La 2ª Revolución Científica es la Tecnoinformática, basada en la tecnología electrónica y aplicada a las Telecomunicaciones, la Revolución Informática, la de las primeras calculadoras y los primeros ordenadores.
La Revolución Informática liberó al hombre del esfuerzo intelectual, lento, incrementando la rapidez y la exactitud de las tareas.
Pasó a la historia la carta que te comunicaba el remitente que estaba bien de salud pero que, en realidad, cuando la carta llegaba, ya se había muerto.
Todo ocurría lentamente, todo se tomaba su tiempo, la prisa no era, todavía, necesaria, porque era imposible. El cerebro humano andaba, no corría. El cerebro electrónico, en cambio, todo lo convierte en instantáneo.
Puedes ver, en vivo y en directo, a tu hijo montado en un elefante y jugando con serpientes, en Tailandia.
El mundo se ha convertido en una aldea y todos somos aldeanos, podemos saludarnos y despedirnos, podemos preguntarnos y respondernos, podemos insultarnos o darnos las gracias, podemos tutearnos, desde cualquier lugar del mundo (somos ubicuos, como Dios), dominamos el pasado y el presente, con nuestra tecnología informática. El cerebro electrónico, universal, ha venido en nuestra ayuda a potenciar nuestros cerebros individuales.
El emisor y el receptor, en comunicación directa, anulando las distancias (espacio), y mandando y recibiendo mensajes al instante (tiempo). Nos fiamos más de esa memoria en soporte tecnológico que en nuestra frágil, débil y limitada memoria personal.
Sin apenas perder tiempo, puedo saber qué rey visigodo sucedió a Genserico, en qué año murió Séneca, cuáles son los movimientos bancarios de mi cuenta corriente o mandarle una transferencia a mi hijo que está de beca Erasmus en Canadá.
¡Adiós a los dogmatismos!. Cuando todas las religiones proclaman estar en posesión de LA verdad y son religiones distintas, es que ninguna posee el monopolio de la verdad. Se imponen las perspectivas. Proclamar una perspectiva como La perspectiva es “contraditio in terminis”. Se impone el diálogo, la confrontación de opiniones y creencias para llegar a una base mínima común (que serán “los derechos humanos”, respetuosos con todas las creencias).
Proclamar que la propia religión es “la religión verdadera” es otra “contraditio in terminis”, porque las categorías de “verdad-falsedad” no son aplicables a las religiones, como la categoría del “color” no es aplicable a los sentimientos o la categoría de las “formas” no es aplicable al agua.
Ninguna religión es verdadera como ninguna religión es falsa, como el amor no es rojo ni la envidia negra, como el agua ni es cuadrada ni es redonda.
Hemos dejado atrás la “palabra de Dios” como revelada, por lo tanto absolutamente verdadera.
Ningún Dios habla, y menos “revelando verdades eternas e inmutables”.
Estamos en condiciones de conocernos mejor a nosotros mismos desde que somos capaces de conocer a los demás.
Hasta podemos aspirar a un modelo globalizado de vida.
Y cuando nos creíamos libres de la palabra de la autoridad divina, surge la palabra de las autoridades humanas, que nos aprisionan más todavía, porque no podemos corroborar que lo que nos cuentan sea verdad.
No nos fiamos ya de los dioses y, ahora, tenemos que confiar y fiarnos de los medios, propiedad de unos cuantos hombres.
Pero todas estas ventajas de la comunicación instantánea entrañan un profundo temor, el de quiénes manejan esos medios. Porque nada es inocente. Los intereses lo envuelven todo. Y puedes creer estar viendo, en directo, un pato embadurnado en petróleo en el Irak del malo de Sadam Hussein (porque así lo estás viendo y te lo está comunicando el locutor de turno) cuando en realidad es un video grabado de un pato de la Alaska norteamericana de no sé qué vertido ocurrido no sé cuándo.
Tenemos tanta información a mano, disponible, que nos ahoga, nos asfixia. Somos incapaces de asimilarla y de digerirla, de convertirla en conocimiento.
Manejamos datos, infinidad de datos, pero somos incapaces de interpretarlos correctamente. Nos falta perspectiva. Acumulamos como hormigas, sin poder ser abejas cognoscitivas.
Vemos los cultos religiosos de cualquier parte del mundo, de cualquier religión, de cualquier sociedad, y tenemos que cuestionarnos por los nuestros. Y tenemos (deberíamos) relativizarlos.
Asistimos a las ceremonias y a las imprecaciones a tantos dioses, que tenemos que cuestionarnos nuestra Padre Nuestro a nuestro Dios Occidental.
Como si los dioses se vengasen, de nuevo, y nuestro intento de liberarnos de ellos se trocase en el nuevo modo de encadenarnos, y, ahora, a otros hombres movidos por “sus intereses”, no por el descubrimiento y la manifestación de la verdad.
Y acudimos no a cualquier prensa, sino a ésa, no a cualquier emisora, sino a esa, no a cualquier cadena de televisión, sino a esa, y no para informarnos sino para confirmarnos en nuestra opinión. Esas, y sólo esas, nos darán la palmadita en la espalda para ratificar que estamos en lo cierto.
Exactamente igual que tu vecino acude a otra prensa, a otra emisora, a otra cadena de televisión y también queda ratificado en su postura, en su perspectiva, si no como la única, sí como la mejor.
Y así, no sólo los individuos, también las culturas, también las religiones.
De estar hambrientos de información a estar atosigados por tanta información para tener que decidirte por sólo una información.
Parece una venganza divina, no querer fiarnos de Él y tener, ahora, que fiarnos de unos cuantos hombres a los que sólo les importamos como clientes, y no como personas.
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