fanatismo cristiano y bla, bla, bla….)
Y es que el Islam se consideraba una religión que continuaba, integraba y perfeccionaba al judaísmo y al cristianismo, las grandes religiones monoteístas preislámicas.
Incluso hubo, durante la dinastía Omeya, desde Damasco, una discriminación entre los musulmanes árabes y los musulmanes no árabes, cuyo malestar será utilizado por los abbasíes (otro clan de la tribu quareisita), que aprovecharon las debilidad omeya, por sus luchas internas de poder, y se apoderaron del Califato Imperial, con un cruento golpe de Estado, sobreviviendo, únicamente, el omeya Abderramán, que escapó y vino a España, restableciendo la dinastía Omeya y fundando Al-Andalus.
Durante el gobierno árabe de los abbasíes se permitió el acceso al poder de los musulmanes no árabes, restableciendo la igualdad dentro de la “umma” y trasladando la capital a Bagdad, ciudad fundada por el segundo califa abbasí.
Allí se desarrolló el período de mayor esplendor del Imperio Islámico, con el estímulo de la vida urbana, el comercio, la vida intelectual, la ciencia y la filosofía.
(En un primer momento éste era el comienzo de estas reflexiones, preparar el camino, poner las bases para las APORTACIONES CIENTIFICO-TECNOLÓGICAS de los musulmanes al acervo cultural europeo, pero……)
Desgaste posterior de los abbasíes aprovechándose dinastías regionales, al tiempo que los musulmanes árabes fueron perdiendo poder frente a los turcos islamizados, que ocupaban puestos de responsabilidad tanto en el Ejército como en la Administración, quedando reducidos los Califas, cada vez más, a una autoridad simbólica.
A partir del siglo X el califato abbasí fue manejado, en su mayoría, por dinastías de origen turco.
Los Sultanes turcos basaron su dominio en el poder militar y serán los turcos otomanos los primeros musulmanes no árabes que asuman el poder califal, aunque manteniendo la denominación de sultanes.
Durante el siglo X, además, el Califato Abassí de Bagdad sufrió la aparición de dos Califatos rivales: el Omeya, en Córdoba y el Fatimí, en El Cairo.
Éste último supuso un desafío mayor, pues los fatimíes tenían un origen chií ismailí y habían proclamado su autoridad sobre toda la comunidad musulmana (no así los Omeyas, que redujeron su influencia sólo a la zona de Al-Ándalus).
Los fatimíes expandieron su califato entre Túnez, por el Oeste, y Palestina, por el Este, gobernando durante dos siglos de amplia prosperidad cultural y comercial, aunque, tras su caída, no quedaría descendencia de la comunidad chií ismailí.
Los fatimíes serían reemplazados por los ayyubíes de Saladino hasta que, en el siglo XIII (año 1.254), los mamelucos, que ocuparon lugares relevantes en el ejército, tomaron el poder.
A mediados del siglo XI, la dinastía turca selyúcida tomó el mando del califato abbasí y comenzó una expansión hacia el Oeste invadiendo posesiones del Imperio Bizantino, lo que fue una de las causas de las Cruzadas.
Por su parte, los mongoles saquearon Bagdad en 1.258 y se apoderaron de Damasco, siendo detenidos en su avance por los mamelucos, instalados en El Cairo.
En el siglo XIV los turcos otomanos están en plena expansión y, en 1.453, conquistaron Constantinopla, que pasó a denominarse Estambul (fin del Imperio Bizantino)
Y en 1.517 conquistaron, también, Egipto, y destronaron a los mamelucos. Llegando hasta Argelia, por el Oeste, y tomaron Irak e Irán, por el Este.
Los otomanos pusieron la capital de su imperio en Estambul, siendo la primera vez que el Califato era ocupado por un musulmán no árabe, sino turco.
La abolición del Sultanato y del Califato, ya pertenece al siglo XX, con Mustafá Kemal, luego llamado Atartük (“el padre de los turcos”).
La abolición del Califato puso fin a una institución que, durante casi 13 siglos, había representado (aunque con vicisitudes) la unidad e identidad musulmana.
Durante los Califatos el Imperio Islámico fue la región más rica, poderosa, creativa e ilustrada del mundo y, durante la mayor parte de la Edad Media la Europa Cristiana se mantuvo a la defensiva frente a su poder.
Ya en el siglo XX surgirían nuevas fuerzas ideológicas, como el nacionalismo, el socialismo o el comunismo que intentaran dirigir a los países islámicos, aunque la ideología islámica nunca se retiró del escenario político, tomando el poder en algunos países y siendo una fuerza de gran influencia en otros.
Hoy día, gran parte de la realidad musulmana, muchas veces sumida en la pobreza, en la fragilidad institucional y en las divisiones políticas se aspira y se proclama la restauración del Califato, como una reivindicación recurrente de los movimientos islamistas, que reconstruirán el pasado califal como una unidad esplendorosa y que está siendo obstaculizada por la injerencia de países extranjeros y gobernantes musulmanes “apóstatas”.
Así estuvimos, el “paraíso perdido” y así estamos, el “infierno impuesto”.
El fundamentalismo y la “yihad” quedan justificados.
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