Los hombres han necesitado a los dioses para vivir. Los dioses han necesitado a los hombres para existir.
Los dioses, seres creados, fueron creídos por sus creadores, y los creadores se consideraron creados.
Así comenzó la esclavitud humana.
Los dioses mandaban y los hombres obedecían. En caso contrario serían castigados. Y una simple desobediencia, puntual, temporal, podía ser penalizada con un castigo eterno. Lo que suponía, a todas luces, una desproporción.
La primera desobediencia (el gran pecado para los dioses y el gran delito para los tiranos) fue la causa de la expulsión del paraíso, de la vida ociosa, del jardín de la felicidad.
La desobediencia de Eva y la obediencia de Adán a su compañera trajeron como consecuencia el “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (trabajarás la tierra y apacentarás los ganados) y “parirás con dolor tus hijos”.
Todo lo que ocurrió después, a lo largo de los siglos, fue obedecer el mandato divino,
Hasta que el hombre, con el instrumento de la razón, bajó de los altares al Dios tirano y colocó en las peanas a la Diosa Razón, que era él mismo.
Estamos en la 1ª REVOLUCIÓN, la Revolución Económica, la Revolución Científica del siglo XVII, con el consiguiente desarrollo industrial de mediados del XVIII.
La máquina sustituyó al trabajo manual, el artesano cedió su lugar al industrial, el hombre se liberó del esfuerzo físico, dejó de sudar como antes lo había hecho. El desarrollo de la tecnología mecánica (el maquinismo de la 1ª Revolución Industrial) liberó al hombre del castigo divino, pero quedó esclavo del nuevo dios laico, el empresario, el dueño del capital constante y el que, con su dinero (capital variable), en forma de salario, crearía la plusvalía.
Se alejó del pueblo y de sus tradiciones y tuvo que emigrar a la ciudad, donde quedaron ubicados los nuevos lugares de trabajo. Pasó a ser urbano, con el desarraigo subsiguiente y con la secularización, alejándose cada vez más de la religiosidad tradicional, con el abandono del culto, con el pluralismo de ideas.
Se creyó libre de los dioses y los nuevos dioses lo amarraron de nuevo, además con las cadenas de la desesperanza, como si en todos los dioses, en sus diversas modalidades, estuviera, en su esencia, la esclavitud humana.
Las utopías sociales vinieron en su ayuda, pero “muy largo se lo fiaban”. Pagarían con su esfuerzo un futuro ideal, infinitamente peor y más imperfecto que la gloria en la vida eterna prometida por los dioses antiguos.
El dilema estaba servido: si no trabaja no come y se muere de hambre, y si trabaja, su salario de hambre lo matará de tanto trabajar.
Se cumplía el adagio: “Ni contigo, ni sin ti // tienen mis males remedio. // Contigo, porque me matas. // Sin ti porque yo me muero”
La 1ª Revolución de la liberación humana, de Dios, fue una mayor esclavitud del hombre a otros hombres, tan crueles o más que el Dios Primitivo.
(Supongo que continuará)
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